La esposa del vampiro

La Esposa del Vampiro Capítulo 30: Los verbos dormidos

En el capítulo anterior:
Los Portadores del Eco revelan verbos que no pueden ser traducidos, solo vividos. Isolde descubre que algunas historias se niegan a ser escritas, y que el Silencio también puede ser lenguaje. Los clanes aprenden a acompañar sin comprender, y Elaria deja de escribir para escuchar. La Biblioteca Viviente se repliega, y el niño con ojos de tinta se disuelve en luz. El mundo entra en una pausa sagrada, donde el gesto se convierte en presencia.

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El suelo de Elaria comenzó a temblar.

No como amenaza.

Como recuerdo.

Desde las grietas del Valle de las Raíces, una vibración antigua se elevó. No era ritmo. No era poema. Era algo más profundo. Algo que no se había sentido desde antes de la primera danza.

—Tharion —susurró Caelis, con los ojos cerrados.

El nombre resonó como eco en los cuerpos de los clanes. No en sus mentes. En sus huesos.

Tharion, la criatura dormida bajo tierra, que despertaba al gesto. El origen del movimiento. El guardián de los verbos dormidos.

Isolde sintió su presencia antes de verlo. Una presión en el pecho. Un latido que no era suyo. Un verbo que no había pronunciado jamás.

—Está regresando —dijo—. Pero no como antes.

Valerius se acercó. Su mirada escarlata se oscureció.

—¿Qué significa eso?

—Que no viene solo.

*

Tharion emergió del suelo como una montaña que decide caminar. No tenía rostro. No tenía forma fija. Era piedra líquida, fuego contenido, sombra con memoria.

A su alrededor, flotaban los verbos dormidos.

No eran palabras.

Eran gestos que nunca se hicieron. Sueños que nadie soñó. Historias que se negaron a comenzar.

Nyra cayó de rodillas.

—No puedo leerlos. Me deshacen.

Maelis intentó escribir uno. Su tinta se evaporó.

—No quieren ser registrados. Solo reconocidos.

Caelis danzó. Pero su cuerpo se detuvo en seco.

—No responden al ritmo. Solo al silencio.

Isolde se acercó a Tharion. La Biblioteca Viviente se desplegó detrás de ella, como si temiera lo que estaba por venir.

—¿Por qué ahora? —preguntó.

Tharion no habló. Pero los verbos dormidos comenzaron a girar a su alrededor. Uno se acercó a Isolde. Se alojó en su piel. Y ella vio.

Una historia que comenzaba con un gesto que nadie se atrevió a hacer.

Una traición que nunca ocurrió.

Un amor que se negó a nacer.

—Son posibilidades —dijo—. Pero también advertencias.

Valerius la tomó del brazo.

—¿Y si los despiertas?

—Entonces Elaria cambiará. No por elección. Por consecuencia.

*

Los clanes se reunieron en el Coro del Recuerdo. Esta vez, no para danzar. Para decidir.

Cada verbo dormido flotaba sobre una columna de luz. Cada uno tenía un ritmo distinto. Algunos eran suaves, como suspiros. Otros, violentos, como tormentas.

Nyra propuso un ritual.

—Uno que no despierte. Que escuche.

Caelis diseñó una danza sin pasos. Solo pausas.

Maelis escribió en el aire, usando el viento como tinta.

Isolde se colocó en el centro. El símbolo en su pecho comenzó a vibrar con fuerza.

—No todos los verbos deben ser vividos —dijo—. Algunos… solo necesitan ser reconocidos.

Tharion se acercó. Su cuerpo se deshizo en fragmentos. Cada uno se convirtió en un verbo dormido. Y los clanes comenzaron a rodearlos.

No para activarlos.

Para acompañarlos.

*

Esa noche, Isolde soñó con una historia que no tenía final.

Una mujer que caminaba sin destino. Un hombre que la seguía sin nombre. Un gesto que se repetía sin sentido.

Al despertar, comprendió.

—Algunos verbos no están dormidos. Están esperando.

Valerius la miró.

—¿Esperando qué?

—Que alguien los viva sin miedo.

*

En el amanecer, los clanes decidieron.

Cada uno adoptó un verbo dormido. No como poder. Como promesa.

Nyra eligió uno que significaba “escuchar sin preguntar”.

Caelis, uno que decía “moverse sin intención”.

Maelis, uno que era “recordar lo que nunca ocurrió”.

Isolde eligió el más silencioso.

Uno que no tenía forma.

Uno que, al tocarlo, se convirtió en luz.

—¿Qué significa? —preguntó Valerius.

Ella sonrió.

—“Ser historia sin necesidad de ser contada.”

Tharion se deshizo en viento. Los verbos dormidos se alojaron en los cuerpos de los clanes. Y Elaria, por primera vez, no solo escribió.

Encarnó.

Porque ahora, incluso lo que no se vive… puede ser verbo.

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