La Esquina

4

El equilibrio del grupo

El ruido de la puerta cerrándose resonó en sus oídos, y Carlota se quedó allí, mirando la taza de café olvidada entre sus manos. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Qué quería decir con todo eso?

Su mente daba vueltas, y por más que intentara comprender lo que acababa de suceder, una única pregunta se mantenía firme en su interior:

¿A qué se refería con "lo que estamos a punto de descubrir"?

Con una sensación extraña en el estómago, Carlota decidió que no podía irse a casa sin saber más. Tenía que encontrar respuestas.

Carlota se quedó mirando el café que había dejado medio tomado, mientras las palabras de Marcos se repetían en su cabeza. No era el tipo de chico que esperaba encontrar, pero, al mismo tiempo, algo en su mirada le decía que podía ser algo más. Algo que no sabía cómo definir, pero que sentía profundamente.

Lo que había comenzado como una simple curiosidad sobre un chico que había cruzado su camino en un bar, ahora se sentía como algo mucho más grande. Algo que tocaba su corazón de una manera que no entendía. La idea de que él estuviera tan cerca de ella, hablando de algo tan... real, la desconcertaba, pero también la atraía de una manera que no podía ignorar.

Cuando salió del café, el aire fresco de la tarde la acarició. El bullicio de la ciudad seguía su curso, pero Carlota sentía que todo a su alrededor había cambiado. Algo había comenzado a gestarse dentro de ella, y no sabía si era una chispa o una llama. Sin embargo, no podía dejar de pensar en lo que había sentido en el bar: esa mirada, esa conexión momentánea.

No era el tipo de relación que había soñado. No era un cuento de hadas donde todo se alinea a la perfección. Era más confuso, más real, con dudas, inseguridades y cosas no dichas. Pero eso, pensó Carlota mientras caminaba hacia su coche, podía ser lo que lo hacía interesante.

Cuando llegó a casa, Luna estaba en la sala, con su típica energía vibrante, sentada en el sofá con el móvil en las manos.

–¿Te encuentras bien? preguntó Luna al verla entrar. Pareces un poco... perdida.

Carlota se dejó caer en el sofá, mirando a su amiga con una mezcla de confusión y excitación.

–Estoy bien, solo... hay algo que no puedo dejar de pensar.

Luna dejó su móvil a un lado y se sentó junto a ella, prestando toda su atención.

–¿Marcos? preguntó con una sonrisa pícara.

Carlota la miró, sorprendida.

–¿Cómo lo sabes?

–Porque esa es la cara que pones cuando algo te está volviendo loca, amiga. ¿Qué pasó?

Carlota suspiró y le contó todo lo que había sucedido en el café: desde la mirada enigmática de Marcos hasta sus palabras llenas de misterio y cómo, a pesar de todo, algo en ella no podía dejar de sentirse atraída por él.

–Es como si hubiera algo entre nosotros que no puedo describir. Carlota habló con una voz suave, como si fuera una revelación. Pero no es solo eso. Es que… es real, Luna. Algo en él me hace sentir que esto puede ser diferente, que no se trata solo de un capricho pasajero.

Luna la observó en silencio por un momento, entendiendo perfectamente lo que su amiga quería decir. No había juicio, solo comprensión.

–Eso es porque te gusta. Y si te gusta, no hay necesidad de buscar razones. El amor no siempre debe tener sentido, Carlota. No todo en la vida tiene que ser perfecto o encajar en un molde. Es solo un sentimiento, y eso está bien.

Carlota sonrió, agradecida por las palabras de Luna. Sabía que tenía razón. No todo tenía que ser una historia perfecta, como las que leía en los libros. Quizá esa era la belleza del momento, que no era predecible, que era genuino.

–¿Y si esto no es lo que espero? preguntó Carlota, un poco insegura.

Luna la miró con una sonrisa amplia.

–Lo descubrirás. Pero lo importante es que disfrutes el viaje. El amor no tiene que ser perfecto para ser real. Si realmente te importa, si realmente sientes algo por él, hazlo. No te arrepientas de seguir lo que sientes.

Carlota pensó en eso mientras las palabras de Luna se asentaban en su mente. No tenía que entenderlo todo ahora mismo. Lo que sentía por Marcos era real, lo sentía en su pecho. Y tal vez, solo tal vez, ese algo inexplicable entre ellos podía llevarla a un lugar nuevo, un lugar donde el amor adolescente pudiera ser más auténtico y sincero de lo que nunca había imaginado.

El sábado siguiente, Carlota no se lo pensó demasiado. Decidió ir a ese bar otra vez. No sabía si Marcos estaría allí, pero no le importaba. Lo único que sabía era que, si quería entender lo que pasaba, tenía que enfrentarlo. Con o sin respuestas, tenía que seguir lo que su corazón le decía.

Al llegar al bar, el ambiente seguía siendo el mismo, cálido y acogedor, pero de alguna manera, el espacio parecía más significativo ahora. Se acercó a la barra y pidió un café con leche, con la intención de esperar y ver si Marcos aparecía.

Pasaron unos minutos y, cuando casi había perdido la esperanza, vio la puerta abrirse. Allí estaba él, con esa chaqueta gris, el mismo aire relajado y la mirada profunda. No se acercó de inmediato, pero cuando sus ojos se encontraron, Carlota sintió que su corazón latía más rápido.




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