El legado de la mentira de Anya se cernía como una tormenta, oscureciendo el sol sobre la reputación de los Petrovich. La falla en la confianza se arraigaba profundamente, y la presión del silencio se volvió insoportable.
Lydia, con el peso del mundo en sus hombros, lo sintió más que nadie. La frecuencia de la claridad que Theo y Mika enviaban a través de la flor negra había abierto sus ojos a una verdad ineludible: la única forma de combatir la desinformación de Anya era con la verdad, por dolorosa que fuera.
Convocó a Mauro, Harry y Elena a una reunión urgente en la sala de crisis del penthouse de Tokio. El ambiente era tenso, cada mirada cargada de historia y resentimiento.
Mauro, aunque aún aferrado a su obsesión por el control, entendía la gravedad de la situación.
Veritas se desmoronaba.
—No podemos seguir ocultando la verdad —dijo Lydia, su voz firme, mirando a cada uno de ellos—. Anya está usando nuestro silencio para destruirlo todo. Está manipulando el murmullo de la duda y resucitando viejos fantasmas para deslegitimarnos.
Mauro se resistió.
—¡Una revelación total causaría el pánico global! ¡La gente no está preparada para la verdad de la flor!
—¿Y el desmoronamiento de la sociedad sí lo está? —intervino Harry, su voz gélida—. Hemos visto lo que la duda puede hacer. Anya está apostando a que preferiremos el control al caos. Pero el caos es lo que está creando con la mentira.
Elena asintió, apoyando a Harry.
—Nicolai lo siente. La flor está enferma con esta desconfianza. Tenemos que ser honestos, al menos en parte.
La discusión fue ardua, un choque de voluntades y lealtades.
Lydia propuso una estrategia de revelación controlada.
No contarían toda la verdad sobre la conciencia colectiva de la flor o la inmensa manipulación de Anya desde su prisión. Pero sí revelarían la existencia de la flor negra como una entidad compleja y benéfica, sus propiedades de ADN reparador y su rol en la sanación global. Admitirían que había sido corrompida por una facción disidente dentro de Veritas, liderada por Anya, quien buscaba usarla para fines egoístas, pero que ella había sido neutralizada.
—Admitiremos los errores del pasado de Veritas —explicó Lydia—, pero enfatizaremos nuestra nueva misión de transparencia y ética. Esto dará credibilidad a Theo y Mika, a su conexión con la flor, y les permitirá enviar un contrapulso de la verdad más efectivo.
Mauro, con el orgullo herido, finalmente cedió.
Entendía que era su única opción para salvar lo que quedaba de su imperio y su legado. Pero su acuerdo vino con una mirada de advertencia a Harry: la tregua era solo por el momento.
El anuncio fue global, transmitido en todos los canales de noticias del mundo.
Lydia Petrovich, con Mauro a su lado, dio una conferencia de prensa, su voz clara y firme. Detalló el descubrimiento de la flor negra, sus asombrosas propiedades y cómo había sido corrompida por una mente brillante pero retorcida, Anya. Explicó cómo la flor había sido estabilizada y cómo Veritas, bajo una nueva dirección ética, se comprometía a utilizar su poder para el bien de la humanidad. Theo y Mika, brevemente, hicieron una aparición, sus jóvenes rostros serios, irradiando una pureza que conmovió al público.
La reacción fue mixta.
Al principio, hubo escepticismo, alimentado por el persistente murmullo de la duda. Pero el contrapulso de la verdad de Theo y Mika, amplificado por la sinceridad de Lydia, comenzó a resonar.
Las mentiras de Anya, que antes parecían tan convincentes, ahora sonaban huecas, carentes de la autenticidad que la frecuencia de honestidad inyectaba en la red.
El velo resquebrajado de Anya se abría aún más.
En su prisión, Anya sintió la fisura en el silencio.
La transmisión de los Petrovich, el rostro de Lydia, la presencia de Theo y Mika… era un ataque directo a su estrategia. La telaraña de lealtades que había tejido comenzó a vibrar con rabia.
—¡Estúpidos! —siseó Anya, su voz un murmullo de furia concentrada—. ¡Creen que la verdad es su arma! ¡Pero la verdad también puede ser un veneno!
La obsesión de Anya se disparó a nuevos niveles.
Había previsto una resistencia, pero no una exposición tan directa.
El viento de la exposición soplaba fuerte, amenazando con dispersar las sombras que había cultivado. Pero Anya tenía un último as bajo la manga, una manipulación que se alimentaría de la misma honestidad que los Petrovich acababan de liberar.
Si la gente quería la verdad, ella les daría la suya, una verdad tan retorcida y personal que la falla en la confianza se volvería absoluta.