La estrategia

4. Phoebe

Se me escapó un jadeo nervioso mezclado con una risa paranoica. Lo miré sospechosamente antes de que mi voz volviera.

—Estás loco, yo no haré eso.

—Sí lo harás.

Estreché mis ojos con escepticismo.

—¿Por qué estás tan seguro de que aceptaré hacer eso? Ni siquiera te conozco.

—Mi familia es adinerada, nada que ver con mafias, que yo sepa. No hay malos hábitos, no maltrato mujeres, en realidad, no las quiero cerca de mí—se encogió de hombros—. No te haré daño Pocahontas, todo estará en un contrato escrito que tendrás siempre a la mano.

—Estás loco—repetí como si fuera un mantra, tenía que recordármelo para tener cuidado con él, quizá es un hombre que realmente recibe medicación y hoy decidió no tomar sus pastillas.

Volvió a sonreír de esa forma jactanciosa que me irritaba, entonces caminó alrededor del salón con aires de superioridad y arrogancia.

—Te he investigado—comentó—. ¿Había algo sobre una mujer con leucemia?

Lo miré siniestramente.

—No metas a mi familia en esto, ni siquiera los conoces. No me conoces.

—Sé lo necesario—se detuvo finalmente junto al sillón grande para sentarse y me miró—. Ella necesita un trasplante de medula ósea y yo puedo conseguir todo lo que necesita para hacer que eso se vuelva realidad.

Me quedé en silencio mientras lo observaba desconfiadamente y mi corazón latía tan rápido como el de un colibrí por escuchar esa posibilidad que parecía un sueño.

—Escucha—prosiguió porque no hablé—, no estaremos casados por siempre, esto sólo será un acto. Es una petición simple.

—¿Una petición simple? —repetí todavía estupefacta—. Casarse no es una decisión fácil o simple de tomar, no importando las circunstancias. Lo haces sonar superficial.

—Voy a darte el dinero que necesitas para el trasplante y todo el tratamiento que tu madre necesite después de la operación—aclaró de nuevo, ignorando lo que dije sobre el matrimonio.

Por un instante flaqueé, esa era una enorme suma de dinero. Dijo que su familia tenía mucho dinero, pero tenía miedo. No podía confiar en él porque era un completo extraño para mí.

—Alguien inteligente lo aceptaría—insistió.

—No—decliné, a penas—, sólo alguien completamente loco aceptaría casarse por dinero. Por más… necesitado que esté.

—Tu madre no tiene mucho tiempo, lo sé—desvió su mirada hacia el ventanal de nuevo, de repente creí ver en su expresión algo de nostalgia. Pero un par de segundos después parecía recuperado y volvió a mirarme—. ¿Crees que el sueldo mínimo de una maestra podrá costear los tratamientos de una persona con leucemia? Sé que vienes de un pueblo, pero no parecías tan tonta.

Incluso sabía de dónde vengo, tragué saliva. Me sentía impotente y enojada conmigo misma por no poder decirle que no era así, porque era muy probable que tuviera razón.

—Debo intentarlo.

Sonrió como si tuviera todo controlado, pero se pasó la mano por su lacio cabello castaño unos segundos después de notar que no cambié de opinión, un signo de que estaba llegando a su límite.

—Puedes intentarlo todo lo que quieras, pero dentro de un año, cuando tu madre haya muerto, pensarás en mí y en lo que pudiste hacer para evitarlo.

Empuñé mis manos casi involuntariamente.

—¿Cómo puedes decir algo como eso?

—Es la verdad. Y sólo tú serás la culpable.

—Casarme contigo no es una solución—objeté, todavía cuando lo decía en voz alta me causaba gracia y algo de pánico—, ni siquiera te conozco.

Tenía que repetirme eso.

—¿Y eso es relevante? La mayoría de matrimonios que conocí eran sólo...—cerró la boca, y evitó mirarme de nuevo—. Sólo será por poco tiempo.

Entonces volvió a mirarme.

—Puedo prometerte ahora mismo, que soy sincero y que cumpliré con la parte que me toca.

Nos miramos el uno al otro, sin parpadear, sin sonreír. Estábamos suspendidos en un universo alterno, donde pude ver la desesperación que estaba oculta en los ojos de él. ¿Tan desesperado estaba?

Pensé en mi madre, en su cálida e inteligente sonrisa, en todo lo que me enseñó sobre nuestra familia y la tribu, en su fuerza de voluntad para vivir frente a la vida. Sin embargo, la leucemia era una enfermedad y ella ya estaba cansada de luchar. Pensé en mi padre, en lo solo que se sentiría si mi madre muriera, y en lo decepcionada que me sentiría de mí misma. Mi madre me lo dijo, salvar su vida no era mi responsabilidad, pero entonces mi papá me dijo antes de irme; si puedes hacer algo que cuente para no sentirte culpable, hazlo.

—Lo haré—esas palabras salieron de mí antes de que me diera cuenta de lo que dije.

Sentí como si estuviera vendiendo una parte de mí a alguien realmente malo cuando él volvió a mirarme, cuando sus ojos azules me miraron y brillaron. Estuve a punto de arrepentirme, pero él se adelantó.

—Nos casaremos ahora mismo—se levantó del sillón, sacó su teléfono y llamó a alguien, al cabo de unos segundos contestó—. Ya puedes entrar.

Lo miré de vuelta en estado de shock. ¿Estaba preparado para esto? ¿Estaba tan seguro de que diría que sí? ¿La desesperación en su mirada fue solo actuación?

—¿Ahora mismo? —miré hacia la puerta con preocupación—. Estamos en la escuela.

—Estar casados por civil es lo único que necesito, las bodas son una formalidad innecesaria.

—¿No podrías esperar un par de días? Tengo que pensar… en muchas cosas. ¿Qué le diré a…?

—¿Qué tienes que pensar? Has dicho que lo harás, y yo prometo que tu madre tendrá todo lo que necesite cuando la primera parte del trato esté lograda.

Un hombre de mediana edad, vestido de traje azul y corbata negra entró a la habitación. Levantó su maletín marrón y sacó una considerable cantidad de hojas.

—¿Qué estás—lo miré extrañada—… haciendo?

—Nos casaremos ahora mismo—repitió con naturalidad, haciéndole una señal con la cabeza al hombre del maletín—. Él es mi abogado, sólo necesitamos que sea legal.




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