Caminando sin rumbo
Al día siguiente, Carlota se levantó temprano y decidió que, después de mucho tiempo, iba a retomar uno de sus viejos hábitos: caminar sin destino. A veces, cuando todo parecía demasiado agitado, solía pasear por la ciudad sin pensar en nada más que en el simple acto de caminar. Así fue como había encontrado los lugares que ahora le eran familiares y cómo había llegado a valorar la paz de la vida diaria.
Mientras caminaba por las calles, su mente divagaba, recordando el día que había decidido quedarse en la ciudad. Al principio, había sentido que algo se le escapaba, como si estuviera sacrificando una parte de sí misma al renunciar a las oportunidades que le ofrecía su carrera. Pero ahora, al caminar sin un propósito claro, se dio cuenta de que lo único que realmente había perdido era la presión constante por ser más. "Tal vez," pensó, "lo que realmente necesito no es más trabajo ni más viajes, sino más tiempo para disfrutar de lo que ya tengo."
Después de un par de horas de caminar sin rumbo fijo, se detuvo en una pequeña librería que conocía bien. Las estanterías estaban llenas de libros de arte, biografías, y novelas que nunca dejaban de sorprenderla. Al entrar, el aroma de papel y tinta la envolvió de inmediato, dándole una sensación de consuelo y familiaridad.
Se acercó a la sección de poesía, sabiendo que algo en los versos siempre lograba calmar su mente. "Un poema al día," pensó, "quizá eso es lo que necesito." Pidió al dependiente que le recomendara algo nuevo, y después de revisar un par de títulos, encontró un libro de poesía moderna que le llamó la atención. La portada simple, sin muchas pretensiones, solo con unas líneas elegantes en la esquina, le parecía perfecta. Lo compró y salió de la librería, sintiendo que, por fin, había encontrado algo que realmente quería, sin prisas, sin expectativas.
La tarde transcurrió tranquila, como si la ciudad misma hubiera decidido relajarse. Carlota se encontraba en su apartamento, sentada junto a la ventana, leyendo el libro que había comprado. Las palabras fluían sin esfuerzo, y por un momento, todo lo demás se desvaneció. Las decisiones de la vida, las relaciones, el futuro... todo se disolvió en la belleza de los versos que llenaban sus pensamientos.
Ese día, Carlota entendió que no siempre tiene que haber un gran cambio para sentir que algo importante ha sucedido. A veces, simplemente estar presente en el momento, disfrutar de lo que tienes frente a ti, es todo lo que necesitas para sentirte en paz. La vida, tal vez, no era una carrera. Era un camino que se podía recorrer lentamente, uno paso a la vez.
El día siguió con su ritmo tranquilo, y cuando la noche llegó, Carlota se sentó frente a la ventana, con el libro de poesía en las manos y el sonido de la ciudad de fondo. "Todo está bien," pensó, mientras las luces de la ciudad brillaban a lo lejos. Y por primera vez en mucho tiempo, realmente lo creía.
El fin de semana llegó con una calidez inesperada para la temporada. Carlota, acostumbrada a los días grises de finales de otoño, se sorprendió al abrir la ventana y sentir el aire templado. El cielo estaba despejado, y aunque no tenía planes definidos, decidió que era un día perfecto para estar al aire libre.
Miró su teléfono, pensando en quién podría acompañarla. Luna probablemente estaría inmersa en algún proyecto, pero tal vez Marcos o Álex estarían disponibles. Sin pensarlo demasiado, envió un mensaje al grupo.
"¿Alguien para un picnic improvisado?"
La respuesta de Marcos llegó primero.
"Yo me apunto. ¿Dónde nos encontramos?"
Luna respondió poco después, diciendo que tenía unas horas libres antes de una reunión y que podía unirse. Álex, en cambio, solo envió un emoji de pulgar arriba, pero Carlota lo conocía lo suficiente como para saber que eso significaba que estaría allí.
Con una sonrisa, Carlota comenzó a recoger algunas cosas para el picnic: una manta, un par de frutas, un libro que había estado leyendo y algo de música. "No necesito mucho," pensó. "Solo estar con ellos es suficiente."
El parque estaba animado, pero no abarrotado, con familias y parejas disfrutando del clima inesperadamente cálido. Carlota llegó primero, eligiendo un lugar bajo un árbol que ofrecía una sombra ligera, lo suficiente como para estar cómodos sin perder la vista del cielo azul. Extendió la manta y se sentó, observando a las personas a su alrededor mientras esperaba a los demás.
Luna fue la primera en llegar, vistiendo una chaqueta ligera y con una sonrisa relajada. Llevaba una pequeña bolsa de papel en la mano, de la que sacó unos sándwiches envueltos con cuidado.
–No puedo llegar a un picnic con las manos vacías –dijo, sentándose junto a Carlota.
Carlota rió, aceptando uno de los sándwiches mientras miraba a su amiga. –Gracias. Pensé que yo iba a ser la más preparada, pero ya veo que siempre te superas.
–Es un talento natural –respondió Luna, con una sonrisa traviesa.
Mientras esperaban a los demás, comenzaron a hablar sobre cosas triviales: el clima, el trabajo, pequeños chismes que habían oído aquí y allá. Había algo en la conversación que se sentía fácil, como si las tensiones de los últimos meses hubieran desaparecido.
Marcos llegó poco después, cargando una bolsa de tela con bebidas y algunas galletas.