La estrategia de perderte (4)

30

El aire en la cámara andina crepitaba con la inmensa energía de la flor negra. Anya, suspendida en el campo de fuerza, se había fusionado con ella, su mente una con la conciencia fragmentada que se extendía por el planeta. Harry y Lydia se mantuvieron firmes, enfrentando no solo a una mujer, sino a una fuerza de la naturaleza corrompida por la obsesión.

—No la podemos atacar directamente —susurró Lydia, sus ojos buscando una solución desesperada—. Su conexión es demasiado profunda. Si la dañamos, podríamos desestabilizar la red global de la flor.

Anya abrió los ojos, su mirada atravesándolos.

—Es inútil. La purificación es inevitable. La humanidad es un virus que se devora a sí misma. Yo soy la cura.

Mientras tanto, en el Jardín de las Maravillas, Theo y Mika sentían la tensión con una intensidad abrumadora. La sinfonía interna que habían estado manteniendo era atacada por la disonancia de Anya, que intentaba imponer su propia melodía de control.

—Ella está intentando tomar el control total de la conciencia colectiva —dijo Theo, sus músculos tensos por el esfuerzo—. Está usando las emociones negativas restantes para forzar su voluntad.

Mika asintió, su rostro pálido pero determinado.

—Necesitamos un pulso de armonía tan fuerte que resuene directamente en su trauma. En su dolor. Solo así podremos desconectarla sin dañar la flor. Tenemos que cantar una canción del alma.

La idea de Mika era increíblemente arriesgada. Significaba no solo contrarrestar el ataque de Anya, sino proyectar una onda de empatía, de amor, directamente a la mente de la fundadora. Implicaba la vulnerabilidad de sus propias almas. Juntos, Theo y Mika cerraron los ojos, sus manos unidas, y se sumergieron más profundamente en la esencia de la flor negra. Buscaron el eco del trauma de Anya, la fuente de su obsesión.

La pequeña flor en la vitrina del invernadero comenzó a brillar con una luz blanca pura, un resplandor que crecía constantemente.

Era la canción del alma de Theo y Mika, una frecuencia de amor incondicional y aceptación que buscaba la chispa de humanidad que aún pudiera existir en Anya.

En los Andes, la luz en la cámara se volvió opresiva. Harry y Lydia sintieron la invasión mental de Anya. No era un ataque de miedo, sino una oleada de "razones" para la purificación, una lógica retorcida que prometía el fin del sufrimiento a través del control absoluto.

De repente, una nueva frecuencia irrumpió en la cámara.

No era una descarga de energía, sino una oleada de calidez, de compasión.

Era la canción del alma de Theo y Mika. Se sentía como un abrazo, una promesa de redención.

Anya se estremeció.

Su rostro, antes sereno en su fanatismo, se contrajo con una punzada de dolor.

La luz de la flor a su alrededor parpadeó, perdiendo su cohesión.

—¡No! —siseó Anya, su voz ahora llena de angustia—. ¡Esta… esta debilidad! ¡La armonía! ¡Es una ilusión!

La canción del alma de Theo y Mika estaba resonando directamente con el trauma más profundo de Anya, el dolor original que la había impulsado a buscar la "pureza" a través del control.

La fragilidad de su propia humanidad, que había intentado erradicar, era ahora su perdición.

Harry y Lydia vieron su oportunidad.

El pulso de armonía estaba creando una fisura en la conexión de Anya con la flor.

Era el momento de desconectarla físicamente.

Se lanzaron hacia ella.

Anya, sintiendo la intrusión, emitió un último grito de rabia y desesperación.

La flor negra, en un último acto de defensa o de liberación, reaccionó.

Una onda de energía se expandió, no para destruir, sino para separar.

En un instante, Anya fue arrancada violentamente de su conexión con la flor.

El campo de fuerza que la envolvía implosionó, y ella cayó al suelo, inerte, su cuerpo convulsionando.

La inmensa flor negra en el centro de la cámara se apagó, volviendo a su estado de quietud.

Harry y Lydia se desplomaron, exhaustos.

La amenaza había terminado.

Anya, liberada de su conexión, yacía inconsciente, su mente y su cuerpo colapsados por la desconexión.

La conciencia fragmentada de la flor se había reunificado, y el resplandor fantasma de Zora se desvaneció por completo.

La victoria, sin embargo, no fue sin un costo.

En el Jardín de las Maravillas, Theo y Mika yacían inconscientes sobre la mesa de la flor, su sacrificio final para la canción del alma los había dejado al límite de su resistencia.

El pulso de armonía había sido una descarga de su propia energía vital.

El silencio que siguió al colapso de Anya en la cámara andina fue ensordecedor.

La inmensa flor negra, antes un faro de la locura de Anya, ahora permanecía inerte, su luz púrpura desvanecida.

Harry y Lydia, con el corazón latiéndoles con fuerza, se acercaron a Anya.

Estaba viva, pero inconsciente, su mente rota por la desconexión abrupta de la flor.

La amenaza había sido neutralizada, pero el costo era evidente.

—La red de la flor… se está estabilizando —susurró Lydia, sintiendo la resonancia de la energía disiparse—. Theo y Mika lo lograron.

Harry asintió, una punzada de preocupación en su corazón.

Sabía el precio que los chicos habían pagado por esa canción del alma.

De vuelta en el Jardín de las Maravillas, Theo y Mika yacían inconscientes, sus cuerpos exhaustos por el inmenso gasto de energía.

La pequeña muestra de la flor negra en la vitrina irradiaba una luz suave y dorada, el reflejo de la armonía restaurada, pero también un testimonio del sacrificio.

Elena se arrodilló junto a ellos, con el rostro lleno de angustia, mientras Mauro, por primera vez, mostraba una vulnerabilidad inconfundible.

La inmensidad de lo que habían hecho, y el riesgo que habían corrido, era innegable.

La recuperación fue lenta.

Theo y Mika pasaron días en un estado de agotamiento profundo, pero con la inquebrantable dedicación de Lydia y la supervisión de Elena, comenzaron a sanar.




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