Un respiro entre días
Era un día soleado en la ciudad, el tipo de día que invitaba a salir y disfrutar del aire libre. Carlota despertó temprano, como siempre lo hacía, y mientras estiraba los brazos al despertarse, la luz del sol se filtró a través de las cortinas. La habitación estaba tranquila, sin ruido, solo el suave susurro del viento que se colaba por la ventana. Se levantó de la cama con un suspiro, como si se estuviera deshaciendo de los restos de un sueño tranquilo.
Decidió preparar café antes de salir a la calle. Sabía que no iba a ser un día lleno de compromisos o decisiones grandes, sino simplemente uno de esos días en los que todo parecía estar en su lugar. Mientras el café se hacía, Carlota miraba por la ventana, observando cómo los edificios y las calles se llenaban lentamente de actividad. El bullicio de la ciudad, que siempre la había asustado, ahora la llenaba de una calma casi reconfortante.
Con el café en mano, se sentó en el sillón de su sala y miró su teléfono, revisando rápidamente los mensajes y correos electrónicos que había recibido. Nada urgente. Nada que necesitara de su atención inmediata. Decidió dejarlo a un lado y, en lugar de sumergirse en más trabajo, se levantó y se puso un abrigo ligero. "Hoy quiero salir," pensó. "Quiero disfrutar un rato sin pensar demasiado."
El día transcurrió con una sensación de ligereza. Carlota se encontró con Marcos a media tarde en el parque, un lugar que solían visitar cuando tenían algo de tiempo libre. El sol estaba en su punto más alto, y el aire fresco hacía que todo pareciera más vivo, más vibrante.
–¿Cómo te va con el proyecto de la escuela? le preguntó Carlota, mientras caminaban entre los árboles.
–Bien, aunque nunca deja de ser un desafío. A veces pienso que el sistema educativo necesita una renovación de verdad –dijo Marcos, sonriendo ligeramente–. Pero estoy disfrutando del proceso.
Carlota asintió, mirando a su alrededor. –Suena como un proyecto importante. No sé cómo lo haces, siempre tan enfocado en lo que quieres hacer. Yo aún me siento un poco perdida, a veces.
–La verdad, tampoco siempre lo tengo claro. Pero tengo la suerte de estar rodeado de gente que me impulsa a seguir adelante –respondió Marcos, mirando el cielo despejado–. A veces es solo cuestión de dar un paso y ver qué pasa.
La conversación siguió ligera, sin presiones ni grandes preguntas existenciales. Simplemente disfrutaron de la compañía del otro, dejando que el día pasara sin la necesidad de resolver nada. Se sentaron en un banco, hablando de pequeñas anécdotas y recuerdos de su tiempo juntos, riendo con facilidad.
–¿Te acuerdas cuando fuimos a ese restaurante y pedimos lo más raro del menú? recordó Carlota.
¡Oh sí! ¡La "sopa de calabaza con trufas”! –dijo Marcos, riendo–. Y al final no tenía ni un solo trozo de calabaza, solo trufas y.… algo que ni siquiera pudimos identificar.
Ambos se rieron con ganas, disfrutando de la simplicidad del momento. "Qué fácil es estar bien cuando no tenemos que preocuparnos por nada," pensó Carlota.
Más tarde, Carlota decidió caminar sola por el centro de la ciudad. No tenía prisa, simplemente quería disfrutar de la sensación de estar rodeada de la gente, sin tener que interactuar necesariamente con ellos. A veces, la ciudad tenía una forma de llenarla de energía, incluso en los días más tranquilos.
Se detuvo en una librería que solía visitar cuando necesitaba desconectar. Era pequeña y acogedora, con estanterías llenas de títulos que nunca dejaban de sorprenderla. Se adentró entre los pasillos, paseando sin rumbo fijo, observando los libros que atraían su atención.
–¿Te puedo ayudar en algo? la voz de la librera la sacó de su pensamiento.
–Solo mirando, gracias –respondió Carlota, sonriendo mientras recogía un libro con una portada vibrante.
Hoy no quería comprar nada, solo quería hojear, sentir la textura de los libros en sus manos y perderse en los títulos. Encontró uno que le recordó a sus primeros días en la universidad, cuando devoraba novelas con más pasión que cualquier otra cosa. "La gente que nunca encuentra tiempo para lo que realmente quiere", pensó mientras leía la sinopsis. "Cuánto ha cambiado todo."
La tarde se desvaneció lentamente, y Carlota decidió que era hora de volver. Al caminar de regreso a su apartamento, pasó por el parque una vez más. Esta vez, vio a Luna, sentada en una banca, mirando al horizonte, con un libro entre las manos. Carlota la reconoció al instante y decidió acercarse.
–¿Qué haces aquí? –preguntó Carlota con una sonrisa, sorprendida pero contenta de verla.
–Pensando –respondió Luna, sin mirarla al principio, como si estuviera perdida en sus pensamientos–. No tengo ganas de hacer nada, solo de estar en silencio.
Carlota se sentó junto a ella, mirando también al frente. No hicieron falta palabras, solo el silencio compartido. Luna, con su naturaleza introspectiva, sabía cuándo estaba bien simplemente estar allí, sin necesidad de hablar.
Unos minutos después, Luna cerró el libro y lo dejó a un lado. –A veces creo que lo único que realmente necesitamos es un descanso. No de las personas, sino del ruido.
Carlota asintió. –Lo sé. Hoy siento que, por fin, me estoy tomando ese descanso. He estado corriendo tanto que olvidé lo importante.