La estrategia: El final (5)

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La espiral del anhelo de Harry lo llevó a cruzar el Atlántico. La Patagonia se había vuelto una jaula de recuerdos, y la necesidad de estar cerca de Lydia, de percibir su presencia, se había convertido en una fuerza gravitacional irrefrenable.

Llegó a Tokio sin aviso, presentándose en el penthouse de los Petrovich bajo el pretexto de una "evaluación de seguridad de alto nivel" de la flor negra, una excusa que Mauro aceptó con una mezcla de suspicacia y la necesidad de mantener las apariencias.

La presencia de Harry en el mismo edificio de Lydia era una tortura para ambos. Sus encuentros en los pasillos, las reuniones en las salas de control, todo se cargaba de una tensión no verbal. Harry la observaba, sus ojos revelando el anhelo que él ya no intentaba ocultar. Lydia sentía su mirada como una aguja clavada en el corazón, reabriendo la herida que creía haber cicatrizado. Su concentración en la ciencia, su armadura de profesionalismo, comenzaba a desmoronarse.

Mientras tanto, en la Patagonia, Elena sentía la partida de Harry no con tristeza, sino con una fría resolución. La flor negra había magnificado el engaño, y ella no podía ignorarlo. Había llegado el momento de confrontar.

Se conectó con Theo y Mika en el Jardín de las Maravillas, su voz carente de su habitual calidez.

—Necesito saberlo todo. La verdad sobre la flor. Sobre Anya. Sobre cómo esto afecta a la gente. A Harry.

Theo y Mika, sintiendo la intensidad de Elena, le explicaron la nueva estrategia de Anya: la seducción silenciosa, la amplificación de las obsesiones humanas a través de la flor. Le hablaron del resplandor hipnótico azul que envolvía los nodos de la red global de la flor, y cómo este amplificaba los deseos más profundos, los anhelos más secretos. Le explicaron cómo la fuerza de voluntad de los Petrovich, su ambición de control, los hacía particularmente vulnerables.

Elena escuchó con atención, cada palabra confirmando sus peores temores. La obsesión de Harry por Lydia no era solo su viejo anhelo; era un arma en manos de Anya.

—Entonces, si las obsesiones son el arma de Anya —dijo Elena, su voz más aguda—, la solución es la claridad. La verdad. No podemos dejar que esto siga destruyendo nuestras vidas.

Los jóvenes la miraron, impresionados por su determinación.

La flor negra, en ese instante, emitió un suave pulso, una resonancia de la verdad y la resolución, como si aprobara su enfoque.

De vuelta en Tokio, la tensión entre Lydia y Mauro se intensificaba.

La presencia de Harry era una provocación constante para el orgullo de Mauro, y la obsesión amplificada por el control lo hacía más dominante. Comenzó a ejercer una presión implacable sobre Lydia en el laboratorio, exigiéndole que desvelara los secretos de la flor con una velocidad y una intensidad que la agotaban.

—Necesitamos resultados, Doctora Petrovich —dijo Mauro, su voz fría, sus ojos clavados en ella. La obsesión de Anya había magnificado su necesidad de poseer el conocimiento, de controlar el futuro de la flor—. No estamos progresando lo suficientemente rápido.

Lydia sintió la presión.

Era una aguja más, esta vez en su mente.

Intentó responder, pero la imagen de Harry, sus ojos suplicantes, parpadeó en su visión.

En ese momento, el comunicador de Lydia zumbó.

Era Elena.

La llamada era inesperada, y la urgencia en la voz de Elena era palpable.

—Lydia —dijo Elena, su voz tranquila pero firme—, necesitamos hablar. Creo que hay cosas que debes saber. Cosas que no te han dicho. Sobre Harry. Sobre mí. Y sobre lo que realmente está pasando con la flor.

Lydia miró a Mauro, luego a la pantalla donde la imagen de Elena, serena y decidida, la esperaba.

La lealtad de Lydia se ponía a prueba, no por la pasión, sino por la verdad.

La fortaleza resquebrajada de su corazón enfrentaba un nuevo desafío.

La semilla de la discordia había germinado, y la confrontación final estaba por comenzar, no en un campo de batalla, sino en el corazón y la mente de quienes habían sido arrastrados al juego de Anya.

El pacto silencioso entre Harry y Lydia de evitar su amor había sido roto por la propia estrategia de Harry, y ahora, las consecuencias eran inevitables.




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