Capítulo 12
No podía seguir sola en esto.
No confiaba en mamá, pero tenía que haber alguien más.
Entonces lo recordé.
Lucía.
Habíamos sido amigas en la secundaria, aunque la vida nos llevó por caminos distintos. Pero ella era la única persona que, tal vez, podría ayudarme.
Busqué su contacto en el celular y le envié un mensaje.
> “¿Podemos hablar? Es importante.”
Tardó unos minutos en responder.
> “¿Estás bien?”
No supe qué contestar.
> “No lo sé. ¿Podemos vernos?”
> “Claro. En la cafetería de siempre.”
Me vestí rápido y salí de casa sin despedirme.
El camino se sintió más largo de lo normal. Como si algo quisiera detenerme.
Cuando llegué, Lucía ya estaba ahí.
Me sonrió, pero su expresión cambió cuando me vio de cerca.
—¿Qué pasa? Te ves… diferente.
Tragué saliva.
—Necesito hacerte una pregunta.
Ella asintió.
—Claro, dime.
Saqué la libreta y la puse sobre la mesa.
—¿Recordás esto?
Lucía frunció el ceño.
—No… creo que no. ¿Por qué?
—Porque yo tampoco —susurré.
Ella me miró fijamente.
—Entonces, ¿por qué la tenés?
No supe qué responder.
Pero antes de que pudiera decir algo, ella palideció.
—Espera…
—¿Qué?
—No la recuerdo —susurró—. Pero sé que es importante.
Mi piel se erizó.
—¿Cómo?
Lucía negó con la cabeza.
—No sé. Es como… cuando intentás recordar un sueño. Sabés que pasó algo, pero no podés ponerlo en palabras.
Nos quedamos en silencio.
Entonces, mi celular vibró.
Miré la pantalla.
Un nuevo mensaje.
Pero esta vez… no era del número desconocido.
Era de Lucía.
Me miró con los ojos muy abiertos, como si acabara de ver un fantasma.
—No lo envié yo —susurró.
Mis manos temblaron cuando abrí el mensaje.
Solo decía dos palabras.
> “Demasiado tarde.”