La estrategia de perderte (4)

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El viento helado aullaba, un coro fantasmal alrededor de la estación de investigación siberiana. Harry y Lydia se movían con una sincronía forjada en años de peligro compartido, el sigilo de Harry combinándose con la habilidad tecnológica de Lydia. La base, una estructura brutalista de metal y hormigón, se alzaba como una cicatriz en la vasta extensión de hielo, su silencio ominoso.

—Las lecturas de la flor negra aumentan a medida que nos acercamos al nivel subterráneo principal —susurró Lydia a través de su comunicador, sus ojos fijos en el escáner portátil.

La firma de Zora era una maraña de energía, hábilmente oculta dentro del zumbido ambiental de la flor.

Harry asintió, su mirada atenta a cada sombra. Sentía la presencia de Zora, una fría anticipación que le erizaba los vellos de la nuca. La batalla final estaba a punto de comenzar.

A miles de kilómetros, en el invernadero iluminado del château francés, Theo y Mika se concentraban, sus manos unidas sobre la pequeña muestra de la flor negra. El aire vibraba con una energía sutil, la respuesta de la flor a su conexión. Elena monitoreaba las lecturas, el rostro tenso, mientras Mauro observaba desde el centro de control, una rara mezcla de fascinación y preocupación en sus ojos.

—La melodía de Zora es compleja —dijo Theo, sus ojos cerrados, una punzada de esfuerzo en su frente—. Está usando la frecuencia de la flor para enmascarar su ubicación, como un canto de sirena que distorsiona la realidad.

Mika asintió, su propia concentración casi palpable.

—Pero ahora la estamos sintiendo. Es una resonancia profunda, casi una huella digital. Podemos usarla.

Con un esfuerzo conjunto, Theo y Mika comenzaron a modular la energía de la flor, no para desorientar, sino para crear un hilo conductor. Era como trazar un mapa invisible en el vasto espectro de la flor negra, una baliza que guiaría a Harry y Lydia a través del laberinto de Zora.

—La estamos rastreando —dijo Theo, su voz firme—. La huella energética de Zora se dirige hacia un complejo subterráneo, en el nivel más profundo. Es su laboratorio principal.

Mika añadió, sus ojos brillando con concentración.

—Y puedo sentir trampas. No son solo físicas. Son energéticas. Diseñadas para agotar a los catalizadores si entran en contacto.

Mauro, al escuchar las palabras de Mika, asintió.

—Bien hecho. Doctora Petrovich, Harry, ¿reciben la señal?

En la estación siberiana, Harry y Lydia sintieron un cambio sutil en sus visores.

Una tenue luz azul, casi imperceptible, comenzó a brillar en la interfaz de sus cascos, trazando un camino a través de los oscuros y laberínticos pasillos.

Era el hilo conductor de Theo y Mika, una guía silenciosa en la oscuridad.

—Lo tengo —susurró Harry, sus ojos siguiendo el rastro luminoso—. Nos están guiando.

Lydia asintió, una leve sonrisa curvando sus labios.

El genio de Theo y Mika era innegable, su conexión, una fuerza que superaba cualquier tecnología. Pero a medida que avanzaban, las lecturas de la flor negra en el ambiente se volvieron más intensas, más opresivas. Sentían una extraña fatiga, un drenaje sutil de su energía.

—Las trampas de Mika —murmuró Lydia, su voz tensa—. Zora está usando la propia energía ambiental de la flor para agotarnos. Es una trampa diseñada para los catalizadores, para debilitarlos antes del enfrentamiento.

De repente, el hilo conductor parpadeó y se desvaneció.

Las luces en el pasillo se encendieron, revelando una serie de cámaras de seguridad ocultas.

Una voz resonó a través de los altavoces, fría y burlona.

—Bienvenidos a mi hogar, mis queridos Purificadores —dijo Zora, su voz distorsionada por la reverberación—. Han caído en mi trampa. Y ahora, serán parte de mi última obra.

La imagen de Zora apareció en un monitor cercano, su rostro marcado por la derrota anterior, pero con un brillo de triunfo en sus ojos.

La puerta detrás de Harry y Lydia se cerró con un chasquido metálico.

Habían sido guiados, sí, pero hacia la boca del lobo.

La batalla no se libraría solo en el plano físico, sino en la danza sutil de las frecuencias, en el corazón mismo de la flor negra.

Zora, una vez más, había demostrado ser una oponente formidable.

El frío metal de las compuertas se cerró con un estruendo sordo, sellando a Harry y Lydia en el laberinto de la base de Zora.

La voz de la líder Purificadora resonó, teñida de un regocijo macabro.

Harry sintió una punzada de ira y frustración; habían caído directamente en la trampa.

—Zora no está sola —susurró Harry, su arma en alto, escaneando los pasillos oscuros—. Estas defensas son demasiado sofisticadas para ella sola.

Lydia, tecleando furiosamente en su comunicador, asintió.

—Tiene un aliado. Una inteligencia artificial integrada en la base. Está aprendiendo de nuestros movimientos, adaptándose. Es como si el lugar mismo tuviera conciencia.

El ambiente se volvió denso, opresivo.

La flor negra, que antes pulsaba con una energía inofensiva en el hilo conductor de Theo y Mika, ahora resonaba con una vibración agresiva, casi un lamento.

Zora no solo había tendido una trampa física, sino que estaba intentando saturar el aire con la energía de la flor, buscando abrumar y subyugar a los catalizadores y a sus aliados.

A miles de kilómetros de distancia, en el invernadero del château francés, el pequeño espécimen de la flor negra en la vitrina comenzó a palpitar con una luz violenta. Theo y Mika se arquearon, sintiendo la invasión, el lamento distorsionado de la flor que les llegaba desde Siberia.

Nicolai, en la Patagonia, sintió un escalofrío que lo despertó, la vibración en su interior intensificándose dolorosamente.

—¡Es un ataque directo a la flor! —exclamó Theo, su rostro pálido—. Zora está manipulando la esencia misma de la flor negra para usarla como un arma. Está intentando amplificar su energía negativa, su aspecto más oscuro.




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