El susurro de un milagro
Marcos no dijo nada al principio. Simplemente la miró, con una intensidad que hizo que Carlota sintiera un nudo dulce en el pecho. Finalmente, se inclinó y besó su frente, dejando sus labios allí por un momento antes de susurrar: –Porque tú eres mi todo, Carlota. Siempre lo has sido.
La tarde pasó entre caricias, risas y más besos que parecían prolongarse indefinidamente. La intensidad entre ellos crecía con cada momento que compartían, pero había una suavidad en todo lo que hacían, como si quisieran saborear cada segundo sin apresurarse.
En algún momento, mientras estaban recostados juntos, Marcos tomó el rostro de Carlota entre sus manos y la miró fijamente.
–Eres lo mejor que me ha pasado, ¿lo sabes? –dijo, su voz cargada de emoción.
Carlota sintió cómo las lágrimas amenazaban con brotar, no porque estuviera triste, sino porque nunca había imaginado que alguien pudiera mirarla y decirle algo con tanta sinceridad. –Y tú eres lo que siempre soñé.
Se besaron de nuevo, pero esta vez fue diferente. Había más que pasión en ese beso; había amor, compromiso, y una promesa silenciosa de que estaban dispuestos a enfrentar lo que fuera, mientras estuvieran juntos.
Cuando finalmente la noche llegó, Carlota se quedó dormida entre los brazos de Marcos, sintiendo que había encontrado un lugar al que realmente pertenecía. Y Marcos, mientras la miraba dormir, no podía evitar pensar que, por primera vez en su vida, todo se sentía exactamente como debía ser.
La noche había caído en completo silencio, excepto por el susurro ocasional de los árboles que el viento movía frente a la ventana de Marcos. Carlota estaba sentada en la cama, envuelta en la manta que él le había dado, observando cómo él caminaba hacia ella con dos tazas de chocolate caliente. La luz tenue del cuarto hacía que cada detalle pareciera más íntimo, más suyo.
Cuando Marcos le entregó la taza, sus dedos se rozaron ligeramente, y ese contacto simple fue suficiente para llenar el cuarto de una electricidad casi palpable. Carlota lo miró, queriendo decir algo, pero incapaz de encontrar las palabras.
–¿Qué pasa? –preguntó Marcos, sentándose junto a ella, dejando que su rodilla rozara la de Carlota.
Ella negó con la cabeza, sonriendo suavemente. –Nada. Solo estoy pensando en cómo se siente esto. Todo esto. Contigo.
Marcos inclinó la cabeza, intrigado. –¿Y cómo se siente?
Carlota dejó la taza en la mesita de noche y lo miró directamente a los ojos. –Se siente como si todo lo malo que me haya pasado antes hubiera valido la pena, solo para llegar aquí. Para llegar a ti.
Marcos no dijo nada al principio. Simplemente la miró, y en sus ojos había una mezcla de asombro y vulnerabilidad que Carlota no había visto antes. Finalmente, dejó su propia taza a un lado y tomó el rostro de Carlota entre sus manos.
–Tú eres mi milagro –murmuró, su voz temblando ligeramente–. A veces me despierto pensando que esto no puede ser real, que voy a abrir los ojos y no vas a estar ahí. Pero luego estás aquí, y todo en mi vida tiene sentido.
Carlota sintió cómo sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas. Nunca antes alguien le había hablado de esa manera, con tanto amor y sinceridad. Era como si cada palabra de Marcos estuviera destinada a llenar los vacíos que había sentido durante toda su vida.
–No voy a ir a ningún lado –susurró, su voz quebrándose mientras una lágrima rodaba por su mejilla–. Siempre estaré contigo.
Marcos la besó, y en ese beso había más que amor. Había gratitud, devoción, y una promesa silenciosa de que haría todo lo posible por proteger lo que tenían.
Horas después, Carlota despertó en la oscuridad, el sonido de la lluvia golpeando suavemente las ventanas. Marcos estaba junto a ella, dormido, con su brazo alrededor de su cintura. Mientras lo observaba, una oleada de emociones la invadió. Había algo tan profundo en la forma en que él la amaba, en la forma en que la hacía sentir completa, que casi no podía soportarlo.
"¿Cómo pude tener tanta suerte?" pensó, mientras acariciaba suavemente su cabello.
Sin embargo, en el fondo, también sentía un miedo que no podía ignorar. Un miedo a perder esto, a que algo se interpusiera entre ellos. Había escuchado historias de amores que se rompían, de personas que se alejaban cuando menos lo esperaban, y aunque confiaba en Marcos, no podía evitar que ese pensamiento la acechara.
Marcos se movió ligeramente, abriendo los ojos para encontrarla mirándolo.
–¿Estás bien? –preguntó, su voz baja y ronca.
Carlota asintió, aunque las lágrimas que comenzaban a formarse en sus ojos decían lo contrario.
–Solo estoy pensando demasiado –admitió, su voz temblando ligeramente.
Marcos se incorporó, apoyándose en un codo mientras la miraba con preocupación. –¿En qué estás pensando?
Carlota tomó un respiro profundo antes de hablar. –En cómo esto… lo que tenemos, es lo mejor que me ha pasado. Pero también me asusta. Porque no quiero perderlo. No quiero perderte.
Marcos la tomó de las manos, sosteniéndolas con una firmeza que parecía transmitir toda la seguridad del mundo.