La Esquina

7

El viaje que lo cambió todo

Luna, siempre directa, le ofreció una perspectiva diferente. –Carlota, no todas las personas saben cómo compartir todo de inmediato. Tal vez Marcos necesita tiempo para sentirse lo suficientemente cómodo. Pero si de verdad te importa, tienes que tener paciencia. El amor no es forzar las cosas, es aprender a aceptar el ritmo del otro.

Las palabras de Luna resonaron en Carlota. En lugar de presionarlo, decidió ser paciente, aunque no siempre fuera fácil.

Unos días después, Marcos la sorprendió. La invitó a su apartamento, algo que no había hecho antes, y la recibió con un cuaderno en las manos.

–Quiero mostrarte algo –dijo, con un tono que mezclaba nervios y determinación.

Cuando Carlota abrió el cuaderno, encontró una serie de dibujos. Algunos eran paisajes, otros eran abstracciones, pero lo que realmente la conmovió fueron las páginas llenas de retratos de ella. Había capturado su sonrisa, su expresión pensativa, incluso la forma en que su cabello caía sobre sus hombros.

–Siempre dibujo lo que me inspira –dijo Marcos, mirándola a los ojos–. Y tú eres mi mayor inspiración.

Carlota sintió que las lágrimas llenaban sus ojos. En ese momento, comprendió que, aunque Marcos no siempre supiera cómo expresar sus sentimientos con palabras, lo hacía a través de sus dibujos, y eso significaba mucho más de lo que ella había imaginado.

Una noche, mientras paseaban por la ciudad, Marcos le habló de algo que había estado guardando.

–Quiero que sepas algo sobre mí, Carlota –dijo, deteniéndose junto a un banco bajo un farol.

Carlota, preocupada por el tono serio de su voz, lo miró con atención.

–Siempre he tenido miedo de fallar –confesó él–. En todo. En mi carrera, en mis relaciones, incluso contigo. A veces siento que no soy suficiente, y eso me hace alejarme. Pero no quiero que eso pase contigo. Estoy tratando de ser mejor, porque tú mereces lo mejor.

Carlota tomó sus manos con firmeza, mirándolo directamente a los ojos. –No tienes que ser perfecto para mí, Marcos. Solo tienes que ser tú. Estoy aquí, para lo bueno y para lo malo. Pero tienes que dejarme estar contigo, incluso en los momentos difíciles. No puedes cargar con todo tú solo.

Marcos sonrió levemente, como si las palabras de Carlota hubieran aliviado un peso que llevaba consigo. –Gracias. No sé cómo lo haces, pero siempre logras que todo sea más fácil.

Con el tiempo, Carlota y Marcos comenzaron a hablar sobre sus planes para el futuro. No eran grandes sueños ni promesas imposibles, sino pequeñas metas que querían alcanzar juntos: un viaje a una ciudad cercana, aprender a cocinar algo nuevo, o incluso pasar un día entero viendo sus películas favoritas.

Un fin de semana, decidieron hacer una escapada a un pequeño pueblo costero. Allí, mientras caminaban por la playa al atardecer, Marcos tomó un puñado de arena y dejó que se deslizara entre sus dedos.

–Esto es lo que quiero –dijo, mirando el horizonte–. Momentos como este, contigo. No necesito nada más.

Carlota se acercó, apoyando su cabeza en su hombro. –Y yo tampoco. Porque esto, lo que tenemos, es real. No es perfecto, pero es nuestro. Y eso es lo único que importa. La relación de Carlota y Marcos se convirtió en una combinación de risas, aprendizajes y un profundo respeto mutuo. Habían aprendido a enfrentarse juntos a las inseguridades, a las diferencias, y a los desafíos que inevitablemente surgían. Pero lo más importante, habían aprendido que el amor no era solo un sentimiento, sino una elección diaria de estar el uno para el otro.

Por otro lado, para Luna y Álex, todo siempre había sido fácil. Las bromas, las conversaciones interminables, y la manera en que compartían momentos sin necesidad de decir demasiado. Sin embargo, cuando Carlota comenzó a salir con Marcos, la dinámica del grupo cambió. Ambos pasaron más tiempo juntos, lo que despertó sentimientos que llevaban años en silencio, especialmente en Álex.

Una tarde, Luna y Álex estaban en el parque, después de una larga caminata. Habían hablado de todo y de nada, como solían hacerlo, pero había algo diferente en el aire.

–¿Nunca te has preguntado cómo sería nuestra vida si no fuéramos solo amigos? —preguntó Álex de repente, con un tono casual que buscaba esconder algo más.

Luna se detuvo en seco, su mente procesando sus palabras. –¿Por qué preguntas eso?

Álex se encogió de hombros, como si quisiera restarle importancia, pero su mirada lo traicionaba. –No sé. Supongo que a veces pienso en cómo todo podría haber sido diferente si hubiera tenido el valor de decir lo que sentía antes.

Luna sintió un nudo en el estómago. No era la primera vez que esas palabras rondaban en su mente, pero escucharlas salir de la boca de Álex hacía que todo pareciera más real. –¿Y qué sientes ahora?

Álex la miró, vacilante. –Siento que eres más importante para mí de lo que debería admitir. Y que, pase lo que pase, siempre quiero que estés en mi vida. Pero también tengo miedo de arruinar lo que ya tenemos. Después de esa conversación, las cosas entre ellos se volvieron un poco más complicadas. Aunque intentaban mantener la misma dinámica de siempre, había una tensión subyacente que ambos intentaban ignorar.




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