La tarjeta del informante quemaba en la mano de Harry. El frío de Londres no era nada comparado con la helada furia que sentía al comprender la magnitud del engaño. Tokio. Theo. Y ahora, la escalofriante mención de un "catalizador" y el nombre de Nicolai. Lydia lo había desviado, sí, pero no había contado con la tozudez de su instinto ni con el amor inquebrantable por su hijo. El rugido del dragón ya no era una amenaza distante; estaba a punto de desatarse.
No perdió un minuto. Los contactos de bajo nivel que lo habían ayudado en Londres fueron informados de su partida, y su rastro, borrado con la misma eficiencia fantasmal que lo había traído a la ciudad. Harry sabía que cada segundo contaba. La pista de Londres había sido una costosa distracción, un tiempo precioso que los "Purificadores" habían aprovechado para acercarse a su verdadero objetivo.
Consiguió un pasaje en el primer vuelo disponible a Tokio, utilizando una identidad falsa y sus habilidades para evadir cualquier sistema de vigilancia de los Petrovich. La cabina del avión era una cápsula de soledad. Miró la foto de Nicolai en su teléfono, el rostro sonriente de su hijo, y una promesa silenciosa se formó en sus labios: llegaría a él. Y a la mujer que había jugado con sus vidas, tendría que rendirle cuentas.
Mientras el avión surcaba los cielos, Harry repasó los fragmentos de información. La conexión de Theo con la flor negra era inquietante, pero la mención de Nicolai como "catalizador" lo aterrorizaba. No podía ser. La antítesis había asegurado la salud de Theo, pero ¿qué implicaba para Nicolai? La duda y la furia se mezclaban en un cóctel explosivo. La paz de la Patagonia había sido una bendición, pero también un velo que lo había mantenido ciego a la persistencia del peligro.
En el lujoso penthouse de Tokio, Lydia sentía el tic-tac del tiempo. La estrategia para desviar a Harry, tan meticulosamente planeada, se desmoronaba. Sabía que no pasaría mucho antes de que él descubriera la verdad, si no lo había hecho ya. Y la revelación sobre la capacidad de Mika para amplificar la energía de la flor negra había añadido una capa de complejidad y peligro a la situación. Mika era una amenaza potencial tan grande como un catalizador, especialmente si los "Purificadores" la encontraban.
Lydia observaba a Theo y Mika en el invernadero a través de las pantallas de su laboratorio. La cercanía entre ellos era innegable, la intimidad que habían forjado, palpable. Theo sonreía, una sonrisa genuina que rara vez mostraba. La pureza de su conexión con Mika era conmovedora, pero también una grave vulnerabilidad.
Mauro, con su habitual frialdad, había propuesto una solución pragmática: separar a Mika de Theo, reasignarla a otra propiedad, lejos de cualquier contacto.
—Es por la seguridad de Theo, Lydia —había dicho Mauro, su voz sin emociones—. No podemos permitirnos riesgos.
Pero Lydia dudaba. Había algo en la conexión de Mika con Theo, en la forma en que su toque armonizaba la abrumadora sensibilidad de él, que la hacía pensar. Quizás Mika no era solo un riesgo, sino también la clave. El dilema la carcomía: ¿proteger a Theo separándolo de Mika, arriesgándose a desestabilizarlo y quizás a perder una valiosa conexión con la flor, o mantenerla cerca, aumentando el riesgo si los "Purificadores" descubrían su habilidad?
Mientras observaba a Theo y Mika reír suavemente en el invernadero, una nueva vibración sacudió a Lydia. No era la flor negra; era su sistema de alerta. Una entrada no autorizada en la periferia de la seguridad del penthouse. Los "Purificadores" estaban aquí.
Lydia corrió al centro de control, tecleando comandos con urgencia. Las pantallas mostraban figuras moviéndose rápidamente por los perímetros de seguridad, sorteando las defensas con una habilidad alarmante. Eran profesionales, no meros fanáticos.
—¡Código Rojo! ¡Infiltración! —gritó por el intercomunicador, su voz resonando en los altavoces del penthouse.
La voz de Mauro, distante pero firme, llegó a través del auricular.
—Elena ya está movilizando a los equipos de contención. Protejan a Theo.
Pero Lydia no pensaba solo en Theo. Pensaba en Mika, la joven inocente que se había convertido, sin saberlo, en un peón en este juego mortal. Y pensó en Harry, que en ese momento estaba volando hacia un peligro que ni siquiera imaginaba, creyendo que la amenaza estaba en Londres. La estrategia de desviar a Harry había fracasado. El dragón se dirigía directamente al ojo del huracán. La guerra silenciosa por el legado de la flor negra acababa de escalar, y los hijos de la próxima generación estaban en el centro del fuego cruzado.
La alarma rasgó el aire del penthouse de Tokio, un grito electrónico que anunciaba el fin de la calma. Lydia corrió por los pasillos, sus instintos de combate, dormidos por años de laboratorio, despertando con una ferocidad inesperada. Las pantallas en el centro de control mostraban a los intrusos, figuras ágiles y letales, moviéndose con una precisión militar por los corredores de servicio y las azoteas contiguas. Eran los "Purificadores", y no venían a negociar.
—¡Protejan a Theo! ¡Llévenlo al refugio principal! —ordenó Lydia por el intercomunicador, su voz clara y autoritaria.
Mientras los guardias se movilizaban, Lydia se dirigió al invernadero. Allí encontró a Theo, pálido, intentando entender la conmoción, y a Mika, aferrada a su brazo, su rostro lívido de terror. La vibración era palpable ahora, no una resonancia sutil, sino una onda de choque que emanaba de Theo, amplificada por el miedo y la proximidad de Mika.
—Tenemos que irnos. ¡Ahora! —exclamó Lydia, tomándolos a ambos del brazo.
La mano de Mika, al tocarla, le transmitió una punzada de la misma energía que Theo emitía. La capacidad de Mika para amplificar era asombrosa, y aterradora.
Los pasillos del penthouse se convirtieron en una zona de guerra. Los guardias de los Petrovich, entrenados y leales, se enfrentaban a los Purificadores, que atacaban con una eficiencia brutal. El sonido de los disparos resonaba, mezclado con el tintineo de los cristales rotos. Lydia, Theo y Mika se movían por un corredor de servicio, protegidos por un par de guardaespaldas.
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Editado: 12.07.2025