Capítulo 3
No dormí esa noche.
Me quedé mirando el techo, repasando cada palabra del mensaje, cada pausa, cada punto. Intentando encontrarle sentido a algo que, en teoría, no lo tenía. Nadie podía haber leído mis textos. Nadie. Y aun así, esa persona afirmaba haberlo hecho… y no poder olvidarlo.
A la mañana siguiente, lo primero que hice fue revisar el teléfono. Nada nuevo. Ni un mensaje más. Sentí una mezcla extraña de decepción y alivio.
Intenté seguir con mi rutina, como si nada hubiera pasado. Me preparé un café, abrí la laptop, y fingí que estaba lista para escribir. Pero no podía concentrarme. Cada vez que el cursor parpadeaba, lo veía a él. O ella. Ese desconocido que, sin pedir permiso, se había colado en mi mundo.
Pasaron dos días sin noticias. Comencé a pensar que había sido una broma. Un error. Una ilusión causada por el insomnio y la necesidad desesperada de sentirme vista. Pero entonces, justo cuando empecé a soltarlo… volvió.
Esa historia tuya sobre la chica que no podía dormir… ¿Sabías que me sentí identificado desde la primera línea?
Me quedé helada.
Esa historia estaba en una carpeta protegida. Solo la había escrito una vez, hace más de un año. La había titulado “Insomnio”, y era de las pocas cosas que había escrito desde el corazón, sin filtros ni estructuras. Una confesión disfrazada de ficción.
¿Quién sos? escribí. Esta vez con más urgencia.
¿Cómo leíste eso? Esa historia no está en internet.
La respuesta tardó, pero llegó:
No puedo decirte todo. Todavía no. Solo necesitás saber que no estás tan sola como creés.
Sentí un nudo en el estómago. ¿Cómo sabía eso?
¿Quién era esa persona?
¿Y por qué, por primera vez en mucho tiempo, esas palabras lograban consolarme más que asustarme?
No sabía si debía seguir respondiendo.
Pero lo hice.