La aparente paz en el Jardín de las Maravillas era una fina capa sobre un abismo de implicaciones. Los descubrimientos de Theo y Mika sobre la flor negra no solo prometían curas y vida, sino también un poder inimaginable que, en manos equivocadas, podría redefinir la guerra y el control. Lydia lo sabía, y la preocupación se anidaba en su corazón mientras observaba a sus hijos, brillantes y ajenos a la carga que sus hallazgos imponían.
El interés de Mauro en la flor se había intensificado, su pragmatismo ahora teñido de una ambición palpable. Las reuniones semanales se habían vuelto diarias, sus preguntas más incisivas. Quería entender el "lenguaje" del ADN reparador, no para sanar, sino para controlar.
—Doctora Petrovich —dijo Mauro una tarde, mientras Lydia revisaba los últimos análisis genéticos de la flor—. Los avances en la reversión del envejecimiento son… fascinantes. ¿Qué tan rápido podemos replicar esto en un entorno humano?
Lydia lo miró, el peso de sus palabras colgando en el aire.
Sabía que Mauro no pensaba en el bien de la humanidad, sino en el poder.
—Es un proceso extremadamente complejo, Mauro. La flor interactúa con el ADN de formas que apenas comenzamos a comprender. Un uso indebido podría tener consecuencias catastróficas.
Mauro sonrió, una expresión fría y calculada.
—Catastróficas o transformadoras, Doctora. Necesitamos control sobre esta tecnología.
La tensión entre ellos era constante.
Lydia era la mente detrás de la ciencia, pero Mauro controlaba los recursos y la narrativa.
Se sentía como un barco a la deriva, navegando entre la promesa de un nuevo amanecer y la sombra de una posible catástrofe.
Mientras tanto, en la quietud de la Patagonia, Harry sentía el cambio, una inquietud que no podía explicar. Nicolai, absorto en sus dibujos de patrones de energía, se había vuelto inusualmente pensativo.
—Papá —dijo Nicolai una tarde, levantando un dibujo de una intrincada red que se extendía por el mundo—. Siento… una perturbación. En la red de la flor. Como si alguien estuviera intentando forzarla.
Harry sintió un escalofrío.
La inocencia de Nicolai, su conexión pura con la flor, lo hacía un sensor de un peligro que el mundo ordinario no podía percibir.
La amenaza de Zora había sido contenida, pero el legado de su obsesión seguía latente.
El primer indicio de problemas llegó de forma sutil.
Una serie de filtraciones de datos, pequeñas al principio, pero que comenzaron a acumularse.
Información sobre la investigación de la flor negra en los Petrovich, sobre los catalizadores y sus habilidades, aparecía en la red oscura, en foros clandestinos.
Lydia recibió el informe de su equipo de ciberseguridad.
Sus ojos se entrecerraron al ver los patrones de las filtraciones.
No era un ataque al azar.
Era dirigido, metódico.
—Alguien está intentando robar nuestros datos —dijo a Theo, mostrando las pantallas con las líneas rojas que indicaban las brechas—. Y tienen un conocimiento inusual de nuestras defensas.
Theo examinó los datos, su mente trabajando a la velocidad de la luz.
—Es un ataque de ingeniería social combinado con una penetración de red sofisticada. No es una organización. Es una mente singular.
De repente, una pantalla parpadeó.
Era una transmisión cifrada de una fuente desconocida.
La imagen de Zora apareció, su rostro demacrado pero con una astucia renovada.
Sus ojos ardían con una mezcla de venganza y un conocimiento recién adquirido.
—Pensaron que me habían silenciado —siseó Zora, su voz distorsionada—. Qué ingenuos. La prisión de energía fue solo un retraso. La flor negra me ha mostrado el verdadero camino hacia la purificación.
Harry, en la Patagonia, recibió la misma transmisión en su comunicador de emergencia. Un nudo de temor se formó en su estómago.
—Ustedes, los Petrovich, creen que controlan la flor —continuó Zora—. Pero ella me ha hablado. Me ha revelado que su código, su esencia, puede ser manipulada a distancia. Y ahora, tengo un nuevo aliado. Uno que anhela el poder de la flor tanto como yo. Y que está dispuesto a pagar el precio.
La imagen de Zora se desvaneció, reemplazada por un símbolo desconocido, un ojo estilizado con hilos que se extendían como raíces.
Era una nueva facción, una amenaza oculta que Zora había despertado.
Lydia miró a Theo y Mika, el terror helándole la sangre.
Zora no había sido derrotada; había evolucionado.
Y la red roja que se extendía por el mundo, robando los secretos de la flor negra, era el primer paso de su nueva venganza.
El Jardín de las Maravillas se había convertido en un campo de batalla, y el despertar del código de la flor negra prometía una guerra de información y control a escala global.
La voz distorsionada de Zora, que brotaba de las pantallas, era un veneno helado.
El símbolo del ojo estilizado con hilos de raíces flotó en el aire, una imagen inquietante de una nueva facción.
En el penthouse de Tokio, Lydia sintió que la sangre se le helaba en las venas.
La amenaza había evolucionado, y ahora venía de las sombras.
—Una nueva facción… y Zora conectada a ellos —murmuró Lydia, sus ojos fijos en la pantalla.
Había algo familiar en el símbolo, un eco lejano de su pasado.
Mauro observaba las proyecciones holográficas, su rostro, por una vez, teñido de una palpable furia.
Había creído haber neutralizado a Zora, haber asegurado el control de la flor negra.
—¿Quiénes son? —preguntó Mauro, su voz tensa—. ¿Y cómo Zora escapó?
—Ella no escapó físicamente de la prisión de energía —respondió Lydia, su mente trabajando a la velocidad de la luz—. La flor negra tiene una resonancia de conciencia. Zora, en su obsesión, se fusionó con ella de una manera que nosotros no comprendimos. Su mente… su voluntad se convirtió en parte de la red de la flor. Es un ataque psíquico combinado con una red de espionaje. Y el ojo… me recuerda a algo.
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Editado: 12.07.2025