La estrategia: El final (5)

6

El aire en la oficina de Lydia se hizo denso, cargado con la electricidad de la confrontación inminente. Mauro, con su rostro contorsionado por la furia, se paró frente a ella, mientras la imagen de Elena en la pantalla se mantenía firme, un testigo silencioso. La "estrategia" de Harry había sido un detonante, y ahora, la verdad amenazaba con derrumbar el precario equilibrio que los Petrovich habían construido.

—Elena está diciendo la verdad —afirmó Lydia, su voz firme a pesar del temblor en sus manos—. Harry no vino por seguridad. Vino por mí. Y tú lo sabías. Lo permitiste porque creías que él se iba a quemar solo.

El rostro de Mauro se puso lívido.

—¡No sabes de lo que hablas, Lydia! ¡Elena es una manipuladora! ¡Ella solo quiere sembrar el caos!

—¿Caos? —replicó Lydia, un dolor agudo mezclado con la rabia en su voz—. El caos es lo que has estado cultivando. Has usado mi lealtad, mi trabajo, mi presencia en esta familia para tus propios fines. Y has permitido que los chicos, Theo y Mika, sigan conectados a una flor que Anya está usando para controlar nuestras emociones más íntimas.

Mauro se acercó amenazadoramente, su ambición magnificada por la influencia de Anya volviéndolo irracional.

—¡Yo te ofrecí estabilidad! ¡Protección! ¡Un futuro! ¡Harry te ofreció un engaño y una vida de huida! ¡Eres mi esposa, Lydia! ¡Tu lealtad es conmigo!

Lydia retrocedió, sus ojos fijos en él. La verdad era un arma de doble filo.

—¿Lealtad? —susurró, su voz cargada de amargura—. ¿Es eso lo que llamas a una jaula dorada? Me usaste, Mauro. Usaste mi dolor, mi pasado, para atarme a ti. Permitiste que Harry me dejara para asegurarte mi obediencia.

La furia de Mauro estalló. Levantó una mano, a punto de golpearla, un gesto que nunca antes había hecho. Pero se detuvo en el aire, su rostro retorciéndose en una máscara de tormento. No era solo su ira; la flor negra, en el Jardín de las Maravillas, reaccionaba a la violencia inminente.

En el Jardín de las Maravillas, Theo y Mika sintieron el pico de la furia de Mauro y el profundo dolor de Lydia. La flor negra pulsó con un rojo carmesí, una señal de extrema angustia emocional. Los hilos de la obsesión de Anya se tensaron, buscando explotar la brecha.

—¡Es un ataque! —exclamó Theo, sus manos temblaban mientras observaba la flor—. ¡Anya está magnificando su ira! ¡Está intentando romper la lealtad de Lydia!

Mika asintió, su rostro pálido.

—Y la culpa de Mauro también. Ella está usando su propia vergüenza contra él.

La seducción silenciosa de Anya se había vuelto una agresión directa. No quería destruirlos, sino subvertir sus lazos más fuertes: la lealtad de Lydia a Mauro, el deber de Mauro hacia su familia, incluso el amor de Harry y Elena.

En la Patagonia, Harry sintió el shock. La angustia de Lydia, la ira de Mauro… la flor negra irradiaba el conflicto con una claridad brutal. Y la culpa lo carcomía. Su "estrategia" había abierto una caja de Pandora.

Elena, con Nicolai aferrado a ella, observaba los monitores. La furia y el dolor que sentía Lydia eran palpables, magnificados por la conexión con la flor. Elena se dio cuenta de que su propia lealtad, su decisión de quedarse con Harry a pesar de todo, también sería puesta a prueba.

De vuelta en Tokio, Mauro bajó lentamente la mano, su furia contenida por una fuerza invisible: la misma lealtad que Lydia le había prometido, y que Anya intentaba corromper. La red de lealtades, frágil y compleja, se había convertido en el campo de batalla.

—Lydia… —murmuró Mauro, su voz áspera, el rastro de la ira aún presente.

Sabía que había ido demasiado lejos.

La manipulación de Anya, sumada a su propia ambición, lo había llevado al límite.

Lydia lo miró, sus ojos llenos de una tristeza amarga.

No había vuelta atrás.

La verdad había rasgado el velo de su matrimonio y de sus vidas.

La fortaleza resquebrajada de su corazón no podía repararse con más mentiras.

Los monitores de la oficina parpadearon.

El símbolo de la flor negra estilizada con tentáculos apareció de nuevo, pero esta vez, estaba entrelazado con una telaraña de lealtades.

Una intrincada red que mostraba las conexiones entre Harry y Elena, Lydia y Mauro, Theo y Mika, incluso la de Nicolai con todos ellos.

Y cada hilo, cada conexión, parpadeaba con un color diferente, un matiz de la obsesión que Anya había sembrado.

La voz de Anya, ahora clara y triunfante, resonó en la oficina:

—La verdad es solo el comienzo, mis queridos. Las lealtades… son mi lienzo. Y ahora, comenzaré a reescribir su destino, hilo por hilo. La estrategia: El final no es una destrucción, sino una redefinición.

La transmisión se cortó, dejando a Lydia y Mauro en un silencio tenso.

La confrontación había expuesto sus heridas más profundas, pero también había revelado la magnitud de la amenaza.

Anya no solo manipulaba emociones; manipulaba los cimientos mismos de sus relaciones.

La guerra no era solo por la flor, sino por la esencia de quiénes eran y a quiénes amaban.




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