El peso de las decisiones
Esa noche, cuando Carlota regresó a su apartamento después de su caminata con Luna, una sensación de inquietud la acompañaba. No solo por lo que había hablado con su amiga, sino por lo que se había propuesto hacer en su vida. La decisión que había tomado esa tarde, de quedarse en la ciudad, de rechazar las propuestas artísticas que tan lejos la habrían llevado, pesaba sobre ella de una forma que no había anticipado. Se detuvo frente a la puerta, mirando la pequeña caja con recuerdos que había dejado sobre la mesa semanas atrás, y respiró hondo.
Sin embargo, no podía ignorar lo que sentía en su pecho. Sabía que había hecho lo correcto al rechazar las oportunidades que la habrían mantenido alejada, pero el sacrificio no era tan simple como parecía. "¿Qué estoy haciendo?" pensó, mientras se dejaba caer en el sofá, mirando los correos electrónicos en su teléfono, los cuales aún no había respondido. El hecho de que la ciudad que tanto había dejado atrás, con todos sus recuerdos, ahora se sintiera como un refugio inesperado, la confundía.
De repente, sonó su teléfono. Era Marcos. Carlota no había esperado su llamada, pero sabía que tarde o temprano debía hablar con él. Se sentó en el borde del sofá y deslizó el dedo por la pantalla.
–¿Hola? su voz sonó más nerviosa de lo que habría querido.
–Carlota, ¿cómo estás? La voz de Marcos era cálida, pero se podía escuchar la preocupación debajo.
–Estoy bien, solo… pensando. Es todo un proceso, ya sabes. Estuve tomando decisiones hoy. Algunas grandes.
Hubo un silencio por un momento y Carlota se preguntó si él había notado la seriedad de su tono. "Tal vez está esperando que le diga algo sobre mi decisión", pensó.
–¿Te gustaría hablar de eso? –preguntó Marcos, sin presionar, pero con un tono de voz que la invitaba a abrirse.
Carlota miró el teléfono, dejando que las palabras se formaran en su mente. No sabía si estaba lista para decirle todo lo que sentía, o si incluso podía explicar lo que realmente había sucedido dentro de ella. Pero sentía que tenía que hacerlo. "No puedo seguir sin hablarlo," pensó.
–Marcos… –comenzó con voz temblorosa–. Tomé una decisión que no esperaba. Decidí quedarme aquí, en la ciudad. No voy a irme lejos, a hacer todas esas exposiciones que siempre soñé.
Hubo un largo silencio, tan largo que Carlota comenzó a preguntarse si Marcos había colgado. Pero entonces, escuchó su respiración.
–¿Estás segura de eso? –preguntó él suavemente.
–Sí. Me siento bien, aunque… siento que estoy renunciando a algo grande. Pero lo que más quiero ahora es estar cerca de las personas que realmente importan.
Cuando Carlota terminó, sintió una especie de peso aliviado caer sobre sus hombros. Las palabras que había temido tanto decir ya estaban afuera, y aunque el futuro seguía siendo incierto, algo en su interior ya comenzaba a sentirse en paz con la decisión.
–Eso es todo lo que necesito saber, Carlota –dijo Marcos, finalmente. La calidez en su voz le dio la tranquilidad que tanto buscaba.
–¿No te molesta? –preguntó, mirando al vacío.
–No. De hecho, me siento aliviado. Lo que más quiero es verte feliz, y sé que esto es lo que realmente quieres ahora. Me gustaría estar a tu lado en eso.
Carlota dejó escapar una risa baja, casi sorprendida por la respuesta. –Gracias, Marcos. En serio. No sé qué haría sin ti.
–Y no tienes que averiguarlo –respondió él, con la voz llena de una promesa silenciosa–. Siempre estaré aquí.
Mientras tanto, Luna también había llegado a su apartamento tras su caminata con Carlota. Aunque había sido una conversación sincera, un tanto dolorosa, Luna sabía que era lo mejor para los dos. "Estamos cambiando, y si no lo hacemos ahora, podría ser demasiado tarde." Se permitió pensar en Álex, en las veces que habían estado cerca pero nunca del todo juntos. La distancia que había crecido entre ellos no era solo física, sino emocional. Había una parte de ella que aún lo amaba, pero también sabía que no podía seguir viviendo a la sombra de lo que podría haber sido.
Luna se cambió rápidamente, quitándose las botas de caminar y lanzándolas al lado. Caminó hasta la ventana de su apartamento, mirando la ciudad que ya conocía tan bien pero que ahora parecía tan ajena. La luz de los edificios reflejaba su propia lucha interna. "¿Y si me estoy perdiendo de algo?" pensó. Pero, al mismo tiempo, sabía que seguir con Álex en esa incertidumbre no la llevaría a ningún lado. "Si realmente nos importamos, sabremos cómo encontrar nuestro camino de vuelta," pensó mientras tomaba su teléfono y enviaba un mensaje a Álex.
"Creo que necesitamos hablar."
Cuando Álex recibió el mensaje de Luna, un nudo apareció en su estómago. "No sé si estoy listo para esto," pensó, pero sabía que no podía seguir evadiendo lo que ambos ya sabían: había algo entre ellos que no estaba siendo resuelto. Tras dejar el mensaje de Luna en vista, se sentó en el sofá con la cabeza entre las manos. El trabajo lo mantenía ocupado, pero su mente siempre regresaba a la misma pregunta: "¿Qué realmente quiero de todo esto?"
El teléfono vibró. Luna le había propuesto encontrarse, y aunque la idea de enfrentar lo que venía le provocaba algo de temor, sabía que no podía seguir viviendo en la incertidumbre. Se levantó, puso su abrigo y salió al encuentro de Luna, sabiendo que esa conversación definiría más que su relación. Definiría lo que ellos dos aún eran, o lo que podían llegar a ser.