Adiós
Las semanas que siguieron estuvieron llenas de preparativos. Carlota trabajó incansablemente para completar proyectos pendientes, organizar su estudio y prepararse para la experiencia que estaba por venir. Aunque la emoción por la residencia crecía cada día, también sentía el peso de la despedida que se acercaba.
La noche antes de su partida, Marcos la invitó a cenar en su apartamento. Había preparado su plato favorito y había encendido velas en la mesa, creando un ambiente cálido e íntimo. Carlota sabía que él estaba haciendo todo lo posible para que esa noche fuera especial, y aunque el nudo en su garganta se hacía más grande con cada momento que pasaban juntos, también sentía una calma extraña.
Mientras cenaban, hablaron de todo: sus planes para la residencia, las cosas que harían cuando Carlota regresara, y recuerdos de momentos felices que compartieron en el pasado. Pero cuando la cena terminó, y se sentaron juntos en el sofá, el tono de la conversación cambió.
—¿Tienes miedo? —preguntó Marcos, rompiendo el silencio.
Carlota lo miró, sorprendida por la pregunta.
—Sí, un poco. Miedo de fallar, miedo de no encajar, miedo de que la distancia nos afecte más de lo que esperamos.
Marcos asintió, tomando su mano.
—Es normal tener miedo. Pero también sé que eres más fuerte de lo que crees. Has logrado tanto en estos últimos meses, Carlota. Estoy seguro de que harás cosas increíbles allá.
Carlota sonrió, aunque una lágrima traicionera rodó por su mejilla.
—Voy a extrañarte tanto.
Marcos la abrazó, sosteniéndola con fuerza.
—Yo también, pero te prometo que estaremos bien. Esto no es un adiós, es un hasta luego.
Esa noche, mientras dormían abrazados, Carlota sintió una mezcla de tristeza y esperanza. Sabía que los próximos meses serían un desafío, pero también sabía que había tomado la decisión correcta.
El primer día en la residencia fue abrumador pero emocionante. La comunidad costera era tan hermosa como Carlota había imaginado, con casas coloridas que se alineaban junto al mar y un estudio compartido con vistas al horizonte. Los otros artistas eran acogedores y llenos de energía, cada uno con una historia única y un estilo que reflejaba sus experiencias personales.
Carlota pasó los primeros días explorando el lugar, conociendo a sus compañeros y adaptándose a la nueva rutina. Aunque la distancia con Marcos era difícil, hablar con él por videollamada cada noche se convirtió en un ritual que los mantenía conectados. Ambos compartían los detalles de sus días, y aunque no era lo mismo que estar juntos, esos momentos les recordaban por qué valía la pena el esfuerzo.
A medida que pasaban las semanas, Carlota se sumergió en su trabajo. Las conversaciones con otros artistas la inspiraron de formas que nunca había imaginado, y el entorno, con su constante cambio de luces y colores, despertó en ella una creatividad que parecía inagotable.
Uno de los proyectos en los que trabajó fue una serie de cuadros que exploraban el tema de la conexión a través de la distancia. Cada pieza estaba impregnada de los sentimientos que llevaba dentro: la melancolía de estar lejos, la esperanza de volver a encontrarse, y la certeza de que el amor, en todas sus formas, podía superar cualquier barrera.
Cuando el programa llegó a su fin, Carlota sintió una mezcla de emoción y tristeza. Había aprendido tanto, crecido tanto, que casi no podía creer cómo había cambiado en esos tres meses. Pero también sabía que estaba lista para volver a casa, lista para enfrentarse a lo que viniera con una nueva perspectiva.
El día de su regreso, Marcos la estaba esperando en el aeropuerto. Cuando lo vio, su corazón dio un vuelco. Parecía igual, pero había algo en su mirada, una calidez y una paciencia que le recordaron por qué había decidido volver a intentarlo con él.
Se abrazaron con fuerza, sin decir nada al principio. Las palabras no eran necesarias. Ambos sabían que el tiempo y la distancia no habían hecho más que fortalecer lo que sentían el uno por el otro.
Esa noche, mientras cenaban juntos en casa, Carlota le mostró las fotos de su trabajo y le habló de todo lo que había vivido en la residencia. Marcos la escuchó con atención, orgulloso de todo lo que había logrado.
—¿Sabes? —dijo él, tomando su mano—. No solo te extrañé. Te admiré. Cada día, pensaba en lo valiente que eras por seguir tus sueños, incluso cuando significaba estar lejos.
Carlota sonrió, sintiendo que el amor que compartían ahora era más fuerte y maduro que nunca.
Esa noche, al mirar las estrellas desde la ventana, Carlota supo que había encontrado un equilibrio entre su vida personal y su amor por Marcos. Había aprendido que el amor no era dejarse atrás el uno al otro, sino crecer juntos, incluso en la distancia. Y mientras el mundo seguía girando, ella estaba lista para enfrentarlo con el corazón lleno de amor y la mente llena de posibilidades.
Los escenarios siguientes al regreso de Carlota estuvieron llenos de pequeños momentos que parecían simples, pero para ella y Marcos significaban mucho más. Cada taza de café que compartían en la mañana, cada paseo sin rumbo por las calles de la ciudad, cada conversación hasta altas horas de la noche se sentía como una reafirmación de lo que estaban construyendo. Sin embargo, ambos sabían que no podían dejar que la comodidad los hiciera descuidar lo que tanto les había costado recuperar.