Resumen del capítulo anterior: 
Tharion regresa desde las profundidades, trayendo consigo los verbos dormidos: gestos que nunca se hicieron, sueños que nadie soñó, historias que se negaron a comenzar. Los clanes deciden acompañarlos sin activarlos, reconociendo que no todo debe vivirse. Isolde elige un verbo silencioso que significa “ser historia sin necesidad de ser contada”. Los verbos dormidos se alojan en los cuerpos de los clanes, y Elaria comienza a encarnar posibilidades que antes solo se intuían.
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Caelis no sabía que el verbo que había elegido cambiaría el ritmo del mundo.
“Moverse sin intención.”
Parecía simple. Pero al danzarlo, el suelo dejó de responder como antes. No vibraba. No escribía. Solo… se abría.
—No estoy caminando —dijo Caelis—. Estoy cayendo en gestos que aún no existen.
Nyra lo observó desde el borde del Coro del Recuerdo. Cada paso de Caelis parecía deshacer el tiempo. A veces, aparecía en dos lugares a la vez. A veces, su sombra se movía antes que él.
—Está alterando la secuencia —susurró—. El verbo no obedece la línea temporal.
Maelis intentó registrar el fenómeno. Pero sus palabras se reordenaban solas. Lo que escribía como “inicio” aparecía como “final”. Lo que pensaba como “presente” se convertía en “eco”.
Isolde se acercó a Caelis. El símbolo en su pecho vibraba con urgencia.
—¿Puedes detenerte?
—No —respondió él—. Porque no estoy eligiendo moverme. El verbo lo hace por mí.
Valerius frunció el ceño.
—¿Y si este verbo no quiere ser vivido… sino liberado?
*
La Biblioteca Viviente se desplegó en espiral. Sus columnas giraban en direcciones opuestas. Los símbolos flotaban sin orden. Algunos se duplicaban. Otros se borraban.
—Está perdiendo coherencia —dijo Nyra—. Como si el tiempo la estuviera deshaciendo.
Isolde colocó la mano sobre una columna. Sintió una historia que ya había vivido… pero que aún no había ocurrido.
—Es mi encuentro con Lilith —dijo—. Pero no como recuerdo. Como posibilidad.
Valerius la tomó del brazo.
—¿Y si el verbo de Caelis está abriendo puertas que no deben cruzarse?
—Entonces debemos aprender a caminar sin intención —respondió Isolde—. Para entender sin alterar.
*
Los clanes se reunieron en el Valle de los Ecos. Allí, donde el sonido se convierte en memoria, intentaron danzar el verbo de Caelis.
Algunos desaparecieron por segundos. Otros envejecieron en un solo paso. Un niño habló con la voz de su abuelo. Una anciana lloró por un hijo que aún no había nacido.
—El tiempo se está deshaciendo —dijo Maelis—. Pero no como ruptura. Como reescritura.
Caelis se detuvo. Su cuerpo temblaba. No de agotamiento. De exceso.
—He visto gestos que aún no existen. He sentido amores que no me pertenecen. He vivido muertes que no han ocurrido.
Isolde lo abrazó.
—¿Y qué has aprendido?
—Que el tiempo no es línea. Es verbo. Y ahora… está conjugándose en todos nosotros.
*
La Biblioteca comenzó a proyectar símbolos nuevos. No eran palabras. Eran secuencias. Fragmentos de tiempo que se movían como danza.
Nyra los llamó “los tiempos flotantes”.
Cada uno podía ser vivido sin orden. Un gesto del futuro. Un suspiro del pasado. Un silencio del presente.
Valerius intentó seguir uno. Al hacerlo, vio a Lilith en su infancia. Luego, a Isolde en su muerte. Luego, a sí mismo… llorando por algo que aún no había perdido.
—No quiero vivir lo que aún no ha ocurrido —dijo.
Isolde lo miró con ternura.
—Entonces vive lo que está ocurriendo… aunque no sepas cuándo.
*
Esa noche, los clanes decidieron guardar los tiempos flotantes en cuerpos elegidos. No como poder. Como responsabilidad.
Caelis fue el primero.
—No para controlar —dijo—. Para acompañar.
Isolde recibió uno. Era un gesto que solo podía hacerse cuando nadie lo miraba.
Valerius recibió otro. Era una palabra que solo podía pronunciarse cuando ya no se necesitaba.
Nyra, Maelis, Ashael… todos recibieron fragmentos.
Y Elaria, por primera vez, no solo encarnó verbos.
Encarnó tiempo.
*
Al amanecer, el Coro del Recuerdo se transformó. Ya no era círculo. Era espiral. Cada paso se conectaba con otro… sin importar cuándo ocurrió.
La Biblioteca Viviente se replegó en forma de reloj sin manecillas.
Isolde danzó.
No para escribir.
Para sostener.
Porque ahora, el mundo no solo vivía.
Se conjugaba.
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