El vacío de un adiós
Carlota se desplomó en el sofá, la cabeza entre las manos, el cuerpo tenso de dolor. Sentía que la tristeza la aplastaba, la envolvía. La tristeza no era solo la pérdida de Marcos. Era la pérdida de una parte de ella misma. La parte de ella que había vivido por él, que había sido capaz de darlo todo, que creía que el amor podía ser suficiente. Ahora, ese amor parecía desvanecerse, como una ilusión que nunca había sido real. ¿Cómo se seguía adelante cuando se amaba tan profundamente a alguien?
“Te quiero…” Pero esas palabras ya no bastaban. Carlota podía sentir que el amor que compartían ya no podía sostener el peso de la vida real, del trabajo, de las decisiones y de las distancias. “No quiero perderte, pero ya te he perdido, Marcos.” No quería aceptar la realidad, pero sus propias emociones se lo estaban imponiendo con una crueldad que no había anticipado.
Las lágrimas no dejaban de caer. Carlota las dejó fluir, sin intentar frenarlas, porque sabía que no podía esconder lo que sentía. “Quiero que estés aquí. Quiero que lo intentes. Quiero que tomes mi mano y me digas que esto no es el final.” Pero esas palabras nunca llegarían de él, y eso la estaba matando por dentro.
De pronto, el teléfono vibró. Era un mensaje de Marcos.
"Carlota, no sé si lo que estamos viviendo ahora tiene una solución. Solo sé que siempre voy a amarte. Y eso me destroza más que cualquier cosa. Pero no quiero que sigas esperando a alguien que no puede estar a tu lado."
Esas palabras fueron el golpe final. El mensaje de Marcos, aunque lleno de amor, también estaba lleno de despedidas. Y esas despedidas, aunque no explícitas, eran suficientes para Carlota para entender que algo se había roto en lo más profundo de su relación. "Siempre te amaré," pero el amor ya no era suficiente para seguir adelante.
Con las lágrimas cayendo sin control, Carlota respondió, casi sin pensar.
“Te amo, Marcos. Siempre lo haré. Pero ya no sé si puedo seguir esperando a algo que no puede ser.”
La noche transcurrió en un torbellino de emociones. Carlota no pudo dormir. Las horas parecían eternas, el dolor tan intenso que le era difícil encontrar consuelo en cualquier cosa. Cada rincón de su vida, cada memoria que compartió con él, la dejaba sintiendo como si hubiera perdido una parte de su alma. “¿Cómo se sobrevive a esto? ¿Cómo sigues adelante cuando te han dejado ir?”
En medio de esa agonía, Carlota se dio cuenta de algo. No podía seguir esperando que todo volviera a la normalidad, no podía seguir anhelando un amor que ya no era lo que pensaba que era. El amor no podía ser una solución a todo. La vida, con todo su caos y dolor, seguía adelante. Y aunque su corazón sangraba, Carlota sabía que tendría que encontrar una forma de sanar, aunque ahora no pudiera ver cómo.
El primer día sin Marcos fue un vacío ensordecedor. Carlota se despertó lentamente, su mente aún atrapada en los ecos de la despedida que había vivido la noche anterior. "Todo se siente diferente ahora," pensó mientras miraba el techo, como si la habitación misma tuviera un color diferente, como si su mundo entero hubiera cambiado de repente. Las horas parecían más largas sin él, el aire se sentía más denso, cada rincón de su apartamento parecía vacío. Todo lo que antes tenía sentido ahora estaba impregnado con la ausencia de su presencia.
Pero Carlota sabía que el tiempo seguía su curso, implacable y constante. "No puedo quedarme aquí, anclada en el dolor," pensó. No podía permitirse vivir en el pasado, no podía permitir que el amor que había tenido la consumiera hasta no quedar nada de ella. "El dolor es real, pero también lo es mi vida."
Durante las primeras semanas, la rutina de Carlota fue difícil de mantener. Intentaba trabajar, pero su mente siempre se escapaba a Marcos, a sus palabras, a lo que había sido. A veces se encontraba sentada frente a su lienzo, incapaz de mover el pincel, las ideas atrapadas entre la tristeza y el amor que aún no podía dejar ir. A menudo, se quedaba mirando el teléfono, deseando recibir un mensaje que nunca llegaba. Pero sabía que tenía que dejar ir esa esperanza, aunque aún le costara.
Había algo en ella que se despertaba cada mañana con el deseo de seguir adelante, a pesar del peso que cargaba en el corazón. Carlota sabía que no sería un proceso rápido ni fácil, pero sentía que, aunque no podía olvidar, tenía que aprender a vivir con ello. "No se trata de olvidarlo, sino de encontrar una forma de seguir sin perderme a mí misma."
Una tarde, después de una jornada de trabajo especialmente difícil, Carlota decidió salir a caminar. Necesitaba despejar su mente, respirar aire fresco, sentir que el mundo seguía girando. Caminó sin rumbo fijo, observando las calles de la ciudad con una mirada distante. Las luces de la tarde reflejaban una belleza que antes le parecía insignificante, pero ahora, en su tristeza, esas pequeñas cosas parecían ser lo único que la mantenía en el presente.
Mientras caminaba, pasó junto a un parque donde solían ir juntos. Su corazón dio un vuelco, y por un momento, estuvo tentada a seguir caminando, a huir de la nostalgia que amenazaba con envolverla. Pero algo la detuvo. Se dio cuenta de que, para sanar, necesitaba enfrentarse a esos lugares, a esos momentos. "No puedo huir para siempre," pensó. "Tengo que aprender a vivir con el dolor."
Se sentó en una banca del parque, mirando a su alrededor. Los niños jugaban, las parejas caminaban de la mano, y el mundo seguía adelante. Carlota, con el nudo en el estómago, respiró profundo y cerró los ojos. El dolor seguía allí, pero algo dentro de ella comenzó a calmarse. Tal vez no todo estaba perdido. Tal vez, solo tal vez, aún podía encontrar una nueva forma de ser feliz, incluso sin Marcos.