La estrategia de perderte (4)

23

El pasillo de la base siberiana se transformó en una arena de pesadilla.

Los mutantes de Zora, criaturas retorcidas y bestiales, se lanzaron contra Harry y Lydia con una ferocidad brutal.

Sus cuerpos, grotescamente alterados por la flor negra, poseían una fuerza antinatural y una resistencia inquietante.

Harry, con su instinto de combate, se movía como un torbellino, su arma disparando ráfagas precisas, mientras Lydia, usando su agilidad y su intelecto, esquivaba y golpeaba, sus puños y piernas convertidos en armas sorprendentemente efectivas.

Pero la pura cantidad de mutantes era abrumadora.

Las balas de Harry apenas los ralentizaban, y los golpes de Lydia, aunque dolorosos, no los derribaban.

El aire vibraba con el lamento distorsionado de la flor negra, el intento de Zora de abrumarlos con su energía negativa.

Harry sentía el drenaje de su fuerza, una fatiga que iba más allá del cansancio físico.

—¡Están intentando saturar el aire! —jadeó Lydia, esquivando un golpe brutal de un mutante. Su comunicador chispeaba con la estática—. ¡Nos están agotando!

En el invernadero del château francés, Theo y Mika sentían la lucha con una intensidad dolorosa.

El brillo de la pequeña muestra de la flor negra fluctuaba salvajemente, un reflejo de la batalla en Siberia.

Nicolai, en la Patagonia, se agitaba, su conexión con la flor y con sus parientes un torrente de angustia.

—¡Tío Harry y tía Lydia están en peligro! —exclamó Theo, sus ojos cerrados, sus manos apretadas—. La flor está resonando con el dolor de los mutantes. Está amplificando la agresión.

Mika, con el ceño fruncido por la concentración, se apoyó en Theo.

—Tenemos que contrarrestar esa frecuencia. No con fuerza, sino con armonía. Si Zora está usando el lamento, nosotros enviaremos una sinfonía.

La idea de Mika era audaz, casi poética.

No se trataba solo de una contrafrecuencia, sino de una melodía de vida que purificaría la energía distorsionada de la flor.

Con el apoyo silencioso de Elena, quien mantenía los generadores del château al máximo rendimiento, Theo y Mika se concentraron.

Su amor, su vínculo inquebrantable, se convirtió en el conductor.

La pequeña flor en la vitrina comenzó a irradiar una luz dorada y pulsante, un contrapunto a la oscuridad de Siberia.

Era una resonancia de paz, de equilibrio, de la vida misma.

El pulso de Theo y Mika, una onda de armonía pura, viajó a través del espacio y el tiempo, penetrando el oscuro lamento de la flor negra en la base de Zora.

En Siberia, el efecto fue inmediato y sorprendente.

Los mutantes de Zora, que se abalanzaban sobre Harry y Lydia, se detuvieron.

Sus cuerpos retorcidos comenzaron a temblar, no por agresión, sino por confusión.

El lamento de la flor negra en el aire se transformó, convirtiéndose en un murmullo suave, casi un suspiro de alivio.

La energía que los estaba agotando disminuyó, reemplazada por una sensación de extraña calma.

—¿Qué… qué está pasando? —murmuró Harry, su arma bajando ligeramente.

Lydia observó a los mutantes con asombro.

Sus ojos, antes llenos de malicia, ahora mostraban una expresión de desconcierto, incluso de sufrimiento.

La armonía de la flor, canalizada por Theo y Mika, estaba purificando la oscuridad que Zora les había imbuido.

En un monitor cercano, la imagen de Zora volvió a aparecer, su rostro una máscara de furia y desesperación.

—¡Imposible! ¡Mi obra! ¡La han corrompido! ¡La armonía! ¡No es pura!

Harry miró a Lydia, una comprensión silenciosa pasando entre ellos.

Zora no entendía la verdadera naturaleza de la flor.

La "pureza" que buscaba era una aberración, una perversión de su esencia.

La melodía de Theo y Mika, su llama gemela de amor y comprensión, era la verdadera fuerza.

Los mutantes, incapaces de soportar la resonancia armoniosa, se desplomaron. No estaban muertos, sino incapacitados, sus cuerpos inertes, sus mentes en paz por primera vez desde que Zora los había corrompido.

La danza mortal se había detenido.

El camino hacia Zora estaba ahora despejado, pero la verdadera batalla, la que se libraría por la esencia de la flor negra y el destino de la humanidad, aún estaba por comenzar.

La melodía oculta había sido revelada, y la voluntad indomable de Theo y Mika había demostrado su poder.

El silencio en los pasillos de la base siberiana, roto solo por el goteo ocasional de hielo derretido, era más opresivo que el rugido de los mutantes.

Harry y Lydia avanzaron, sus pasos resonando en el vacío.

Los cuerpos inertes de las criaturas de Zora yacían esparcidos, sus formas grotescas ahora en paz, un testimonio del poder purificador de la melodía de vida de Theo y Mika.

La flor negra en el ambiente, aunque aún presente, vibraba con una frecuencia más suave, un eco de la armonía.

—Estamos cerca —susurró Lydia, su escáner portátil indicando una concentración masiva de energía en el nivel inferior—. Es su santuario. Su centro de operaciones final.

Harry asintió, su arma en alto. La herida en su costado ardía, pero la determinación en sus ojos era inquebrantable. Este era el final.

Mientras tanto, en el invernadero del château francés, Theo y Mika sentían la calma que se extendía desde Siberia. El brillo de la pequeña muestra de la flor negra en la vitrina se había estabilizado, pulsando con una luz dorada y serena.

—La flor está… en paz —dijo Theo, sus ojos cerrados, una profunda sensación de alivio inundándolo—. La energía negativa se ha disipado.

Mika asintió, su rostro suave.

—Es como si la hubiéramos liberado. Zora la estaba forzando a ser algo que no es.

Nicolai, en la Patagonia, sintió el cambio con una claridad asombrosa.

La vibración en su interior, que había sido una fuente de angustia, se transformó en una sensación de ligereza, casi de euforia.




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