La estrategia de perderte (4)

26

La revelación de Anya fue un golpe devastador. Su voz, tranquila y serena, pero cargada de una ambición apocalíptica, resonó en las mentes de todos.

En el penthouse de Tokio, Lydia se sintió traicionada hasta lo más profundo.

Su mentora, la figura que una vez admiró, era ahora el titiritero detrás de la destrucción que habían combatido.

Mauro, por su parte, se movía por la sala de guerra con una furia contenida, la humillación grabada en su rostro pétreo. La soberanía de los Petrovich había sido desafiada por su propia fundadora.

—No la subestimen —dijo Lydia, su voz tensa—. Anya conoce la flor negra mejor que nadie. Y si está manipulando su ADN reparador y la conciencia colectiva…

Mauro se detuvo bruscamente frente a ella, sus ojos fríos como el hielo.

—Usted es su aprendiz, Doctora Petrovich. Debería haber sabido esto. Esta falla es suya.

El aire se cargó de una electricidad gélida.

La acusación de Mauro, injusta y cruel, golpeó a Lydia con la fuerza de un golpe físico.

La presión de la cumbre, la dolorosa separación de Harry, la traición de Anya… todo se acumuló en un instante.

Sus ojos se llenaron de lágrimas de rabia y dolor.

En ese momento, algo imperceptible para el ojo humano ocurrió.

La flor negra en el Jardín de las Maravillas de Francia, donde Theo y Mika monitoreaban las lecturas, pulsó violentamente.

La luz dorada se distorsionó, tiñéndose de un púrpura oscuro.

Theo y Mika se miraron, sus ojos abiertos por la sorpresa y la angustia.

—Siento… ¡es ira! —exclamó Theo, su voz quebrada—. Y dolor. ¡De tía Lydia!

Mika asintió, su rostro contraído.

—Y es… el tío Mauro. Su energía es fría. Reprochando. La flor lo siente. Siente el conflicto.

La resonancia del conflicto no solo se limitó a Francia.

En la Patagonia, Nicolai se desplomó, sujetándose la cabeza. La vibración de la flor negra en su interior se había vuelto un torbellino, una cacofonía de emociones violentas.

—¡Papá! —gritó Nicolai, sus ojos llenos de miedo—. ¡Siento… mucha ira! ¡Y tristeza!

Harry, que había estado monitoreando las transmisiones, sintió un escalofrío al escuchar la angustia de su hijo.

La imagen de Lydia en su mente, bajo la mirada glacial de Mauro, encendió una chispa de furia protectora.

De inmediato, activó una conexión de emergencia con el comunicador de Lydia.

—¡Lydia! —la voz de Harry resonó, cargada de una furia que ella no había escuchado en años—. ¿Qué está pasando ahí? ¿Qué te está haciendo? ¡No me importa lo que él diga, tú no eres culpable de esto! ¡No dejes que te manipule!

La voz de Harry, teñida de preocupación y una furia que no disimulaba su amor, fue el golpe final para Lydia.

La vergüenza de su situación, la impotencia de estar atrapada, y el peso de las palabras de Harry, la abrumaron.

Sintió la acusación, el reproche, la intrusión.

La mano de Mauro, que se había extendido para tomar su brazo, se retiró abruptamente.

El dolor en el rostro de Lydia se intensificó.

En ese instante, la flor negra en el Jardín de las Maravillas rugió.

El ADN reparador de la flor pareció convulsionar, y la luz púrpura oscura que emanaba se volvió casi negra. La conciencia colectiva de la flor, interconectada con la de los catalizadores y amplificadores, no solo sentía el conflicto entre Lydia y Mauro, sino también la furia de Harry y la angustia de Nicolai. Era como si la misma flor estuviera reaccionando al desgarro humano.

Elena, que había estado escuchando la conversación a través del comunicador de Harry, sintió una furia fría recorrerla.

La voz de Harry, su furia desmedida hacia Lydia, su falta de comprensión por la situación de ella con Mauro, la hizo reaccionar.

—¡Harry! —exclamó Elena, su voz resonando en el comunicador. Su tono era de decepción y reproche—. ¡Cállate! ¡No te atrevas a hablarle así! ¿Crees que ella no está sufriendo? ¡No tienes idea del peso que ella carga! ¡Su vida no es tan sencilla como la tuya!

El silencio fue ensordecedor.

Harry se quedó mudo, la furia de Elena una bofetada helada.

La flor negra, en ese instante, emitió un pulso final, una onda de energía caótica que se extendió por la red. No era solo la ira de Zora, sino la sombra compartida de todos los conflictos humanos, magnificada por la conexión con la flor.

De repente, los sistemas de seguridad del château de los Petrovich, y la base de la Patagonia, parpadearon. Las pantallas mostraron interferencias, y la voz de Anya regresó, más potente, más clara que nunca.

—Interesante —dijo Anya, su voz teñida de un escalofriante regocijo—. La flor reacciona a su discordia. Su dolor. Su amor. Las emociones puras son la clave. Y ahora que lo han demostrado, mi verdadero plan puede comenzar.

La imagen de Anya se disolvió, pero no antes de mostrar un nuevo símbolo, superpuesto al ojo: una flor negra estilizada con tentáculos, una imagen más agresiva, más invasiva.

La discordia entre ellos había abierto una puerta.

Zora había sido el peón, Anya la mente maestra, pero ahora, el conflicto entre Harry, Lydia y Mauro, las emociones de Theo y Mika, y la sensibilidad de Nicolai, habían despertado algo más profundo en la flor misma.

Una nueva amenaza, nacida de la discordia humana, había despertado.

La flor negra, ahora resonando con las pasiones más oscuras, estaba a punto de convertirse en un campo de batalla de voluntades y emociones.

La perturbación en la flor negra no fue un simple estallido; fue un pulso sísmico que reverberó a través de la red de Veritas, una onda de energía caótica nacida de la discordia humana.

En el penthouse de Tokio, el silencio tras las palabras de Elena y la nueva imagen de la flor estilizada con tentáculos de Anya era ensordecedor.

Lydia sentía el dolor de la traición y la humillación, agravado por la furia de Harry y la reprimenda de Elena. Mauro, por su parte, se debatía entre la ira por la insolencia de Anya y la necesidad de mantener el control.




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