Capítulo 5
No volví a escribirle.
No porque no quisiera, sino porque no sabía qué más decir. Había demasiadas preguntas en mi cabeza, y ninguna respuesta que pudiera darme paz.
Pero, como si sintiera mi silencio, esa persona escribió primero.
> “Sé que tenés miedo. Pero no deberías.”
Fijé la vista en la pantalla.
> “Entonces dame una razón para no tenerlo.”
La respuesta tardó más esta vez. Como si estuviera eligiendo con cuidado las palabras.
> “Porque esto no es el final de la historia. Es el principio.”
No entendí qué significaba eso. Pero antes de que pudiera preguntar, otro mensaje llegó.
> “¿Todavía tenés la libreta roja?”
El aire se atascó en mis pulmones.
Esa libreta.
Hacía años que no pensaba en ella. La había tenido en mi adolescencia, llena de frases sueltas, ideas sin terminar y pensamientos que nunca me atreví a decir en voz alta. La última vez que la vi, estaba guardada en una caja en casa de mis padres.
No había forma de que él —o ella— supiera de su existencia.
> “¿Cómo sabés eso?”
> “Buscala.”
Ese fue el último mensaje.
Me quedé mirando el teléfono, sintiendo cómo mi corazón latía demasiado rápido.
Había algo en todo esto que escapaba a la lógica. Pero una parte de mí, la parte que siempre había creído en las coincidencias imposibles, en los hilos invisibles que conectaban las historias…
Esa parte sabía que no podía ignorarlo.
Busqué las llaves.
Iba a encontrar esa libreta.
Y con ella, tal vez, las respuestas que no sabía que estaba buscando.