La estrategia de perderte (4)

16

El viento de Asia Central silbaba a través de las cumbres nevadas, un preludio gélido a la inminente tormenta. La base de Zora, oculta en las entrañas de las montañas, era una mancha sombría en el horizonte, una cicatriz en el paisaje.

Harry y Lydia, ataviados con trajes de camuflaje polar y equipo de asalto ultraligero, se movían con la precisión de depredadores, sus pasos casi inaudibles sobre la nieve endurecida. El silencio entre ellos era denso, roto solo por el crujido de sus botas.

La coreografía de su infiltración era impecable, un recordatorio de los viejos tiempos. Harry, con su visión táctica, identificaba los puntos débiles en la defensa perimetral. Lydia, con sus dispositivos de pirateo, neutralizaba los sensores y las cámaras de seguridad con una eficiencia que asombraba incluso a Harry. La electricidad entre ellos, la tensión no resuelta de su pasado, era casi tan palpable como el frío.

—Hay un conducto de servicio aquí, justo debajo de la torre de comunicaciones principal —susurró Harry, señalando una abertura camuflada en la roca—. Es estrecho, pero nos dará acceso al nivel de control.

Lydia asintió, su rostro serio.

—Lo sé. He estado monitoreando sus fluctuaciones de energía. Zora está trabajando en algo. La vibración de la flor negra aquí es intensa.

El pensamiento de Zora manipulando esa energía, con la posibilidad de afectar a Nicolai y Theo, encendió la furia de Harry. Se deslizaron por la abertura, la oscuridad engulléndolos.

El aire dentro del conducto era rancio y metálico, con el inconfundible zumbido de la maquinaria pesada. Harry miró a Lydia, sus ojos buscando una conexión, un reconocimiento del peligro que compartían, del peso de la misión.

Por un momento, sus miradas se encontraron, un eco de la promesa no dicha en Siberia. Pero el deber y los años de separación eran un muro que se alzaba entre ellos.

Mientras tanto, a miles de kilómetros de distancia, en el invernadero iluminado del château francés, Theo y Mika estaban inmersos en su propia batalla silenciosa.

Rodeados por el verdor exuberante de las plantas, sus manos unidas sobre una mesa luminiscente, sus mentes se conectaban con la flor negra a un nivel que pocos podrían comprender.

La luz suave que emanaba de la pequeña muestra de la flor cerca de ellos era un reflejo de la energía que fluía entre ellos, amplificada por el amor que habían descubierto.

Nicolai, sentado cerca, con los ojos cerrados, sentía la conexión con sus primos, un pulso rítmico que lo unía a ellos a través de los continentes.

El temor a la "vibración" se había desvanecido, reemplazado por una curiosidad fascinante.

—Siento a papá y a tía Lydia —murmuró Theo, sus ojos cerrados, su frente perlada de sudor—. Están entrando. Puedo sentir la tensión. La vibración de la flor negra en la base de Zora es como un latido furioso.

Mika apretó su mano, su voz suave pero firme.

—Podemos ayudar. Si canalizamos nuestra energía, podemos desorientar los sensores de Zora, crear un pulso silencioso que la ciegue temporalmente.

Elena, sentada en una esquina del invernadero, monitoreaba sus signos vitales y las lecturas de la flor. Veía la intensa concentración en sus rostros, la sinergia casi telepática. Eran la nueva generación, los guardianes del equilibrio.

Theo asintió.

—Vamos a coordinar un pulso disruptivo. Necesitamos calcular la frecuencia exacta para interferir con los sistemas de Zora sin alertarla directamente. Es como tocar una melodía que nadie más puede escuchar, pero que desequilibra todo.

Mika, cerrando los ojos, comenzó a concentrarse, su mente fusionándose con la de Theo. La energía de la flor negra en la muestra del invernadero comenzó a vibrar con una intensidad creciente, una luz suave pulsando en sus manos entrelazadas.

La conexión entre ellos era un puente, un conducto para una fuerza que iba más allá de la simple electricidad.

En la sala de control del château, Mauro observaba las lecturas que Theo y Mika generaban, su rostro, siempre impasible, mostrando una rara mezcla de asombro y una creciente comprensión.

El pulso que estaban generando era sutil, pero las anomalías en los sistemas de Zora en Asia Central eran claras.

—Increíble —murmuró Mauro, una palabra que rara vez pronunciaba—. Su control sobre la resonancia es… inesperado.

La "purificación" que Zora buscaba era una abominación. Pero el amor de Theo y Mika, su conexión con la esencia vital de la flor, prometía un tipo diferente de purificación: una de equilibrio y armonía.

El viento gélido de Asia Central llevaba el eco de la promesa. La danza entre el peligro y el amor estaba a punto de alcanzar su clímax.

El aire dentro del conducto de ventilación en Asia Central se volvió más denso, cargado con el inconfundible olor a ozono y la fría esencia de la flor negra.

Harry y Lydia se movían con una eficiencia silenciosa, cada uno confiando implícitamente en el otro, a pesar de las cicatrices emocionales que los separaban.

Las luces de sus visores nocturnos cortaban la oscuridad, revelando los intrincados circuitos y las pesadas compuertas que componían las entrañas de la base de Zora.

—Estamos a punto de pasar por el sector de vigilancia principal —susurró Harry, su voz grave—. Prepárate para el pulso de Theo.

Lydia asintió, sus dedos ya volando sobre una pequeña consola portátil.

La pantalla mostraba las lecturas fluctuantes de energía de la base, ahora con sutiles pero perceptibles interferencias.

El trabajo de Theo y Mika desde Francia estaba teniendo efecto.

De repente, una serie de sensores ocultos se activaron con un leve zumbido.

Los pasillos frente a ellos se iluminaron con una luz roja de alarma.

—¡Ya nos vieron! —exclamó Lydia, tecleando furiosamente.

—¡No! —dijo Harry, su voz tensa—. Es el pulso de Theo. Están sintiendo la interferencia.




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