La estrategia de perderte (4)

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El agarre de Mauro en el brazo de Lydia era un recordatorio físico de su control. Arrastrándola por el conducto, la distancia entre ellos creció con cada paso, un abismo forzado por la furia silenciosa de Mauro. Las palabras no fueron necesarias; su mirada era una sentencia. Lydia, humillada y con el corazón encogido por el encuentro con Harry, se obligó a reenfocarse. La vida de Nicolai pendía de un hilo, y la "purificación" de Zora era una amenaza global.

Finalmente, llegaron a un punto de acceso a un nivel inferior de la base siberiana. Mauro, con una precisión escalofriante, neutralizó a los dos guardias que custodiaban la entrada. Una vez dentro, la base cobró vida. El zumbido de maquinaria era ensordecedor, y el aire era denso con el olor a ozono y metal.

—Nuestra prioridad es el centro de control principal —dijo Mauro, su voz fría—. Y la fuente de la energía de la flor. Necesitamos llegar allí y deshabilitar su sistema.

Lydia asintió, su mente ya en modo analítico. Las lecturas en su tableta eran caóticas, pero mostraban una concentración masiva de energía de la flor negra en los niveles más profundos de la base. Era la "batería" que alimentaba el plan de Zora. Guiada por las lecturas, Lydia comenzó a trazar una ruta a través del laberíntico complejo, sorteando patrullas y sistemas de seguridad. Su conocimiento de la tecnología Petrovich y su instinto científico eran sus mejores armas.

Mientras tanto, en el conducto, Harry observó cómo Lydia era arrastrada, la escena grabada a fuego en su mente. La humillación en el rostro de Lydia, la ira silenciosa de Mauro. El beso. Se sentía como un puñal en su propio pecho. Pero no había tiempo para la recriminación. Su misión era clara: detener a Zora y salvar a Nicolai.

Harry optó por una ruta alternativa, utilizando su conocimiento de los puntos ciegos y las vulnerabilidades de seguridad que las fuerzas de Mauro, en su control absoluto, podrían haber pasado por alto. Se movía con la fluidez de un depredador, sus ojos escanenando cada sombra, cada esquina. Él buscaría una entrada trasera, un flanco inesperado, para desestabilizar a los Purificadores desde una dirección diferente, creando el caos necesario para que Lydia y Mauro llegaran a su objetivo. La estrategia de distracción cibernética que había propuesto Lydia se pondría en marcha en cualquier momento; Harry debía ser la "sorpresa" que la complementara.

A miles de kilómetros, en el penthouse de Tokio, Theo y Mika, con la ayuda de Elena, estaban a punto de ejecutar su audaz plan. El generador de contrafrecuencia, un ensamblaje improvisado pero esperanzador, estaba conectado a la red central de energía del penthouse. El zumbido era bajo, pero constante, una promesa de poder.

—Listo —dijo Theo, sus manos temblaban ligeramente, no por miedo, sino por la magnitud de lo que estaban a punto de hacer.

Mika se acercó, tomando su mano. Sus ojos se encontraron, y en esa mirada, Theo encontró la fuerza. El amor que florecía entre ellos era su ancla, su motor.

—Respira —susurró Mika—. Y siente la conexión con Nicolai. Imagina que rompes ese hilo.

Elena, con un auricular en el oído, monitoreaba las transmisiones.

—Los informes de la Patagonia son cada vez más graves. La resonancia es crítica. Nicolai… está al límite.

La urgencia era abrumadora. Theo cerró los ojos, concentrándose. La vibración, amplificada por el toque de Mika, se convirtió en un flujo direccional. Se conectó con el pulso de la flor negra en el penthouse, luego lo extendió, buscando el hilo etéreo que lo unía a Nicolai, a kilómetros de distancia. Sintió la tensión, el dolor, la manipulación que los Purificadores estaban ejerciendo sobre su primo.

—Ahora, Theo —dijo Mika, su voz una guía—. Envía la contrafrecuencia. Siente cómo se dispersa.

Theo, con la ayuda de Mika, empujó la energía, una onda sutil pero poderosa, a través del generador y hacia la red. Era una especie de "pulso de desfase", diseñado para interferir con la frecuencia que los Purificadores usaban para controlar a Nicolai. El generador zumbó, las luces del laboratorio parpadearon.

En la Patagonia, en ese mismo instante, Nicolai gimió, su cuerpo convulsionando. La vibración que lo había torturado comenzó a distorsionarse, a fragmentarse. El dolor, aunque intenso, ahora era diferente. El hilo que lo ataba a la distante Siberia comenzaba a deshilacharse. Elena, observando a su hijo, vio una tenue luz de esperanza en sus ojos.

El plan de Tokio, improvisado y peligroso, estaba funcionando. La contrafrecuencia de Theo y Mika era el primer golpe contra el plan de Zora. Pero en Siberia, la verdadera batalla aún estaba por comenzar.

La vasta y gélida extensión de la base siberiana se extendía ante Harry como una fortaleza impenetrable. El aire, denso con la promesa de una tormenta de nieve inminente, ocultaba el crepitar de su equipo y el sigilo de sus movimientos. Mientras Lydia y Mauro avanzaban por el centro de la instalación, Harry se desvió hacia un sector menos vigilado, buscando el punto ciego perfecto para su ataque. Recordaba los planos de bases similares: un área de desechos tóxicos al este, con conductos de ventilación menos protegidos debido a los riesgos biológicos.

Se movió como una sombra, sus manos expertas sorteando trampas de presión y sensores láser, reliquias de una tecnología soviética brutalmente efectiva. La furia por Nicolai y la manipulación de Lydia lo impulsaban, dándole una claridad aterradora. Encontró un conducto de ventilación corroído que se adentraba en las entrañas de la base. Era estrecho, oscuro y olía a productos químicos, pero lo llevaría a un nivel directamente debajo del área de control principal. El plan de Zora para desatar un infierno helado sobre el mundo, usando a su hijo como faro, era una aberración que él se negaba a permitir.

Mientras Harry se deslizaba por la oscuridad, el zumbido de la base se intensificaba, una cacofonía de maquinaria pesada. De repente, las luces de emergencia parpadearon en el conducto. Los sistemas de Zora estaban sintiendo el pulso. No el de Harry, sino el de la contrafrecuencia enviada por Theo y Mika desde Tokio. Una sonrisa sombría se dibujó en el rostro de Harry. Sus muchachos lo estaban logrando.




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