La estrategia de perderte (4)

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El jet de los Petrovich cortó los cielos sobre el sur de Francia, un contraste sereno con la tormenta que se gestaba en su interior. La propiedad, un antiguo château convertido en una fortaleza de alta tecnología, estaba oculta entre colinas ondulantes y densos bosques. Su aislamiento, la privacidad que ofrecía, la convertía en el punto de encuentro perfecto para una alianza forzada.

Harry fue el primero en descender, su semblante tenso, su hombro aún vendado. A pesar del confort del viaje, la inminencia del conflicto con Zora pesaba sobre él. Detrás de él, Elena ayudaba a Nicolai a bajar los escalones del avión. El joven, aunque más pálido de lo habitual, miraba el nuevo entorno con una mezcla de curiosidad y la tranquila aceptación de su destino. La "vibración" de la flor negra en su interior seguía siendo una parte de él, un sexto sentido que lo conectaba con lo impalpable.

Poco después, un segundo jet aterrizó, trayendo a Lydia, Mauro, Theo y Mika. El reencuentro fue tenso, cargado de emociones no dichas y lealtades divididas. Los ojos de Harry buscaron los de Lydia, pero ella los esquivó, su rostro una máscara de profesionalismo. Mauro, impasible como siempre, asintió brevemente a Harry, un reconocimiento frío de la tregua necesaria.

Theo y Nicolai se encontraron, y fue como si un circuito se cerrara. Los dos jóvenes se miraron, una comprensión silenciosa, casi telepática, pasando entre ellos. Había una resonancia, un eco de la misma energía de la flor negra que los unía.

—Nicolai —dijo Theo, su voz suave, una familiaridad instantánea en su tono—. ¿Sientes… la conexión?

Nicolai asintió, una leve sonrisa en su rostro.

—Es como si siempre te hubiera conocido, Theo. Y también a ti, Mika. Gracias.

Mika sonrió, un gesto cálido que transmitió una paz silenciosa. La conexión entre los tres catalizadores era palpable, una sinapsis viviente que prometía ser su mayor fortaleza.

La sala de mapas de la base se convirtió en el centro neurálgico de su operación. Un holograma tridimensional de las montañas de Asia Central flotaba en el centro, mostrando la probable ubicación del enclave de Zora.

—Nuestros datos de inteligencia confirman que Zora está en esta región —dijo Mauro, su voz autoritaria, señalando un punto en el mapa—. Una red de túneles excavados en la roca, antiguos búnkeres de la Guerra Fría. De difícil acceso y fuertemente defendidos.

Harry se inclinó sobre el mapa, su mente de estratega ya evaluando los puntos débiles.

—Necesitamos un plan de infiltración que sea quirúrgico. Sin bajas civiles, sin daños colaterales que puedan alertarla.

Lydia, con su iPad en mano, proyectó datos sobre el holograma.

—Zora no está construyendo un arma. Está intentando replicar lo que hizo en Siberia, pero a una escala más precisa. Sus objetivos son los catalizadores. Ella cree que al purificar a aquellos con la "imperfección" de la flor negra, puede erradicarla del mundo. Es una cruzada fanática.

—Y eso significa que no los matará —intervino Harry, su mirada se encontró con la de Lydia—. Querrá usarlos.

Lydia asintió.

—Exactamente. Los quiere vivos, para canalizar su energía. Pero la nueva contrafrecuencia que hemos desarrollado con Theo y Mika nos da una ventaja crucial.

Theo, con Mika a su lado, dio un paso adelante.

—Desde que enviamos el pulso a Nicolai, la conexión entre nosotros se ha fortalecido. Podemos sentir la actividad de la flor negra en el entorno de Zora, como un latido. Podemos incluso enviar pulsos de baja frecuencia que podrían desorientar sus sensores.

Mika añadió, su voz suave pero firme:

—Podemos ser sus ojos y oídos, incluso desde aquí. La vibración es más clara ahora.

Harry miró a Theo y Mika, una nueva estrategia formándose en su mente.

—Ustedes serán la clave. No irán al campo de batalla, pero serán nuestros ojos. Necesitamos su capacidad para sentir a Zora, sus movimientos, y la actividad de la flor negra. Podemos usar esos pulsos de baja frecuencia como una distracción, o incluso para guiar nuestra infiltración.

Lydia asintió, sus ojos fijos en Theo.

—Y podemos refinar la contrafrecuencia. Si logramos infiltrarnos en la base de Zora, podemos desatar un pulso que la paralice, dándonos tiempo para la extracción.

Mauro, observando la interacción, vio la sinergia forzada, pero innegable. La nueva generación, los catalizadores, se convertían en una pieza central del ajedrez.

—El plan será el siguiente —dijo Harry, su voz clara y autoritaria, dirigiendo la mirada a todos—. Infiltración en equipos pequeños. Yo me encargaré de la distracción y el aseguramiento del perímetro. Lydia, tú liderarás el asalto al centro de control. Y Theo y Mika, desde aquí, serán nuestros ojos, nuestros oídos, y nuestro arma secreta.

Elena, sentada en silencio, observó a su familia, a los dos hombres y a la mujer que alguna vez amaron y se odiaron, ahora unidos por un propósito común. Sentía la esperanza, pero también la sombra de lo que Zora representaba. La guerra no era solo por la flor, sino por el futuro de una nueva generación de seres humanos con capacidades que apenas comenzaban a comprender. La confluencia en Francia no era solo estratégica; era el inicio de un nuevo capítulo, donde la ciencia, la intuición y el amor se entrelazarían en la batalla final.

El château francés, con sus muros centenarios y su atmósfera de historia, se convirtió en el escenario de una tregua incómoda, pero necesaria. Harry y Lydia, forzados a una proximidad constante por la inminente misión, se movían entre las salas de mapeo y los laboratorios improvisados con una tensión palpable. Cada mirada, cada palabra, estaba cargada con el peso del pasado, del beso robado bajo el hielo de Siberia, y de la dolorosa intrusión de Mauro.

Las horas se convertían en días, llenos de debates estratégicos y la fría lógica de la planificación. Discutían rutas de infiltración, protocolos de comunicación y la tecnología de contención. En esos momentos de concentración compartida, la vieja química entre ellos resurgía, una sincronía intelectual que había sido su mayor fortaleza en el pasado.




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