La estrategia de perderte (4)

2

La mansión Petrovich bullía con una tensión apenas contenida, un eco fantasmal de la que se había sentido dos décadas atrás. Para Lydia, la vibración que sentía en lo más profundo de sus huesos no era una anomalía científica, sino una advertencia visceral. Los puntos luminosos en el monitor del laboratorio, uno en Tokio y otro en la distante Patagonia, eran como pulsos en un mapa, indicando un despertar que no debería estar ocurriendo. Mauro estaba a su lado, sus ojos oscuros fijos en la pantalla, su rostro una máscara de fría determinación.

—Las lecturas son claras, Lydia —dijo Mauro, su voz gélida—. La resonancia de la flor negra se está manifestando en Theo. Y las señales de la Patagonia son inconfundibles.

Lydia asintió lentamente, su mente ya trabajando a toda velocidad. La Patagonia. Nicolai. La sangre se le heló en las venas. Harry y Elena habían construido una vida lejos de esto, lejos de los peligros que la flor negra traía consigo.

—El símbolo de Veritas… es el mismo que encontramos en los archivos de Ginebra, ¿verdad? —preguntó Lydia, girándose hacia Mauro. Su tono era grave.

Mauro soltó un suspiro apenas perceptible.

—Sí. Un remanente, quizás. O una nueva facción que ha desenterrado su legado. Lo que sea, busca a quienes tienen la conexión más pura con la flor. Y eso incluye a Theo… y a tu antiguo amigo.

La mención de Harry la golpeó como una ráfaga de aire helado. Sabía que esta conversación llegaría algún día.

—Debemos protegerlos, Mauro —afirmó Lydia, su voz firme, aunque su corazón latía con fuerza—. Theo es tu sobrino, tu sangre. Y Nicolai… es el hijo de Harry. No podemos permitir que caigan en manos de esta gente.

Mauro la miró, un brillo calculador en sus ojos. —Protegerlos. Sí. Pero no eres la única que tiene una conexión con ellos. Harry ya está en alerta. Elena me informó del incidente de Theo en Tokio. La amenaza es inminente.

Lydia apretó los labios. Elena. Por supuesto. Ella siempre había sido los ojos y oídos de Mauro.

—Necesito ir a Tokio —declaró Lydia—. Mis conocimientos son cruciales. Y nadie entiende la flor negra como yo.

Mauro consideró sus palabras, luego asintió. —Elena ya está haciendo los preparativos. Un equipo de seguridad de élite te acompañará. Pero mi preocupación principal es la Patagonia. Harry es un activo impredecible.

—Harry protegerá a su hijo a toda costa —dijo Lydia con convicción, sabiendo que esa era la verdad más innegable—. Él no dejará que nadie se acerque a Nicolai.

—Y eso es precisamente lo que me preocupa —replicó Mauro, su mirada sombría—. Podría llamar demasiado la atención. Necesito que mi mejor activo esté en el lugar correcto.

Mientras tanto, en la remota Patagonia, la cabaña de Harry era un nido de tensión. El rostro de Harry estaba surcado por líneas de preocupación, sus ojos vigilantes. El sueño de Nicolai, la extraña "vibración" que su hijo describió, el símbolo de la flor negra… todo se unía en un patrón alarmante. Había pasado las últimas horas armando un kit de supervivencia, revisando sus armas y trazando rutas de escape alternativas. La paz que había construido con tanto esfuerzo se desmoronaba a su alrededor.

Elena lo observaba, su rostro sereno pero con una preocupación palpable.

—¿Estás seguro de que esto es más que una coincidencia, Harry? —preguntó Elena, su voz suave.

Harry dejó el rifle en la mesa, su mirada clavada en la vastedad de las montañas.

—Demasiadas coincidencias, Elena. La flor negra… es algo que creí que había enterrado para siempre. Pero parece que su legado no descansa. Y si esos bastardos de Veritas están detrás de esto…

Un escalofrío le recorrió la espalda. Pensó en Lydia, en Mauro. En el mundo que había dejado atrás.

—Nicolai está en peligro —dijo Harry, su voz áspera, cargada de una furia contenida—. Lo siento en los huesos. Es la misma sensación que tenía cuando estaba en… en mi otra vida.

Elena se acercó a él, colocando una mano reconfortante en su brazo.

—¿Qué vas a hacer?

Harry se giró para mirarla, sus ojos azules ardiendo con una determinación férrea.

—Proteger a mi hijo. Cueste lo que cueste. No voy a permitir que ese mundo toque a Nicolai. Ni una sola fibra de él.

Sabía que lo que estaba a punto de hacer lo arrastraría de nuevo a la oscuridad que había evitado durante tanto tiempo. Tendría que recurrir a viejos contactos, desenterrar habilidades que había jurado no usar. Y sabía que, en algún punto, ese camino podría cruzar el de Lydia. La idea le revolvió el estómago. La herida seguía ahí, latente. Pero la seguridad de Nicolai era lo único que importaba ahora.

La decisión estaba tomada. Los protectores, cada uno en su propio rincón del mundo, se preparaban para la inminente tormenta. Lydia, regresando a la acción por el bien de Theo. Y Harry, abandonando su santuario patagónico por la seguridad de Nicolai. El legado de la flor negra, una vez más, los arrastraría a una guerra que creían haber ganado.




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