La telaraña de lealtades de Anya se apretaba, sus hilos invisibles tensando las relaciones hasta el punto de ruptura. En la Patagonia, Harry sentía el tirón constante de su obsesión por Lydia, una melodía que resonaba con el frecuencia de la flor negra. La confrontación con Elena lo había sacudido, pero la influencia de Anya era insidiosa, susurrando promesas de un pasado irrecuperable.
Mientras tanto, en el Jardín de las Maravillas, Theo y Mika se lanzaron a la ofensiva.
La flor negra pulsaba con el eco distorsionado de las emociones humanas, y ellos sentían la urgencia de contrarrestar el ataque de Anya. Su plan era ambicioso: crear un "cortafuegos" emocional, una frecuencia de claridad y confianza que pudiera disipar las ilusiones sembradas por Anya.
Se sentaron ante la flor, sus manos unidas, concentrándose en el núcleo de su energía.
Theo, el catalizador, y Mika, la amplificadora, unieron sus mentes, proyectando ondas de verdad y entendimiento a través de la red global de la flor.
No era un ataque de fuerza, sino una inyección de autenticidad, una melodía que buscaba resonar con lo más puro de cada alma.
Al principio, el progreso fue lento.
La seducción silenciosa de Anya era poderosa, y la resistencia de las mentes humanas, ya condicionadas por sus propias obsesiones y miedos, era significativa. Pero Theo y Mika persistieron, su concentración inquebrantable. Lentamente, los tonos azules hipnóticos que Anya había inducido en la flor comenzaron a mezclarse con un brillo plateado, la señal de la claridad.
La telaraña de lealtades en las pantallas parpadeó.
Los hilos que antes brillaban con obsesión y celos, ahora mostraban destellos de una luz más fría, más racional. Era un velo resquebrajado, una fisura en el control de Anya.
En el penthouse de Tokio, Lydia sintió el cambio.
La constante presión de la obsesión de Mauro por el control, que había sido una carga abrumadora, comenzó a aliviarse sutilmente. La conversación con Elena había sembrado una semilla de duda, y ahora, la frecuencia de claridad de Theo y Mika le permitía ver las manipulaciones de Mauro con una objetividad que antes le había faltado.
Mauro también lo sintió, aunque de manera diferente. Su ambición, que lo había consumido, ahora se enfrentaba a momentos de lúcida autoconciencia. Pequeños destellos de arrepentimiento, de la crueldad de sus acciones, se abrían paso a través del velo de la obsesión. Su reacción inicial fue de frustración.
—¡Los datos de la flor son inestables! —gruñó Mauro, golpeando la mesa del laboratorio—. ¡Necesitamos más control!
Pero Lydia, con una nueva determinación en sus ojos, lo confrontó.
—No es la flor, Mauro. Es la influencia de Anya. Está manipulando nuestras emociones. Y la única forma de detenerla es enfrentando nuestras propias verdades.
Mauro la miró, su expresión una mezcla de ira y una incipiente confusión.
El control sobre su propia mente, antes absoluto, ahora se le escapaba en pequeños fragmentos.
En la prisión de los Petrovich, Anya sintió la interferencia.
El eco distorsionado que ella había cultivado en la flor negra comenzaba a disiparse.
La frecuencia de claridad de Theo y Mika, aunque apenas perceptible para la mayoría, era una amenaza directa a su nueva estrategia.
—¡No! —siseó Anya, su voz un murmullo furioso en la quietud de su celda—. ¡Están intentando despertar la verdad! ¡Están rompiendo mi control!
Su control sobre la telaraña de lealtades se tambaleaba.
La obsesión que había sembrado comenzaba a debilitarse en aquellos que eran lo suficientemente fuertes como para recibir la frecuencia de claridad.
La batalla por las mentes y los corazones de los Petrovich, y de la humanidad, se intensificaba.
El velo resquebrajado de Anya revelaba que, incluso en su control, existían límites.
La verdad, aunque dolorosa, seguía siendo la fuerza más potente.