La estrategia de perderte (4)

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La disonancia era palpable, una marea invisible de miedo e ira que se extendía por el mundo, canalizada por la flor negra y orquestada por Anya.

En el Jardín de las Maravillas, Theo y Mika sentían la presión, el sordo dolor de una humanidad sumida en el conflicto.

La pequeña muestra de la flor, ahora resonando con la discordia del mundo, palpitaba con una luz púrpura, casi negra, reflejando el caos.

—Ella está usando la conciencia colectiva de la flor para amplificar el odio —dijo Theo, sus manos temblaban mientras observaba las proyecciones holográficas de la red global de energía. Cada nodo, cada punto de luz, ahora parpadeaba con un color rojizo, indicando la saturación emocional—. Está intentando que nos destruyamos entre nosotros.

Mika, con una determinación férrea en sus ojos, tomó la mano de Theo.

—Entonces, debemos ser el contrapunto. Si ella amplifica la discordia, nosotros amplificaremos la armonía. Como una sinfonía interna.

La idea era audaz, casi suicida. Implicaba no solo contrarrestar la energía de Anya, sino proyectar una onda de equilibrio a través de la misma red que ella estaba utilizando. Requeriría una conexión con la flor y entre ellos que nunca antes habían intentado.

Elena, que había estado monitoreando la situación desde la Patagonia, contactó a Theo y Mika. Su voz era grave, llena de preocupación.

—La situación es crítica. Los conflictos sociales se están intensificando. Los gobiernos están en el caos. Necesitan hacer algo.

Theo y Mika asintieron.

Era su momento.

Se sentaron en el centro del invernadero, rodeados por el verdor exuberante, y cerraron los ojos.

Su amor, su conexión, se convirtió en un faro. Theo, el catalizador, y Mika, la amplificadora, se unieron en un acto de fe.

Comenzaron a modular la energía de la flor negra, no con la furia del dolor, sino con la quietud de la compasión, la fuerza de la esperanza y la calma de la comprensión.

La luz púrpura de la flor comenzó a fluctuar, luchando contra la oscuridad impuesta por Anya.

Lentamente, milímetro a milímetro, el color dorado comenzó a resurgir.

Era un pulso suave al principio, luego un latido rítmico que se extendía desde el Jardín de las Maravillas, una sinfonía interna que buscaba la armonía dentro del caos.

Era como si la flor misma, liberada del yugo de Zora, respondiera al llamado de su verdadera esencia, canalizada por los jóvenes.

Mientras tanto, en la Patagonia, Harry sintió el cambio. La angustia de Nicolai, que había estado palpable, comenzó a disiparse. Los patrones de energía que Nicolai dibujaba se volvieron más fluidos, más equilibrados.

—Papá —susurró Nicolai, sus ojos brillando con un asombro infantil—, siento… una canción. Una canción hermosa.

Harry miró a la distancia, el latido del planeta resonando en el corazón de su hijo. Era la señal de Theo y Mika, una promesa silenciosa de que aún había esperanza.

En el penthouse de Tokio, Lydia y Mauro observaban cómo los monitores parpadeaban.

Las noticias falsas y los discursos de odio comenzaron a desvanecerse, reemplazados por imágenes de reconciliación, de esperanza, de pequeños actos de bondad que se propagaban por la red.

La marea de la discordia retrocedía.

La voz de Anya, que había estado omnipresente, se distorsionó.

Un grito de frustración resonó a través de los sistemas.

—¡Imposible! ¡Su interferencia! ¡Están corrompiendo mi visión! ¡Están deteniendo la purificación!

Lydia sintió un alivio inmenso.

Theo y Mika lo estaban logrando.

Habían encontrado la frecuencia, la sinfonía interna que podía sanar el mundo de la infección de Anya. Pero Lydia también sintió algo más.

Una punzada.

La voz de Anya, aunque distorsionada por la ira, tenía un matiz de vulnerabilidad, casi de desesperación. Anya no estaba loca por el poder; estaba convencida de que su "purificación" era la única salvación.

Mauro, con su mente fría, lo vio como una oportunidad.

—Ella está expuesta —dijo Mauro, su voz grave—. Su desesperación la hace predecible. Doctora Petrovich, Harry. Prepárense. Es el momento de localizar la fuente y neutralizarla. La sinfonía de los jóvenes nos ha comprado tiempo.

El velo de Anya había comenzado a levantarse.

La sinfonía interna de Theo y Mika había demostrado que el amor y la armonía eran más poderosos que el odio y la discordia. Pero la batalla final, la confrontación directa con la mente maestra detrás de todo, aún estaba por llegar.

La discordia había sido silenciada temporalmente, pero el verdadero desafío era curar el corazón de la bestia, antes de que el latido del planeta se detuviera para siempre.

La sinfonía interna de Theo y Mika había logrado lo impensable: sofocar la marea de la discordia de Anya.

El pulso de armonía, irradiado desde el Jardín de las Maravillas, comenzó a calmar las mentes globalmente, un bálsamo para la psique colectiva.

En el penthouse de Tokio, Lydia observaba cómo los mapas de calor de los conflictos sociales se enfriaban, los puntos rojos de ira y miedo se desvanecían.

La frustración de Anya, manifestada como un chillido digital, era la prueba de su éxito.

—Lo están logrando —dijo Lydia a Mauro, su voz teñida de orgullo y alivio.

Mauro asintió, su mirada fija en los datos de la red.

—Pero ella no se rendirá. Necesitamos localizar la fuente. La matriz.

La "matriz" era la fuente de la operación de Anya, el lugar desde donde orquestaba su ataque psíquico. Con la disonancia disminuyendo, Harry y Lydia tenían una ventana crítica para actuar.

Mientras tanto, en el Jardín de las Maravillas, Theo y Mika se esforzaban por mantener la armonía. La flor negra pulsaba con un brillo dorado, un faro de estabilidad. La conexión entre ellos era más profunda que nunca, una danza de mentes y corazones.

—Siento la resistencia de Anya —dijo Theo, su voz tensa por la concentración—. Está intentando encontrar una nueva debilidad, un nuevo punto de entrada. Es como una araña tejiendo una nueva red.




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