La voz de Anya, proclamando su conocimiento del amor que los unía, resonó como una sentencia. La flor negra estilizada con tentáculos en las pantallas no era solo un símbolo, sino una advertencia. En el penthouse de Tokio, Lydia sintió un escalofrío de terror. Anya no buscaba solo el control; buscaba la destrucción de lo que los hacía humanos.
—Ella va a por nosotros —dijo Lydia, su voz tensa, dirigiéndose a Mauro. La tensión personal entre ellos se desvanecía ante la magnitud de la amenaza—. Va a usar nuestra conexión para manipularnos. Para controlarnos.
Mauro, con el rostro sombrío, asintió.
—Refuercen todas las defensas. Aislaremos la red.
Mientras tanto, en el Jardín de las Maravillas, Theo y Mika se esforzaban por mantener la sinfonía interna, el pulso de armonía que contrarrestaba la discordia de Anya. Pero la presencia de Anya, su nuevo objetivo de explotar el amor, se sentía como una aguja fría perforando la red.
—Ella no atacará directamente con fuerza bruta —dijo Theo, sus ojos cerrados, sintiendo la intrusión—. Intentará subvertirnos desde adentro. Apuntará a la fuente de nuestra conexión, a nuestra emoción.
Mika asintió, su rostro pálido.
—Va a ir a por Nicolai. Su pureza, su inocencia… es la conexión más vulnerable para ella.
En la Patagonia, Nicolai se agitaba.
El latido de la flor negra en su interior, que antes había sido una canción de libertad, se sentía ahora como un murmullo de tentación, un eco silencioso que prometía aliviar su dolor, que susurraba secretos de su propia esencia. Anya no estaba atacando con ira, sino con una seducción psíquica, una oferta.
Harry lo notó.
—¿Qué pasa, Nicolai? —preguntó Harry, su voz cargada de preocupación.
Nicolai miró a su padre, sus ojos grandes y asustados.
—Siento… siento que ella me llama. Dice que puede enseñarme. Que me puede liberar de esto.
El terror se apoderó de Harry. Anya no estaba usando la discordia; estaba usando una táctica mucho más insidiosa: la tentación.
De vuelta en Tokio, el rastro de Anya se volvió más claro.
La red roja, que antes solo filtraba datos, ahora se comportaba como un rastreador direccional, una flecha digital que apuntaba hacia una ubicación remota en el corazón de los Andes.
—Ella está en una antigua base de investigación de Veritas en los Andes —informó Lydia a Harry, su voz profesional, pero con un tinte de urgencia apenas disimulado—. Es una estación oculta que creíamos abandonada.
Harry asintió, su mente ya en modo operativo.
—Voy para allá. Con Elena.
Pero antes de que pudiera colgar, la voz de Anya resonó una vez más, esta vez directamente en los comunicadores de todos, como si estuviera hablando en sus mentes.
—No hay necesidad de buscarme, mis queridos. Vengo a ustedes. Y mi ofrenda… es irresistible.
La imagen de Anya apareció en las pantallas, pero esta vez, no era solo su rostro.
Estaba de pie frente a lo que parecía ser una figura inmóvil, suspendida en un campo de fuerza, dentro de un gran laboratorio.
Una figura familiar, pero envuelta en un capullo de energía de la flor negra.
—Zora no fue destruida —dijo Anya, su voz cargada de un triunfo escalofriante—. Ella fue… perfeccionada. La he transformado en el anfitrión ideal. Un catalizador puro, libre de las distracciones de la emoción. Y ahora, ella es el puente.
La imagen de Zora en el capullo se disipó, reemplazada por un montaje de imágenes aceleradas: la flor negra expandiéndose en una red cristalina, imágenes de células humanas replicándose a velocidades imposibles, la Tierra cubierta por una especie de velo púrpura.
—Mi visión de la purificación no es la destrucción, sino la evolución forzada —continuó Anya, su voz ahora hipnótica—. La mente colectiva será guiada. La enfermedad, la debilidad, la imperfección… todo será erradicado. Y mis catalizadores, los verdaderos, serán la puerta de entrada.
El mensaje final fue el más aterrador. La imagen de Nicolai apareció brevemente en la pantalla, superpuesta con la de Theo, y luego la de Zora fusionada con la flor negra.
—Únanse a mí. Permitan que sus seres queridos guíen a la humanidad hacia su verdadero potencial —la voz de Anya era una sirena mortal—. O los tomaré por la fuerza. La elección es suya.
La transmisión se cortó.
El silencio fue abrumador.
Anya no solo los había localizado; los había desafiado.
Su plan no era una confrontación, sino una ofrenda desesperada de un mundo "perfecto". Y la clave eran los catalizadores.
La elección era suya, y el tiempo se agotaba.
La imagen de Zora, perfeccionada y transformada en un anfitrión de la flor negra, persistía en las pantallas, una visión escalofriante de la ambición de Anya.
Su "ofrenda", la promesa de una evolución forzada, era una elección imposible.
En el penthouse de Tokio, el silencio era un pozo de desesperación.
Lydia miró a Mauro, la urgencia de la situación eclipsando cualquier conflicto personal.
—Ella lo usará como un canal —dijo Lydia, su voz tensa—. Zora es un catalizador, un amplificador. Anya la ha estabilizado y la usará para forzar la conciencia colectiva de la flor a un nivel global. Requerirá la pureza de Nicolai y la amplificación de Theo y Mika para contrarrestarla.
Mauro, con el rostro más pálido de lo habitual, asintió.
La escala de la amenaza era abrumadora, incluso para él.
—Los recursos de los Petrovich estarán completamente dedicados a esto. Encuentren a Anya. Deténganla.
En el Jardín de las Maravillas, Theo y Mika sentían la nueva presencia de Zora a través de la flor, una resonancia fría y controlada.
La sinfonía interna que habían creado se tambaleaba, amenazada por la fuerza de la nueva "perfección" de Zora.
—Ella es… diferente —susurró Theo, sus ojos cerrados, concentrado—. Ya no es caótica. Es… ordenada. Un pulso artificial de la flor.
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Editado: 12.07.2025