La declaración de Lydia a Mauro resonó en la oficina como un trueno, cargada con la fuerza de una verdad largamente reprimida. La frecuencia de la claridad de Theo y Mika había hecho su trabajo, desvelando las capas de obsesión y manipulación que Anya había sembrado. Mauro la miró, su rostro contorsionado por una mezcla de ira, incredulidad y, por primera vez, un atisbo de miedo genuino. Su control, la base de su existencia, se estaba desmoronando.
—¡Estás cometiendo un error, Lydia! —siseó Mauro, su voz baja y peligrosa—. ¡Estás abandonando tu lealtad a los Petrovich! ¡A mí!
Lydia lo enfrentó, su postura firme.
—Mi lealtad es a la verdad, Mauro. Y a lo que es correcto para la flor negra, no para tu ambición. La flor no es una herramienta de control.
La confrontación escaló.
Lydia exigió una revisión completa de todos los protocolos de la flor, una mayor transparencia en su investigación y una desvinculación de cualquier proyecto que Mauro pudiera estar desarrollando en secreto para explotar sus propiedades de conciencia colectiva. Mauro, sintiendo su control amenazado, reaccionó con la dureza que lo caracterizaba.
—¡No tienes autoridad para exigirme nada! —gritó Mauro, golpeando su escritorio con el puño—. ¡Eres mi esposa! ¡Y trabajas para mí!
—Ya no —replicó Lydia, su voz fría como el hielo—. No de esta manera. Necesitamos renegociar las condiciones. La flor es demasiado poderosa para estar en manos de la obsesión de un solo hombre.
La discusión se prolongó por horas, una batalla de voluntades que se libraba en el plano emocional tanto como en el racional.
La telaraña de lealtades de Anya vibraba con la intensidad del conflicto, buscando una nueva grieta. Pero la claridad de Lydia, ahora inquebrantable, era un muro contra la manipulación.
Finalmente, Mauro cedió, forzado por la lógica de Lydia y la amenaza implícita de que, sin ella, su control sobre la flor podría volverse inestable.
Sin embargo, su "concesión" vino con una condición.
—Bien —dijo Mauro, su voz un murmullo helado—. Tendremos un consejo para reevaluar el manejo de la flor. Pero con una condición. La verdad sobre Anya, sobre su manipulación, y sobre la verdadera naturaleza de la flor… permanecerá en silencio. Es un secreto impuesto para el mundo exterior. La estabilidad es primordial.
Lydia dudó.
Sabía que el mundo merecía la verdad, pero también comprendía la fragilidad de la sociedad global, recién recuperada de la discordia de Anya.
La revelación completa de la manipulación emocional podría sumir a la humanidad en un pánico aún mayor.
Era una decisión desgarradora, pero por el bien mayor, por la protección de Theo y Mika, y por el futuro de la flor, accedió.
—De acuerdo —dijo Lydia, sintiendo el peso de la decisión—. Pero cualquier uso de la flor, a partir de ahora, será con mi supervisión y bajo estrictos principios éticos.
Fue una tregua incómoda, una ruptura en su relación personal, pero una nueva dinámica en su sociedad forzada.
Lydia había ganado una batalla, pero el precio fue el silencio.
Mientras tanto, en la Patagonia, Harry sintió el cambio. La frecuencia de la claridad se intensificaba, pero también había una resonancia de resignación, de un secreto. Miró a Elena, sus ojos llenos de una comprensión tácita.
—Lydia… —murmuró Harry.
Elena asintió.
—Lo sé. Siento que ha habido una confrontación. Y un acuerdo. Pero no toda la verdad ha salido a la luz.
En el Jardín de las Maravillas, Theo y Mika sintieron el pacto.
La flor negra pulsó con una mezcla de alivio por la claridad alcanzada y una profunda tristeza por el secreto impuesto.
Habían ayudado a Lydia a ver la verdad, pero esa verdad ahora estaba encerrada. El eco distorsionado de Anya no se había silenciado por completo.
—Ella lo sabe —dijo Theo, sus ojos fijos en la flor—. Anya sabe que han hecho un pacto de silencio. Y se alimentará de ello.
Mika asintió, su rostro sombrío.
—El secreto impuesto es una nueva vulnerabilidad. La lealtad forzada por el miedo a la verdad es una cadena más sutil. Anya no ha terminado.
En su prisión, Anya sintió la decisión.
El velo resquebrajado de su control se había remendado con el silencio, con la decisión de los Petrovich de ocultar la verdad al mundo.
Una sonrisa helada se extendió por su rostro.
La obsesión de la humanidad por la seguridad, por la estabilidad, sería su próxima herramienta.
El camino del destino de los Petrovich estaba sellado, y Anya tenía el mapa.
La ruptura de la verdad era su nueva victoria.