La estrategia de perderte (4)

9

El laboratorio de Tokio, recién parchado del asalto, se había transformado en un centro de comando improvisado. La llamada de Elena, el grito silencioso de Nicolai, la fría lógica de la manipulación climática... todo convergía en la urgencia de Siberia. Harry y Lydia, la tensión palpable entre ellos, se movían con una sincronía forzada, cada uno arrastrado por el mismo torbellino de peligro. Mauro observaba, su rostro impasible, sus órdenes precisas.

—Necesitamos todo lo que tengas sobre esa mujer —dijo Harry, su voz áspera, dirigiéndose a Mauro—. Su nombre, sus conexiones, sus debilidades.

Mauro asintió, su mirada fija en la pantalla que mostraba la base siberiana.

—Ya está en marcha. Elena está recopilando datos de nuestras fuentes más antiguas. Esta facción de Veritas es más antigua de lo que creíamos. Y ella... tiene raíces profundas.

Mientras los sistemas Petrovich rastreaban el pasado de la líder Purificadora, Lydia se concentraba en la logística.

—Siberia es implacable en esta época del año —explicó, sus dedos tecleando comandos en una pantalla holográfica—. Necesitamos equipo polar, vehículos adaptados, y un plan de inserción que evite sus defensas. Es una base de la era soviética, diseñada para resistir casi cualquier cosa.

Harry, con su experiencia en infiltración, asintió.

—Lo sé. Entré en una similar una vez. Los puntos ciegos son limitados, las trampas, mortales. Necesitaremos un equipo pequeño, quirúrgico. Y una distracción.

La mirada de Harry se encontró con la de Lydia. Ella entendió de inmediato. Una vez más, sus habilidades, tan diferentes pero complementarias, tendrían que unirse.

—Mientras tanto, Theo... y Mika —Lydia giró su atención hacia la pantalla que mostraba el ala de servicio donde se habían refugiado. Su conexión se había vuelto aún más crucial—. Necesito entender cómo esta "activación" de Nicolai está funcionando, y cómo detenerla. Y creo que ellos son la clave.

En la cocina industrial del penthouse, Theo se aferraba al vial de la flor bioluminiscente, el pulso energético que recorría su cuerpo siendo modulado por el toque constante de Mika. Las imágenes que había sentido de Nicolai, el dolor distante, la sensación de un frío abrumador, se intensificaban.

—Es como si Nicolai fuera una batería —murmuró Theo, su mente procesando la información a una velocidad vertiginosa—. Y ellos están drenando su energía, canalizándola hacia… hacia esa base en Siberia.

Mika, con los ojos cerrados, concentrada, asintió.

—Siento la conexión. Es como un hilo. Puedo… puedo sentir la tensión en él. Como si lo estuvieran estirando hasta el punto de ruptura.

Los dos jóvenes, sentados en el suelo frío, sus manos unidas, se habían convertido en un canal para la propia energía de la flor. La "vibración" de Theo, amplificada por Mika, le permitía no solo sentir, sino casi visualizar el flujo de energía. Comenzaron a trazar un mapa mental de la red que los Purificadores estaban creando, un mapa de la "purificación global" que se manifestaba como una tormenta de frío extremo.

—Si podemos entender cómo lo están haciendo —dijo Theo, sus ojos brillando con una nueva determinación, una mezcla de miedo y una feroz necesidad de ayudar a su primo—, quizás podamos interrumpirlo. O incluso… revertirlo.

Mika apretó su mano.

—Lo haremos. Juntos.

Era una conexión instintiva, nacida del peligro y de un amor incipiente, que trascendía cualquier entrenamiento científico o militar. Ellos eran los "catalizadores" y el "amplificador", los guardianes involuntarios de un secreto que podía salvar o destruir el mundo.

Mientras tanto, en una fortaleza oculta en las entrañas de la taiga siberiana, la líder Purificadora, Zora, monitoreaba las lecturas. El pulso de energía aumentaba constantemente, las temperaturas globales caían. La "purificación" avanzaba.

—El Catalizador principal está activo —dijo Zora a sus tenientes, una sonrisa gélida extendiéndose por su rostro marcado—. La sangre de los Petrovich, tan corrupta, es la clave para nuestra salvación. La naturaleza se purificará de la abominación de la flor negra y de la enfermedad que no se atrevió a caer.

Zora miró una pantalla que mostraba lecturas de la Patagona, un gráfico que representaba la intensa actividad de la flor negra en esa ubicación. Luego, otra pantalla mostró la señal que había usado para atraer a Harry a Londres, ahora inactiva.

—La Doctora Petrovich es ingeniosa —murmuró Zora—. Pero subestima nuestra comprensión del diseño natural. El Catalizador final, el más puro, fue el cebo más exquisito. La conexión con la sangre de su linaje es innegable.

La red se había tendido. Y ahora, los peones clave estaban cayendo en su lugar.

La información sobre Zora finalmente llegó al laboratorio de Tokio. Era una mujer con un pasado enigmático, vinculada a una rama ultraconservadora de Veritas que creía en el "gran reseteo" ecológico. Pero lo más alarmante era su conexión con Anya, la abuela de Theo. Zora había sido una de las protegidas de Anya en sus primeros años de investigación clandestina sobre la flor negra, antes de que Anya intentara ocultar su conocimiento.

—Era su aprendiz —dijo Lydia, su voz apenas un susurro, mientras leía el informe. El shock era palpable—. Esto no es solo Veritas. Es una escisión que ha pervertido la visión de Anya.

Harry apretó los puños. La pieza final del rompecabezas de Zora encajaba. Y eso hacía la amenaza aún más personal, aún más compleja. No solo iban a la guerra, iban a un enfrentamiento con el pasado. El pulso del plan de los Purificadores era claro: la tormenta siberiana crecería, alimentada por Nicolai, hasta que el mundo se congelara. Y ellos eran los únicos que podían detenerlo.

El laboratorio de Tokio, transformado en sala de guerra, vibraba con la urgencia del momento. La revelación de que Zora, la líder Purificadora, era una antigua protegida de Anya, la abuela de Theo, añadió una capa inquietante a la ya compleja situación. No era solo un ataque; era una perversión de un legado, un enfrentamiento con los fantasmas del pasado que Lydia y Harry habían intentado enterrar.




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