La Esquina

11

Raices y verdades

El café donde habían compartido tantos momentos seguía igual, aunque para Carlota, cada rincón parecía estar impregnado de una nostalgia dulce y punzante. Llegó temprano, inquieta, ajustándose constantemente el cabello y repasando mentalmente todo lo que quería decir, pero no sabía cómo expresar.

El primero en llegar fue Marcos. Al verlo, Carlota sintió una mezcla de familiaridad y sorpresa. Había algo en él que seguía siendo el mismo Marcos de siempre, pero con un aire de madurez que lo hacía parecer más seguro, más completo.

–Llegaste temprano –comentó Marcos, sonriendo mientras tomaba asiento frente a ella.

Carlota se encogió de hombros, con una sonrisa nerviosa. –No quería perderme el momento.

Ambos se quedaron en silencio por unos segundos, el ruido del café llenando los vacíos entre ellos. Finalmente, Marcos habló.

–Es bueno verte, Car. Aunque me siento como si hubieran pasado décadas.

–Lo sé –respondió Carlota, mirando sus manos–. A veces siento que he vivido tantas vidas desde la última vez que estuve aquí. Pero también siento que nada ha cambiado.

Marcos asintió, su mirada fija en ella. –¿Y eso es bueno o malo?

Carlota levantó la vista, encontrándose con sus ojos. –No lo sé. Supongo que depende de lo que pase después.

Antes de que pudieran profundizar más, Luna y Álex llegaron casi al mismo tiempo, llenando el espacio con su energía característica.

–¡Esto se siente como una reunión de antiguos alumnos! –dijo Luna, abrazando a Carlota con fuerza antes de girarse hacia Marcos y Álex.

–¿Y yo qué? ¿Solo un apretón de manos? –bromeó Álex, extendiendo los brazos dramáticamente.

Luna rodó los ojos antes de abrazarlo brevemente. –No seas pesado. Ya es suficiente con soportarte otra vez.

A pesar de las bromas y las risas, había una tensión palpable en el aire. Las diferencias entre quiénes eran y quiénes habían llegado a ser se sentían en cada gesto, en cada pausa.

La conversación comenzó con torpeza, pero pronto las barreras empezaron a caer.

Luna habló sobre su negocio, una pequeña marca de diseño sostenible que había fundado después de su intercambio. Su energía al hablar era inconfundible, pero también había una vulnerabilidad que Carlota notó inmediatamente.

–No ha sido fácil –admitió Luna–, pero ha valido la pena. Aunque a veces siento que todavía estoy buscando algo más.

Álex, ahora entrenador en un programa juvenil de fútbol, también compartió sus experiencias, aunque de forma más breve. Había encontrado una satisfacción inesperada en trabajar con adolescentes, ayudándolos a descubrir su potencial.

–Es gratificante, pero no voy a mentir: a veces siento que estoy viviendo la vida de otra persona –dijo Álex, riendo suavemente–. Nunca pensé que terminaría haciendo esto, pero aquí estoy.

Cuando llegó el turno de Carlota, habló sobre su carrera con orgullo, pero también con una honestidad que sorprendió a todos.

–A veces me pregunto si estoy sacrificando demasiado –dijo, mientras jugaba con la cucharilla de su café–. Me encanta lo que hago, pero hay días en los que me siento completamente sola.

Marcos la miró con atención, como si entendiera algo que los demás no podían ver.

–Tal vez la soledad no es un precio, sino una señal –dijo–. Una señal de que necesitas encontrar un nuevo equilibrio.

Las palabras de Marcos resonaron en Carlota, pero antes de que pudiera responder, Luna intervino.

–¿Y tú, Marcos? ¿Qué hay de ti? Siempre estás tan tranquilo, pero apuesto a que tienes tus propias historias.

Marcos sonrió con modestia. –He estado trabajando en mi programa. Ha crecido más de lo que imaginé, pero siempre hay nuevos desafíos. Creo que, como todos, todavía estoy buscando el balance entre lo que hago y lo que quiero.

–¿Y qué quieres? –preguntó Carlota, sin darse cuenta de que lo había dicho en voz alta.

Marcos la miró directamente, su expresión suave pero intensa. –Todavía estoy resolviéndolo. Pero creo que estoy más cerca de entenderlo.

La conversación se volvió más ligera, pero las emociones subyacentes continuaron burbujeando.

Cuando salieron del café al anochecer, el grupo decidió dar un paseo por la ciudad, recorriendo lugares que habían sido importantes para ellos. Las calles familiares los envolvieron en una nostalgia que, en lugar de ser dolorosa, se sintió como un abrazo cálido.

Frente a un mural que había sido pintado recientemente, Luna se detuvo, observando las formas abstractas con detenimiento.

–A veces pienso que las relaciones son como esto –dijo, señalando el mural–. Caóticas, llenas de colores que no siempre parecen encajar. Pero cuando las miras desde cierta distancia, todo tiene sentido.

Carlota, Álex y Marcos se quedaron en silencio, absorbiendo las palabras. Cada uno sabía que lo que tenían, aunque imperfecto, seguía siendo hermoso.

El reencuentro no resolvió todos los problemas, pero plantó una semilla. Una promesa tácita de seguir construyendo su conexión, de no perderse en el caos de sus vidas individuales.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.