La Esquina

39 (FIN)

Estabilidad y felicidad

En los meses siguientes, Carlota y Marcos comenzaron una nueva etapa en sus vidas. Marcos retomó un proyecto personal que había dejado en pausa durante años: escribir un libro sobre las historias que había presenciado en el refugio creativo. Carlota, por su parte, empezó a explorar una nueva faceta de su arte, experimentando con instalaciones que combinaban pintura, luz y sonido.

Aunque sus días estaban llenos de actividades individuales, siempre encontraban tiempo para estar juntos. Las cenas en casa, los paseos por la ciudad y las noches en el balcón se convirtieron en rituales que los mantenían conectados.

Luna, ahora una fotógrafa reconocida en su comunidad seguía siendo una presencia constante en sus vidas, mientras Alex, aunque distante físicamente, nunca dejaba de enviar mensajes y visitar cuando podía.

Una tarde, mientras Carlota trabajaba en su estudio, recibió un mensaje de Luna. Era una fotografía que había tomado meses atrás, durante la exposición final del refugio. En la imagen, Carlota y Marcos estaban abrazados, rodeados de arte y personas. Había algo en la luz de la foto, en las expresiones de ambos, que capturaba perfectamente todo lo que habían construido juntos.

Carlota miró la imagen durante un largo rato, sonriendo para sí misma. Sabía que la vida seguiría cambiando, trayendo consigo nuevos desafíos y alegrías, pero también sabía que estaban preparados para enfrentarlo todo.

Porque, al final, el amor que compartían no era solo un destino, sino un viaje continuo, lleno de aprendizajes, caídas y momentos que les recordaban que lo más importante era seguir eligiéndose el uno al otro, día tras día.

Y mientras Carlota volvía a su lienzo, con el sonido de Marcos en la cocina y la luz del atardecer entrando por la ventana, supo que estaba exactamente donde necesitaba estar.

Epílogo

Años habían pasado desde que Carlota y Marcos decidieron dar un paso atrás para reflexionar sobre sus vidas y lo que querían construir juntos. El refugio creativo ya no era solo un espacio, sino un legado de todo lo que habían hecho, aprendido y superado. Los recuerdos de las primeras exposiciones, de los días de lucha y crecimiento, seguían vivos en cada rincón del lugar, y ahora, con su expansión a otras ciudades, el refugio había llegado a ser un referente en la comunidad artística.

Carlota, ahora una artista consolidada, había dejado atrás las inseguridades que tanto la habían marcado en su juventud. Sus obras, que antes eran una forma de lidiar con sus emociones más profundas, ahora hablaban de su madurez, de su capacidad para integrarse con el mundo sin perder su esencia. Su nueva serie de instalaciones, que exploraba la relación entre el arte, la tecnología y la interacción humana, estaba siendo exhibida en galerías internacionales.

Marcos, por su parte, había logrado escribir y publicar su libro. No era solo un relato sobre el refugio y sus artistas, sino una reflexión profunda sobre la conexión humana, sobre cómo las historias se cruzan y se entrelazan a lo largo de la vida. La crítica literaria había recibido su trabajo con entusiasmo, destacando la sinceridad y la emoción cruda que emanaba de sus páginas.

El tiempo había cambiado tanto en ellos, pero también los había llevado a descubrir que, aunque no podían predecir el futuro, su amor era la constante que los guiaba.

Una tarde soleada, Carlota se encontraba en su estudio, trabajando en una de sus piezas más complejas hasta el momento. Era una instalación que combinaba su pintura abstracta con sonidos de la ciudad, creando una experiencia inmersiva para el espectador. Mientras las luces parpadeaban en su taller, su mente viajaba por todos los momentos que la habían llevado hasta aquí: desde el primer día que conoció a Marcos, hasta el viaje de descubrimiento personal que habían emprendido juntos. Todo parecía haber sucedido como parte de un proceso natural, un destino que ambos habían decidido seguir, incluso cuando las dificultades parecían insuperables.

Cuando Marcos entró en el estudio, trayendo dos tazas de café, Carlota lo miró y, como siempre, se sintió agradecida por tenerlo a su lado.

—¿Cómo va todo? —preguntó él, dejando las tazas sobre la mesa y acercándose a ella.

Carlota sonrió, apartando el cabello de su rostro antes de responder.

—Bien. Pero también siento que estoy al borde de algo nuevo. Estoy… redescubriendo el arte, pero esta vez desde un lugar diferente. Como si ya no fuera solo una expresión personal, sino algo que puede conectar aún más con los demás.

Marcos la observó durante un momento, como si le hablara sin palabras, reconociendo la pasión en su mirada.

—Siempre he creído que tu arte tiene esa capacidad. Te conecta, Carlota. No solo con lo que está dentro de ti, sino con todo lo que está a tu alrededor. Y eso es lo que siempre me ha inspirado de ti.

Carlota dejó escapar un suspiro suave, tomándose un momento para dejar que sus palabras calaran en ella.

—¿Recuerdas cuando dijimos que debíamos ser honestos, siempre? Pues siento que, de alguna manera, estamos cumpliendo esa promesa. Honestamente, no sé qué nos depara el futuro, pero sé que quiero que lo enfrentemos juntos, como siempre.

Marcos sonrió, sin decir nada más. Se acercó y la abrazó, un abrazo que decía más que cualquier palabra. A veces, pensaba Carlota, las promesas no se verbalizan, sino que se viven. Y ese abrazo, lleno de calma y de esperanza, era todo lo que necesitaban.




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