La esposa del vampiro

La Esposa del Vampiro Capítulo 32: El gesto invisible

Resumen del capítulo anterior:
Caelis elige el verbo “moverse sin intención”, que altera la percepción del tiempo. Elaria comienza a experimentar fragmentos del pasado y del futuro como si fueran parte del presente. Los clanes reciben “tiempos flotantes”, secuencias que se pueden vivir sin orden. Isolde recibe un gesto que solo puede hacerse cuando nadie la mira. La Biblioteca Viviente se transforma en un reloj sin manecillas, y el Coro del Recuerdo se convierte en espiral. El mundo ya no solo vive: se conjuga.

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Isolde despertó antes que el sol.

El Coro del Recuerdo dormía. Los clanes descansaban. La Biblioteca latía en silencio, como si respetara el momento.

Ella se levantó sin hacer ruido. Caminó descalza por el Valle de los Susurros, donde el viento no habla, pero escucha. Sabía que el gesto que había recibido no podía hacerse frente a otros. No por vergüenza. Por naturaleza.

—Solo puede existir en la ausencia de mirada —le había dicho el niño con ojos de tinta antes de desaparecer.

Isolde llegó a un claro rodeado de árboles que no tenían hojas, solo símbolos flotantes. Allí, se detuvo. Cerró los ojos. Y comenzó a moverse.

No danzaba.

No caminaba.

No actuaba.

El gesto era simple. Un giro de muñeca. Una inclinación de cabeza. Un paso hacia atrás que no buscaba retroceder. Cada movimiento parecía insignificante. Pero el suelo comenzó a vibrar.

No como antes.

Como si reconociera algo que había estado esperando.

*

En el Coro, Valerius despertó con un sobresalto.

—Isolde —susurró.

Nyra lo miró.

—¿La sientes?

—No. Y eso es lo que me preocupa.

Maelis abrió su cuaderno. Las páginas estaban en blanco. Pero al tocarlas, sintió calor.

—Está escribiendo sin tinta.

Caelis se incorporó. Su cuerpo aún vibraba con los tiempos flotantes.

—Ella está haciendo el gesto.

Nyra frunció el ceño.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque el mundo está dejando de mirarla.

*

En el claro, Isolde seguía moviéndose.

Cada gesto era una palabra que no necesitaba lector. Cada pausa, una confesión que no pedía respuesta. El aire se volvió más denso. No por magia. Por presencia.

Y entonces, algo cambió.

El suelo se abrió.

No como grieta.

Como página.

Una historia comenzó a emerger. No escrita. No soñada. Vivida en secreto.

Isolde la reconoció.

Era su historia.

Pero no la que había compartido.

La que había escondido.

*

La Biblioteca llegó al claro. No caminando. Flotando. Sus columnas se replegaron. Sus símbolos se detuvieron. Y por primera vez… no intentó leer.

Solo acompañó.

Valerius apareció detrás de ella. No dijo nada. No se acercó. Solo observó desde lejos.

Isolde lo sintió.

Y el gesto se detuvo.

El suelo se cerró.

La historia se desvaneció.

—No puede existir si alguien la mira —susurró.

Valerius bajó la mirada.

—Entonces nunca sabré quién eres del todo.

Ella sonrió.

—Y eso… también es amor.

*

Esa noche, los clanes se reunieron en silencio.

Isolde se colocó en el centro. No para danzar. Para hablar.

—Hay gestos que solo existen en la intimidad. No porque sean débiles. Porque son sagrados.

Nyra asintió.

—Y si no pueden ser vistos… ¿cómo los compartimos?

—Con presencia —respondió Isolde—. No con mirada. Con respeto.

Maelis escribió una frase en el aire:

> “Lo que no se muestra, también transforma.”

Caelis propuso un nuevo ritual.

—Cada uno hará un gesto invisible. No para que lo vean. Para que lo sientan.

Los clanes aceptaron.

Y Elaria, por primera vez, se movió sin testigos.

*

Al amanecer, el Coro del Recuerdo brillaba con una luz tenue.

No era fuego.

No era magia.

Era intimidad.

La Biblioteca proyectó un símbolo nuevo. Uno que no podía ser leído. Solo sentido.

Isolde lo tocó.

Y en ese instante… todos comprendieron.

El gesto invisible había escrito una historia que no necesitaba palabras.

Porque ahora, incluso lo que no se ve… puede cambiar el mundo.

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