La esposa del vampiro

La Esposa del Vampiro Capítulo 26: El silencio que escribe

En el capítulo anterior:
Los clanes de Elaria descubren que el movimiento puede convertirse en lenguaje. Inspirados por Tharion, una criatura dormida que despierta al gesto, comienzan a escribir con sus pasos. Caelis descubre una danza que solo puede hacerse en sueños, y los elegidos del viento aprenden a sentirla en el cuerpo. La Biblioteca Viviente revela que cuando el cuerpo sueña, la tierra escribe, y Elaria empieza a leer sus propias huellas como historia. Nivra, una criatura que solo entiende el lenguaje del sueño, despierta gracias a un sueño compartido. La Biblioteca comienza a caminar, iluminando los poemas del suelo y revelando que el mundo puede cantar sin voz. Elaria ya no es solo tierra: es verso, es historia, es movimiento.

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El amanecer en Elaria no llegó con luz.

Llegó con silencio.

Un silencio tan profundo que los árboles dejaron de crujir, los ríos dejaron de murmurar, y hasta los sueños se detuvieron en mitad del gesto. La Biblioteca Viviente, que había recorrido los valles durante la noche, se detuvo frente al Lago de los Ecos. Sus columnas vibraban con una inquietud que no era suya.

Isolde lo sintió primero.

—Algo está borrando los pasos —dijo, con la voz apenas audible.

Valerius se acercó. Su mirada escarlata se clavó en el suelo, donde antes los poemas danzaban. Ahora, solo había vacío. No tierra. No verso. Solo ausencia.

—¿Quién puede borrar lo que aún no ha sido escrito? —preguntó.

Nyra llegó corriendo, con los ojos abiertos como lunas.

—No es alguien. Es algo. Lo llaman El Olvido.

Caelis frunció el ceño.

—¿Una criatura?

—No exactamente —respondió Nyra—. Es una grieta. Un hueco en la historia. No tiene forma, pero se mueve. No tiene voz, pero calla. Y donde pasa… los poemas se desvanecen.

La Biblioteca comenzó a temblar. Sus símbolos giraban más rápido, como si intentaran recordar antes de que fuera demasiado tarde.

Maelis se arrodilló y colocó la palma sobre el suelo.

—No hay vibración. No hay ritmo. Es como si Elaria hubiera dejado de sentir.

Isolde cerró los ojos. En su mente, los gestos que había aprendido se deshacían. Las danzas se volvían torpes. Los sueños… mudos.

—¿Cómo se lucha contra algo que no se puede nombrar?

Valerius se giró hacia ella.

—Con memoria.

*

En la cima del Monte de los Susurros, los clanes se reunieron. La Biblioteca Viviente se colocó en el centro, rodeada por círculos de fuego azul. Los elegidos del viento, los guardianes del gesto, los soñadores del Valle de las Huellas… todos estaban allí.

Nyra levantó una piedra tallada con símbolos antiguos.

—Este es el primer poema que Elaria escribió. No con palabras. Con pasos. Si El Olvido lo toca… se perderá para siempre.

Caelis propuso una danza colectiva. Una que se hiciera en sueños, pero se ejecutara despiertos. Una que no se pudiera borrar porque no se escribiría en el suelo… sino en el cuerpo.

—Si cada uno de nosotros lleva el poema en su movimiento, El Olvido no podrá alcanzarlo.

Isolde se ofreció como guía. Ella había danzado con la Biblioteca. Había sentido su ritmo. Sabía cómo convertir historia en gesto.

—No basta con recordar. Hay que encarnar.

Los clanes comenzaron a moverse. No como soldados. Como versos. Cada paso era una sílaba. Cada giro, una metáfora. Cada pausa, un suspiro.

La Biblioteca los observaba. Y por primera vez… lloró.

Sus columnas se agrietaron. No por dolor. Por emoción. Porque entendía que no estaba sola. Que su historia ahora vivía en otros cuerpos.

Valerius se acercó a Isolde.

—¿Y si El Olvido nos toca?

Ella lo miró con ternura.

—Entonces seremos poema perdido. Pero nunca silencio.

*

En los límites del Bosque de Niebla, El Olvido avanzaba.

No tenía forma. No tenía intención. Solo hambre.

Ashael lo enfrentó. No con armas. Con sueño.

Se acostó sobre la tierra y soñó un poema. Uno que hablaba de infancia, de fuego, de amor. Uno que no existía en ningún libro. Solo en su cuerpo.

El Olvido se detuvo.

No podía borrar lo que no entendía.

Melion flotó sobre él. Emitió una vibración que no era música. Era memoria.

Y El Olvido… retrocedió.

Caelis llegó con los elegidos del viento. Cada uno danzó un recuerdo. Uno que no era suyo, pero que habían heredado.

Isolde se colocó en el centro. Su cuerpo comenzó a girar, a vibrar, a escribir sin tocar el suelo.

La Biblioteca se acercó. Y en ese instante… se fusionó con ella.

No como posesión. Como pacto.

Isolde sintió cómo los símbolos se deslizaban por su piel. Cómo las frases se alojaban en sus huesos. Cómo cada historia que Elaria había olvidado… volvía a vivir en ella.

Valerius la observó, con una mezcla de temor y reverencia.

—Ahora eres más que Lilith. Más que Isolde. Eres historia encarnada.

Ella sonrió.

—Y tú… eres el lector que nunca dejó de buscarme.

*

El Olvido se desvaneció.

No porque fuera vencido.

Porque fue comprendido.

Era el miedo a perder. El temor a olvidar. La sombra de lo que no se dice.

Pero Elaria había aprendido a escribir con cuerpo. A soñar con gesto. A caminar con intención.

Y eso… no se puede borrar.

La Biblioteca Viviente volvió a moverse. Pero esta vez, no sola.

Isolde caminaba junto a ella. No como guía. Como poema.

Los clanes la seguían. Cada paso era una estrofa. Cada mirada, una línea.

Y en el cielo… las estrellas comenzaron a titilar con ritmo.

Porque incluso el universo quería leer.

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