La belleza de lo simple
A medida que la noche llegaba, Carlota volvió a su apartamento, esta vez con la sensación de que las cosas no necesitaban ser tan complicadas. Había días en los que todo parecía caer en su lugar sin que hiciera nada en particular. Hoy había sido uno de esos días.
Se sentó frente a su ventana, mirando las luces de la ciudad parpadear. "A veces la respuesta no está en hacer, sino en ser," pensó. Y, por primera vez en mucho tiempo, Carlota se sintió en paz.
Al día siguiente, Marcos y Carlota decidieron hacer algo simple, casi insignificante, pero que terminó siendo importante: cocinar juntos. Marcos la invitó a su apartamento para hacer una receta que había encontrado en un libro de cocina que Carlota le había regalado tiempo atrás.
La cocina estaba llena de risas y pequeños desastres. Carlota, que no se consideraba una gran cocinera, veía a Marcos con admiración mientras este preparaba los ingredientes con precisión. Cada vez que cometía un error, Marcos solo reía y decía: "Así se hace, ¡todo es parte del proceso!"
Pasaron la tarde cocinando, probando sabores y, sobre todo, disfrutando de la compañía mutua. Para Carlota, esos momentos simples y tranquilos eran más que suficientes. "A veces, los mejores días no son los que están llenos de aventuras, sino los que están hechos de pequeñas acciones que nos hacen sentir vivos," pensó mientras probaba el plato final, sonriendo.
La noche terminó con una charla tranquila en el sofá, la luz suave de la lámpara iluminando el espacio, y Carlota se dio cuenta de que ese tipo de momentos, los sencillos y cotidianos, eran lo que realmente había estado buscando.
Y así, en medio de la rutina, la vida seguía. Sin grandes dramas ni decisiones dramáticas, pero con la certeza de que todo iba a estar bien. El futuro seguía adelante, pero Carlota ya no sentía la necesidad de correr tras él. Podía detenerse, respirar y simplemente ser. Y eso, para ella, era más que suficiente.
La semana siguiente, Carlota despertó temprano como de costumbre, pero esta vez lo hizo sin la sensación de presión que solía tener. Había algo en la calma de esos días sin apuros que la hacía sentirse más conectada con lo que realmente quería. Después de un desayuno sencillo de tostadas y café, decidió salir a dar un paseo por la ciudad, simplemente para observar cómo la vida continuaba fluyendo a su alrededor.
El aire de la mañana era fresco, y las calles, aunque transitadas, tenían una quietud que solo podía encontrarse en las primeras horas del día. Carlota caminaba sin prisa, con los ojos curiosos y atentos a las pequeñas cosas: las flores en los escaparates, los niños corriendo hacia la escuela, los cafés llenos de personas que no parecían tener un lugar al que ir. A veces se sentía como una espectadora de su propia vida, observando todo con la distancia de quien sabe que no siempre tiene que participar para ser parte de algo más grande.
Mientras caminaba, su teléfono vibró. Era un mensaje de Luna.
"¿Te apetece tomar algo en el parque esta tarde?"
Carlota sonrió, sintiendo una oleada de calidez en el pecho. Luna había sido, durante mucho tiempo, su amiga más cercana, pero en los últimos meses había comenzado a hacer más espacio en su vida para sí misma, para su arte y su trabajo. Aunque las cosas seguían siendo un poco inciertas, sabía que las personas que la rodeaban también tenían sus propios procesos. El equilibrio era algo que todavía estaba buscando, pero se sentía bien con lo que había logrado hasta ahora.
"Claro. Estaré allí a las cinco," respondió, guardando el teléfono nuevamente en su bolso.
A las cinco en punto, Carlota llegó al parque, encontrando a Luna ya sentada en uno de los bancos, observando a los niños jugar cerca de los columpios. Luna, aunque no lo mostraba con frecuencia, siempre había tenido una forma de observar el mundo como si estuviera buscando algo más, como si la superficie nunca fuera suficiente.
–¿Cómo estás? Carlota preguntó mientras se acercaba a ella.
Luna la miró, sonriendo levemente. –Bien, ya sabes, sobreviviendo.
Se sentaron en el banco, las hojas de los árboles moviéndose suavemente con el viento. Había una tranquilidad en el aire que invitaba a la conversación sin prisas. Luna, como siempre, parecía estar esperando algo.
–¿Sabes? A veces pienso que la gente no se detiene lo suficiente a mirar lo que tiene frente a ellos –comentó Luna, mirando a un grupo de adultos que pasaban caminando, charlando animadamente.
Carlota asintió, mirando el parque con la misma quietud. –Lo sé. Yo misma he pasado mucho tiempo persiguiendo cosas que no sabía si realmente quería. A veces pienso que todo lo que necesitamos es aprender a apreciar lo que ya tenemos, lo que está aquí.
Luna la miró con una leve sonrisa. –Es curioso, ¿no? Cuando dejas de buscar, las cosas empiezan a encajar. Y tal vez, solo tal vez, no hace falta cambiar tanto.
Carlota suspiró, sintiendo la verdad de sus palabras en su interior. –A veces siento que estoy tan centrada en el futuro que me olvido de lo que realmente importa. Pero hoy me siento diferente, como si estuviera... en paz.
Luna la miró por un momento, como si estuviera evaluando lo que acababa de decir. –¿Y qué es lo que realmente te hace sentir en paz, Carlota?