La estrategia

5. Phoebe

Todavía no podía creer lo que estaba haciendo, la locura en la que me metí por mi propia voluntad. Le avisé a Madison que tendría que irme por problemas personales, aunque me di de cuenta cuando ella no me creyó para nada, y mientras ella me veía estupefacta, seguí a regañadientes al hombre con el que me acababa de casar.

Siempre me imaginé que cuando me casara estaría muy feliz de irme con mi esposo, mi yo de 17 estaría llorando si pudiera verme ahora.

Su auto era un Mercedes Benz deportivo en gris. ¿Por qué lo sabía? El hermano mayor de mi mejor amiga en la escuela era adicto a los autos deportivos y todo eso, descubrí que cuando me hablaba de ellos no me aburría. Me tragué las ganas de parpadear tres veces y creer que estaba a punto de subirme a un auto tan lujoso como ese. Así que me senté en silencio, del lado del copiloto, mientras él se dedicó a conducir en el más inhóspito silencio.

Debía parecer rebosante de felicidad gracias a que me había convencido de ser su esposa, pero en su lugar se notaba irritado. Yo me sentía igual, en un abrir y cerrar de ojos conseguí el dinero para mi madre, pero me sentía una mala persona.

Así que intenté distraerme en el camino y no pensar en que podría estar cometiendo un terrible error, en que por estúpida este hombre podría estar queriendo venderme a la mafia Rusa. ¿Por qué no? Él era tan atractivo como esos modelos rusos que mi amiga de la escuela y yo veíamos en revistas.

Sobre el tablero de instrumentos había tres revistas, tomé una de ellas y estuve a punto de pasar de la portada hasta que reconocí el rostro de mi chofer.

—¿Eres tú? —ahogué una exclamación de sorpresa. Me recompuse y lo miré para compararlo con el hombre de la imagen—. ¿Tú eres ese Bruce Hudson? ¿El dueño de Hudson Business Group?

Ni me miró cuando contestó.

—Mi abuelo es el dueño.

Asentí en silencio, seguro era ese tipo de nieto rico encaprichado con el dinero y por eso hacía todo esto, pero decía que la empresa es de su abuelo para no tener compromisos y responsabilidades. Continué leyendo la revista, hasta que tuve una divertida idea.

—No era mentira eso de que eres el tipo de hombre caprichoso y malvado.

No me miró, pero frunció el ceño.

—¿Qué has dicho?

Solía leer muchas revistas de farándula en Sitka cuando todavía estaba en la universidad, una vez nombraron a Bruce Hudson entre los primeros cinco empresarios más guapos y misteriosos, no se sabía mucho de su vida personal y no había mucho qué juzgar sobre él, así que en realidad no sabía nada sobre sus caprichos. Pero Bruce no tenía por qué saberlo, y por lo visto no se tomaba el tiempo de revisar lo que habla el público sobre él, así que era un punto para mí.

—¿Eres ese tipo de hombre que inventa cualquier tipo de historia para que las mujeres se acuesten contigo? Eso dicen las revistas que leía en mi casa—cerré la revista y la guardé—. Eso es demasiado bajo hasta para alguien como tú.

—Me sorprende que lleguen revistas hasta Jumanji. Y no, no haría eso, no con alguien como tú. 

Sentí que mi cara ardió de indignación, pero me calmé porque me di cuenta de lo patética que me vería indignada solo porque Bruce no quiere acostarse conmigo.

—Le deseo suerte a la que sí sea digna—repliqué, mirándome las uñas con despreocupación—, porque de cualquier forma no me gustan los hombres que están en segundos lugares.

—¿Dices que soy un segundo lugar?

—Eso dicen las revistas—me encogí de hombros.

Vi de reojo su tensa sonrisa.

—Es usted una joyita, señorita Payne.

—Gracias. Todavía tienes tiempo de devolverme a la joyería.

Necesitaba el dinero para mi madre, pero no dejaría de intentar persuadirlo porque yo no tenía fuerza de voluntad para terminar este trato si sabía que mi mamá podía mejorar por esto. ¿Patética? Quizá, pero a estas alturas del partido no podía ni siquiera pensar en la posibilidad de estar enterrando a mi madre a finales de año.

—No—discrepó de inmediato—, ahora me gustas todavía más para este papel, conozco a mi abuelo, no eres lo que esperaría de alguien como yo. Eso lo hace inusual y más real.

—No lo puedo creer, ¿me estás usando para engañar a un pobre abuelo?

Bruce no ocultó esa sonrisa burlesca en su rostro.

—Así se manejan estas cosas en mi mundo, Pocahontas—habló como si eso fuera algo por lo que debiese aplaudírsele—. Y George no es un pobre abuelo—hizo una mueca—, es todo lo contrario. Haremos esto, y yo conseguiré lo que quiero al igual que tú. Puedes agradecerme luego.

—Gracias—me crucé de brazos y sonreí insípidamente hacia mi ventana.

—Tienes una forma de decir gracias, que hace sentir como si en realidad tuvieras deseos de patearme.

—Gracias—volví a sonreír—, es un don.

Él sonrió en silencio. También me quedé un momento en silencio mientras reflexionaba sobre hacerle otra pregunta.

—Esto… esto no durará demasiado tiempo, ¿verdad? ¿Cómo cuánto tiempo tendría que... Fingir que tú y yo... nos queremos?

Él estuvo en silencio unos segundos mientras conducía.

—Si el viejo decide morirse de una vez, no creo que dure más de unas semanas.

Cerré los ojos en un intento por suprimir mis ganas de abalanzarme sobre él y golpearlo.

—Escucha, mi abuelo tiene un cáncer que parecía incurable hasta hace menos de un mes, no le queda mucho tiempo de vida.

—Eres horrible, ¿qué tienes en donde debería estar tu corazón?

Bruce no contestó. Pero ya entiendo por qué tuvo que ofrecerle dinero a una mujer para que se casara con él, ¿quién querría hacerlo por su propia voluntad?

Unos minutos después llegamos a una mansión rodeada de un vecindario lujoso. No me sorprendía. Pero cuando bajamos del auto sí quedé maravillada con todas las flores que había en el jardín frontal, margaritas y lirios, eran hermosas. Me pareció extraño que un hombre soltero como él viviera en este tipo de casas familiares, pero no iba a preguntarle cómo si me importara.




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