La estrategia de perderte (4)

20

La noticia de la cumbre de Veritas, recibida en la quietud de la Patagonia, resonó en Harry como una premonición. La cumbre, un cónclave secreto de las facciones más influyentes de la organización, era la fachada perfecta.

Los instintos de Harry, afilados por años de guerra encubierta, le gritaban que era una trampa. Con Zora libre y sedienta de venganza, no podía ser otra cosa. Miró a Nicolai, absorto en sus dibujos de patrones de energía, y sintió el frío escalofrío de la vulnerabilidad. Su hijo, un catalizador, era un imán para el peligro.

—Tengo que ir, Elena —dijo Harry a Elena una mañana, su voz grave—. Si no estoy allí, no sabré qué están planeando. Y si Zora ataca… los Petrovich no dudarán en sacrificar a quien sea para proteger sus intereses. Incluido a Nicolai.

Elena asintió, su rostro sombrío. Había visto demasiado, había perdido demasiado.

—Sé que tienes que hacerlo, Harry. Pero ten cuidado.

La preparación fue rápida y silenciosa. Harry coordinó con sus viejos contactos, asegurándose de tener una red de apoyo fuera del control de Mauro. No confiaba en la seguridad de Veritas. La cumbre se celebraría en una fortaleza de montaña en los Alpes suizos, un lugar aislado, teóricamente impenetrable, pero que a Harry le parecía una jaula.

Mientras tanto, en el opulento penthouse de Tokio, Lydia se preparaba para la cumbre con una mezcla de aprensión y deber. Sabía que Mauro la quería a su lado, una muestra de poder y control. Pero su mente estaba en Theo y Mika, y en los avances que habían logrado con la flor negra.

—La cumbre es una farsa —murmuró Lydia a Theo, en un momento a solas en el laboratorio—. Mauro quiere consolidar el poder, no buscar soluciones reales. Y si Zora tiene planes…

Theo, con la pequeña muestra de la flor negra pulsando suavemente en una vitrina, la miró con una comprensión que trascendía su edad.

—Ella es más inteligente de lo que pensamos, tía Lydia. Su mente está retorcida por la obsesión, pero es brillante. No atacaría de frente.

Mika asintió, sus ojos llenos de una seriedad inusual.

—Siento un zumbido. No es una vibración de la flor negra, sino una perturbación en la red. Es como si alguien estuviera buscando un punto ciego.

La conversación de Harry con Zora en el centro de control había dejado en claro que su obsesión por los catalizadores no había disminuido. Theo y Mika, con su profunda conexión, se habían convertido en un faro para Zora, y ahora, en una amenaza directa para ella. Su amor, su vínculo, se había transformado en un escudo, pero también en un objetivo.

—Tenemos que estar preparados, tía Lydia —dijo Theo—. Podemos monitorear la red de Veritas desde aquí. Si Zora intenta algo, sentiremos el cambio en la frecuencia.

Lydia asintió, un plan formándose en su mente. Ella se iría a la cumbre, pero Theo y Mika se quedarían atrás, sus mentes y su conexión, su arma secreta.

La cumbre se celebró en una inmensa sala de conferencias con paredes blindadas y una seguridad de alta tecnología. Líderes de facciones de todo el mundo se reunieron, sus rostros tensos, sus agendas ocultas.

Harry llegó discretamente, un lobo solitario en el corazón del imperio. Sus ojos buscaron a Lydia, y la encontró sentada junto a Mauro, su rostro una máscara de profesionalidad. Hubo un breve intercambio de miradas, cargado de todo lo que no podían decir. El dolor de su separación era un pulso silencioso entre ellos.

Mientras Mauro pronunciaba un discurso sobre la "necesidad de unidad" y la "contención de la amenaza de la flor negra", Harry sintió un escalofrío. Demasiada calma. Demasiado predecible.

De repente, las luces parpadearon.

Un pulso electromagnético sacudió la sala, deshabilitando momentáneamente los sistemas de seguridad.

Un segundo después, los monitores de seguridad se encendieron, mostrando una imagen distorsionada de Zora.

—Saludos, líderes de Veritas —la voz de Zora resonó en la sala, fría y burlona—. Han subestimado la pureza de mi visión. Y el poder de los catalizadores.

La imagen de Zora se desvaneció, reemplazada por un mapa tridimensional de la cumbre.

Un marcador rojo pulsó en el corazón del complejo.

—Mi regalo para ustedes —continuó la voz de Zora—. Una lección sobre la verdadera naturaleza de la purificación.

Harry actuó por instinto.

—¡Es una trampa! —gritó, su voz cortando el silencio helado—. ¡Un ataque cibernético! ¡Y una bomba de pulso electromagnético localizada!

El caos estalló.

Los guardias se movieron, los líderes buscaron refugio.

Lydia, su rostro pálido, corrió hacia el panel de control más cercano, intentando reactivar las defensas. Mauro, con su habitual impasibilidad, activó los protocolos de evacuación de emergencia.

La cumbre, diseñada para la unidad, se había convertido en un campo de batalla.

La sombra que nunca duerme, Zora, había vuelto. Y esta vez, su objetivo no era solo la flor negra, sino el corazón mismo de Veritas, y con ello, a Theo y Nicolai. El vínculo inquebrantable de los catalizadores y sus aliados sería puesto a prueba en la tempestad que se avecinaba.

El pulso electromagnético de Zora sumió la cumbre de Veritas en un caos gélido. Los sistemas de seguridad parpadearon, las luces se apagaron y la sala de conferencias quedó envuelta en una penumbra inquietante. Harry reaccionó por puro instinto, su cuerpo moviéndose antes de que su mente pudiera procesarlo.

—¡Abajo! —rugió, derribando a varios delegados mientras una descarga de energía silenciosa chispeaba por donde habían estado un segundo antes.

Lydia, con el rostro pálido pero resuelto, corrió hacia la consola principal. Sus dedos volaron sobre el panel, intentando anular el ataque de Zora y reactivar los sistemas.

Mauro, con su habitual calma bajo presión, dirigía a sus guardias, estableciendo un perímetro alrededor de los líderes de la facción.

La voz de Zora volvió a resonar, ahora distorsionada, desde los monitores parpadeantes.




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