La Esquina

35

Hielo Delgado, Raíces Profundas

Las semanas que siguieron a su reconciliación fueron un equilibrio delicado entre el optimismo y el trabajo arduo. Carlota y Marcos habían acordado ser más abiertos sobre sus emociones, pero traducir esa intención en acciones reales no era fácil. Había días en los que las palabras fluían naturalmente, en los que todo parecía encajar, y otros en los que las cicatrices del pasado volvían a doler, amenazando con abrirse nuevamente.

Una tarde, mientras caminaban juntos por la ciudad, Carlota tomó la iniciativa de hablar sobre algo que había estado rondando en su mente.

—Marcos, ¿alguna vez sientes que todavía estamos caminando sobre hielo delgado?

Marcos la miró, su ceño fruncido mostrando la atención que ponía en sus palabras.

—A veces, sí. Pero creo que lo importante no es evitar esas grietas, sino cómo nos apoyamos mutuamente cuando aparecen.

Carlota asintió lentamente.

—Tienes razón, pero a veces siento que todavía me cuesta confiar plenamente. No en ti, sino en que las cosas realmente puedan mantenerse bien por mucho tiempo.

Marcos se detuvo, girándose hacia ella y tomando sus manos entre las suyas.

—Es normal sentir eso, Carlota. Hemos pasado por mucho, y no espero que todo sea perfecto de inmediato. Pero estoy aquí, contigo, y no voy a ninguna parte.

El peso de esas palabras, aunque reconfortante, también hizo que Carlota se diera cuenta de cuánto trabajo quedaba por hacer. Reconstruir algo no era solo pintar sobre las grietas; era aprender a convivir con ellas.

Mientras tanto, el refugio creativo seguía creciendo, y con ello también las demandas de tiempo y energía de ambos. A menudo, Carlota se encontraba inmersa en nuevos proyectos, organizando talleres y planeando exposiciones, mientras Marcos ayudaba con la logística y las operaciones diarias. El espacio se había convertido en una extensión de ellos mismos, un lugar donde sus pasiones y sus historias se entrelazaban.

Una noche, después de una jornada particularmente agotadora, se sentaron juntos en el sofá del apartamento de Carlota. La luz suave de la lámpara iluminaba sus rostros cansados, pero había una sensación de calma en el aire. Carlota estaba recostada contra el pecho de Marcos, y el sonido de su respiración la ayudaba a relajarse.

—¿Alguna vez te sientes como si todo esto fuera demasiado? —preguntó ella, sin levantar la vista.

Marcos acarició su cabello suavemente antes de responder.

—Sí, pero también sé que es en estos momentos cuando más vale la pena. Estoy cansado, sí, pero cuando pienso en lo que estamos construyendo, contigo, todo parece tener sentido.

Carlota sonrió, pero su mente seguía llena de pensamientos.

—A veces pienso que estoy poniendo demasiado de mí en esto, en nosotros. Y no me malinterpretes, lo hago porque quiero, pero... también tengo miedo de perderme en el proceso.

Marcos se quedó en silencio por un momento antes de hablar.

—Lo entiendo, y lo último que quiero es que sientas eso. Si alguna vez necesitas espacio o tiempo, dímelo. No quiero que lo que estamos construyendo juntos te haga sentir menos tú misma.

Las palabras de Marcos tocaron una fibra sensible en Carlota. Había algo en su sinceridad, en la forma en que siempre se esforzaba por priorizar sus sentimientos, que la hacía sentirse segura, incluso cuando sus propias inseguridades amenazaban con nublar su juicio.

Unos días después, Luna y Alex decidieron organizar una salida grupal. Querían animar a Carlota, darle un respiro de las responsabilidades del refugio y de la intensidad de su relación con Marcos. La idea era simple: una cena en casa de Luna seguida de juegos y risas.

Cuando Carlota llegó, se sintió aliviada por la energía ligera y relajada del ambiente. Luna, siempre tan atenta, había preparado su plato favorito, y Alex no tardó en empezar a hacer bromas que rompieron cualquier tensión que pudiera haber llevado consigo.

Durante la cena, Luna observó a Carlota con esa mirada analítica que siempre lograba captar lo que otros no veían.

—Pareces mejor, pero no completamente en paz. ¿Cómo estás realmente? —preguntó, sin rodeos.

Carlota se quedó pensando antes de responder.

—Estoy bien. Bueno, mejor que hace unas semanas. Pero todavía estoy navegando por esto con Marcos, tratando de entender cómo encontrar un equilibrio.

Alex intervino, con su característico tono despreocupado.

—Ninguna relación es fácil, Carlota. Pero si vale la pena, encuentras la manera. Aunque tengas que tropezarte un millón de veces.

Luna sonrió, asintiendo.

—Lo importante es que no te olvides de ti misma en el camino. Y sé que Marcos te ama, pero también necesita aprender a caminar contigo, no delante ni detrás de ti.

Las palabras de Luna resonaron en Carlota, como si le hubieran puesto en palabras algo que ella misma no había podido articular.

Esa noche, mientras caminaba de regreso a casa con Marcos, Carlota se sintió más ligera. La conversación con sus amigos había sido como un recordatorio de que no tenía que cargar con todo sola, de que estaba bien pedir ayuda, incluso a Marcos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.