La estrategia de perderte (4)

6

El aire se llenó con el olor acre de la pólvora y el zumbido de la energía bioeléctrica. Lydia se lanzó detrás de una robusta mesa de laboratorio, el cristal templado estallando a su alrededor. La mujer de cabello platinado, con el tatuaje de Veritas, lideraba el asalto con una fría eficiencia. Cada movimiento de sus Purificadores era calculado, buscando a Theo con una obsesión que helaba la sangre.

—¡Muévanse! —gritó Lydia a los dos guardaespaldas restantes, que intentaban repeler el avance—. ¡Necesitamos tiempo!

Los guardias, aunque valientes, estaban superados en número y en ferocidad. Uno de ellos cayó, el otro se retiró, cubriendo la retirada de Lydia hacia un sector más fortificado del laboratorio. La mujer de Veritas la siguió, sus ojos fijos en ella, como si pudiera saborear la victoria.

—Doctora Petrovich —siseó la mujer, su voz gélida—. Qué honor conocer a la arquitecta de esta blasfemia. La flor es una abominación, una interferencia. Y su linaje, un error que purificaremos.

Lydia no respondió. Sabía que debatir con el fanatismo era inútil. Su mente corría para ganar segundos. Observó un panel de control cercano que regulaba el flujo de energía del laboratorio. Si podía sobrecargarlo, podría crear una distracción momentánea.

Mientras tanto, en el conducto de ventilación, Theo temblaba, la vibración en su cuerpo tan intensa que le costaba respirar. Mika lo sostenía, su toque firme y extrañamente reconfortante. Las paredes metálicas del conducto resonaban con los disparos y las explosiones del penthouse.

—No te preocupes —susurró Mika, apretándole la mano—. Estamos juntos. Siente la vibración, Theo. Escúchala. Es parte de ti.

Theo cerró los ojos, intentando concentrarse en las palabras de Mika. La vibración, antes un caos ensordecedor, comenzó a tomar forma, como ondas en el agua. Podía sentir la estructura del edificio, la energía de las máquinas, incluso los latidos de su propia sangre. Y de repente, sintió algo más: una conexión con la flora del invernadero, que se extendía por el conducto, una red silenciosa de vida que le susurraba una ruta de escape.

—Por aquí —murmuró Theo, su voz más fuerte, la determinación reemplazando el miedo.

Se arrastró por un ramal lateral del conducto, tirando de Mika. La conexión con la planta le mostraba un camino, un atajo a través de los sistemas de ventilación que los llevaría más allá de la batalla principal.

Mientras el asalto al penthouse se intensificaba, Harry se movía como una sombra por los pasillos de servicio, guiado por el sonido de los disparos y las alarmas. La rabia, alimentada por el grito de Elena y el terror de Nicolai, le daba una fuerza sobrenatural. La traición de Lydia, la mentira de Londres, la manipulación de su hijo... todo se cristalizaba en una furia fría y controlada.

Encontró un punto de acceso a un nivel superior, forzando una puerta de servicio. El olor a pólvora era abrumador. Se deslizó por un corredor, el cuerpo tenso, listo para el combate. Y entonces los vio. A los guardias de los Petrovich, caídos, a la mujer de cabello platinado con el tatuaje de Veritas, y a Lydia, de pie frente a un hueco en la pared, intentando activar un panel de control.

El mundo pareció detenerse. Lydia. Su cabello oscuro cayéndole por el rostro, sus ojos fijos en el enemigo, tan decidida como la última vez que la vio. El dolor, la traición, el anhelo... todo se mezcló en un torbellino de emociones. Pero la furia por Nicolai lo dominaba.

La mujer de Veritas se lanzó sobre Lydia. Harry actuó por puro instinto, un movimiento rápido y brutal que lo llevó detrás de la atacante. En un instante, la inmovilizó, su brazo alrededor del cuello de la mujer, aplicando presión.

La sorpresa se dibujó en el rostro de la mujer de Veritas.

—¿Quién...? —intentó decir.

—Aléjate de ella —gruñó Harry, su voz grave, su rostro una máscara de fría determinación.

Su mirada se encontró con la de Lydia. Por un momento, el tiempo pareció detenerse. Los ojos de Lydia se abrieron con una mezcla de sorpresa, alivio y una profunda tristeza. La visión de Harry, el hombre que había jurado no volver a ver, que ahora la salvaba, era una ironía cruel.

El resto de los Purificadores, al ver a su líder inmovilizada, se detuvieron. Harry no era un agente de seguridad Petrovich. Su brutalidad, su aura de peligro, eran las de un depredador solitario.

—¿Harry? —la voz de Lydia era apenas un susurro.

Harry apretó aún más a la mujer, su mirada fija en Lydia.

—Lo que le hiciste a Nicolai... lo que le estás haciendo a Theo... vamos a hablar de eso. Todo.

La mujer de Veritas, luchando por respirar, logró soltar una palabra:

—Activación... imparable... el niño...

Un dolor agudo le recorrió el brazo a Harry, una vibración que resonaba con la furia de su hijo. La voz de Elena en el teléfono, las alarmas de la cabaña. El plan de los Purificadores no era solo capturar a los catalizadores, era activarlos. Y Nicolai estaba en el centro de ello. La confrontación con Lydia sería inevitable, pero el fuego cruzado aún no había terminado.

El control de Harry sobre la líder Purificadora era férreo, su brazo prensando su garganta. La mujer forcejeaba, sus ojos inyectados en sangre, pero la furia helada de Harry era una fuerza inamovible. Su mirada se clavó en Lydia, una mezcla hirviente de ira, reproche y una cruda necesidad de respuestas. El aire entre ellos vibraba con la tensión de dos imanes que se repelen y se atraen a la vez.

—Suelta a mi gente —siseó la líder Purificadora, su voz ahogada.

Harry ignoró la amenaza. Su atención estaba dividida entre la mujer que controlaba y Lydia, quien parecía paralizada por su inesperada aparición. Los otros Purificadores, momentáneamente desorientados por la caída de su líder, dudaron.

—¿Qué le estás haciendo a Nicolai? —rugió Harry, su voz grave, vibrando con una furia contenida que heló la sangre de Lydia.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.