La esposa del vampiro

La Esposa del Vampiro Capítulo 35: La hoja que aún no sabe

Resumen del capítulo anterior:
La Biblioteca Viviente se transforma en bosque. Sus columnas se convierten en árboles, sus símbolos en hojas que vibran con gestos invisibles. Cada hoja guarda una historia que no puede leerse, solo compartirse en silencio. Isolde encuentra una hoja distinta: no recuerda, no vibra, no revela. Solo espera. Al tocarla, comprende que es su historia, la que aún no ha vivido. Elaria comienza a escribir con raíces, y el lenguaje se vuelve vegetal, íntimo, encarnado.

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La hoja no temblaba.

No se movía con el viento, ni respondía al tacto. Era opaca, sin color, sin vibración. Pero Isolde sabía que no estaba muerta. Estaba esperando.

—¿Esperando qué? —preguntó en voz baja, sin esperar respuesta.

Valerius la observaba desde el borde del claro. No se acercaba. No intervenía. Había aprendido que algunas historias solo florecen en soledad.

Isolde se sentó frente al árbol. La hoja flotaba a la altura de su rostro, suspendida por una rama que parecía no pertenecer al tiempo.

—Si eres mi historia… ¿por qué no me hablas?

La hoja no respondió. Pero el aire cambió.

No se volvió más frío ni más cálido. Se volvió más presente.

*

Nyra llegó con los elegidos del viento. Caelis danzaba en espiral, intentando leer el ritmo del bosque. Maelis sostenía una hoja que lloraba sin sonido.

—La tuya es distinta —dijo Nyra, al ver la hoja de Isolde—. No vibra. No recuerda. No sueña.

—Entonces… ¿qué hace?

Nyra se acercó. Cerró los ojos. Escuchó.

—Escribe. Pero no en ti. En lo que aún no sabes que eres.

Isolde frunció el ceño.

—¿Cómo puede escribir sin saber?

—Como el viento —respondió Nyra—. Que no sabe a dónde va, pero deja huella.

*

Esa noche, Isolde decidió seguir la hoja.

No físicamente.

Intuitivamente.

Cada paso que daba en el bosque parecía abrir una posibilidad. Un gesto que no había considerado. Una emoción que no había sentido. Un recuerdo que no era suyo, pero que la llamaba.

Valerius la siguió en silencio.

—¿Estás segura de que esto no te romperá?

Isolde lo miró.

—¿Y si romperme es la única forma de florecer?

*

La hoja comenzó a moverse.

No como respuesta.

Como invitación.

Se elevó por encima del árbol. Flotó hacia el cielo. Y allí, se deshizo.

Pero no desapareció.

Se convirtió en viento.

Y el viento… comenzó a escribir.

No en papel.

En gesto.

Isolde sintió cómo su cuerpo se movía sin intención. Cada paso era una sílaba. Cada giro, una pregunta. Cada pausa, una decisión.

—Estoy escribiendo mi historia —susurró—. Pero no con palabras. Con elección.

*

La Biblioteca Viviente, ahora bosque, comenzó a vibrar.

Los árboles se inclinaron. Las hojas se elevaron. Las raíces se iluminaron.

Maelis escribió en el aire:

> “Cuando la historia no se sabe… el cuerpo la inventa.”

Nyra danzó sin ritmo. Caelis lloró sin saber por qué. Valerius se arrodilló.

Isolde se colocó en el centro del claro.

Y el viento… la envolvió.

*

Lo que ocurrió después no fue visión.

Fue revelación.

Isolde vio tres caminos.

Uno la llevaba a convertirse en guardiana del bosque, renunciando a todo gesto visible.

Otro la llevaba a enfrentar al Olvido, que aún dormía bajo las raíces del mundo.

El tercero… la llevaba a Valerius.

Pero no como amante.

Como historia compartida.

—¿Debo elegir? —preguntó.

El viento respondió con una vibración suave.

No.

Debes vivirlos todos.

*

Al amanecer, Isolde despertó con una hoja nueva sobre su pecho.

Era distinta.

Tenía color.

Tenía ritmo.

Tenía memoria.

Pero no era suya.

Era de Elaria.

—El bosque ha comenzado a escribir con mi cuerpo —dijo.

Valerius la abrazó.

—¿Y tú?

—Yo… estoy aprendiendo a leerme.

*

Los clanes se reunieron en el Coro del Recuerdo.

Isolde compartió su hoja.

No como mensaje.

Como espejo.

Cada uno la tocó.

Y vio algo distinto.

Nyra vio a su madre.

Caelis vio un gesto que aún no había danzado.

Maelis vio una palabra que aún no existía.

Valerius… vio a Lilith.

Pero no como pasado.

Como posibilidad.

—¿Qué significa esto? —preguntó.

Isolde lo miró.

—Que mi historia… también puede ser tuya.

*

La Biblioteca proyectó un símbolo nuevo.

Uno que no era verbo.

Ni gesto.

Ni tiempo.

Era raíz.

Y al tocarlo… todos comprendieron.

Elaria ya no escribe desde lo que sabe.

Escribe desde lo que aún no se ha atrevido a imaginar.

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