La seducción silenciosa de Anya se manifestó primero en Harry como una intensificación casi dolorosa de sus pensamientos sobre Lydia. Su mente, antes disciplinada por años de entrenamiento militar y los años en prisión, ahora se veía asediada por recuerdos, por escenarios alternativos. Ya no era solo anhelo; era una obsesión que se enroscaba en cada fibra de su ser.
Se encontró revisando viejos archivos de Veritas, no buscando datos de seguridad, sino rastros de Lydia: informes firmados por ella, viejas fotografías de reuniones, cualquier cosa que le permitiera reconstruir su presencia. La cabaña, que había sido su refugio, se sentía sofocante. La Patagonia, inmensa y solitaria, ya no lo consolaba; solo magnificaba el vacío dejado por su renuncia.
Elena, con cada día que pasaba, veía el abismo crecer entre ellos. La mirada ausente de Harry, su irritabilidad inusual, la forma en que se perdía en sus propios pensamientos. Intentó acercarse, ofrecer consuelo, pero él se retraía, envuelto en su propia tormenta interior. La lealtad de Elena a Harry, que había sido su ancla, comenzaba a resentirse bajo el peso de su dolor y la creciente indiferencia de él.
Una noche, mientras Nicolai dormía inquieto, Harry se levantó y se acercó a la ventana, observando la luna sobre las montañas. Las palabras que le había dicho a Mauro resonaron en su mente: "Tengo una estrategia para perderla".
La ironía era cruel. Ahora, era él quien se estaba perdiendo, consumido por un anhelo que parecía no tener fin.
La flor negra, a través de su conexión, sentía esa espiral de deseo, ese ciclo interminable de añoranza.
En el Jardín de las Maravillas, Theo y Mika observaban con creciente preocupación la fluctuación de la flor negra. El hipnótico tono azul, que indicaba la amplificación de las obsesiones, era ahora más pronunciado. Las mentes humanas, sin saberlo, estaban siendo moldeadas por los hilos invisibles de Anya.
—Anya no está atacando la razón —dijo Theo, sus ojos fijos en los patrones energéticos de la flor—. Está atacando el corazón, la emoción. Está buscando las grietas en la lealtad forzada.
Mika asintió, su rostro sombrío.
—Y la obsesión por el poder de Mauro también se está amplificando. Está ejerciendo más presión sobre Lydia.
La presión de Mauro sobre Lydia se intensificaba con cada día. Su ambición, magnificada por la influencia de Anya, se había vuelto implacable. Quería resultados. Quería control. Su matrimonio con Lydia, que antes era una unión de conveniencia, ahora se sentía como una fortaleza que él debía proteger y asegurar a toda costa. La presencia silenciosa de Harry, el mero hecho de que existiera y representara un pasado, era una amenaza para el imperio de Mauro, y la obsesión de Anya se alimentaba de esa inseguridad.
Lydia, atrapada entre la creciente demanda de Mauro y la persistencia etérea de Harry en sus pensamientos, sentía que su fortaleza resquebrajada se volvía cada vez más frágil. Su dedicación a la ciencia, a la investigación de la flor, se había convertido en una forma de escape, una obsesión propia para no confrontar el vacío emocional que sentía. El laboratorio era su santuario, pero incluso allí, la influencia sutil de Anya comenzaba a manifestarse. En su mente, las posibilidades de la flor, su potencial de control, se volvían cada vez más atractivas, más imperativas.
Anya, desde su prisión, tejió su red.
La obsesión de Harry por Lydia, la ambición desmedida de Mauro, la compulsión de Lydia por el conocimiento.
Todos eran hilos en su tapiz, piezas en su juego.
El velo de su influencia se extendía, y el mundo, inconsciente, comenzaba a moverse al compás de su oscura sinfonía.
La lealtad se ponía a prueba, no por un enemigo declarado, sino por los demonios internos magnificados por una mente maestra invisible.