La nueva normalidad era un espejismo. Anya estaba silenciada, pero su impronta, el legado de la niebla, se había incrustado en la misma esencia de la flor negra. Ya no era una manipulación consciente, sino una resonancia orgánica, un espejo que comenzaba a reflejar y, de manera sutil, a manifestar los deseos subconscientes de aquellos en su red. El secreto impuesto por los Petrovich, que había mantenido la paz superficial, se convirtió en un terreno fértil para esta nueva y silenciosa influencia.
En la Patagonia, Harry y Elena sintieron la diferencia. La atmósfera de su reconciliación, antes cargada de una frágil esperanza, empezó a ondular con una nueva tensión. Harry, a pesar de su renovada lealtad a Elena, se encontró soñando con Lydia con una viveza inquietante.
No eran los recuerdos dolorosos de la obsesión pasada, sino escenas idealizadas: risas compartidas, momentos de conexión profunda que su mente había anhelado y que ahora la flor, de alguna manera, parecía estar proyectando.
Se despertaba con un sentimiento de melancolía, un eco de un deseo que creía haber superado. Elena, aunque no podía discernir el contenido de sus sueños, sentía el cambio en Harry, la ligera distancia que regresaba a su mirada.
—Hay algo en el aire —dijo Elena, una tarde, mientras observaban a Nicolai interactuar con una pequeña réplica de la flor que siempre llevaba consigo—. Nicolai también está… diferente.
Nicolai, el catalizador más sensible, no experimentaba sueños, sino destellos de una realidad alterada. Veía a sus seres queridos rodeados por auras luminosas que vibraban con sus deseos ocultos. A veces, veía a sus padres con un brillo particular cuando pensaban el uno en el otro, pero otras veces, un aura tenue y azul envolvía a Harry cuando su mente se desviaba hacia Lydia, o un verde sutil aparecía alrededor de Elena cuando anhelaba una conexión más profunda con su esposo. Eran las sombras resplandecientes de deseos no expresados, manifestándose a través de él.
En el Jardín de las Maravillas, Theo y Mika se dieron cuenta de que la flor negra había evolucionado de una manera inesperada. Su brillo plateado ahora estaba salpicado de colores tenues, pulsando con patrones que no indicaban discordia o claridad, sino anhelo y satisfacción momentánea.
—La flor no está amplificando emociones negativas —dijo Theo, sus ojos fijos en los nuevos patrones—. Está… creando micro-realidades. Proyectando deseos subconscientes. Es como un espejo de los deseos.
Mika asintió, su rostro una mezcla de asombro y preocupación.
—No es la manipulación directa de Anya, pero es igualmente peligrosa. Si la gente vive en una ilusión de sus propios deseos, la falla en la confianza podría volverse irreparable. Nadie sabría qué es real.
Comenzaron a notar fenómenos extraños en los datos globales. Pequeños "milagros": un artista en apuros que de repente tenía un sueño vívido y perfectamente detallado de su próxima obra maestra, un investigador bloqueado que recibía una visión completa de la solución a su problema, parejas distanciadas que soñaban con momentos idílicos de su pasado, reavivando su afecto de forma inexplicable. La flor negra estaba respondiendo a la humanidad de una manera que era a la vez hermosa y profundamente inquietante.
En el penthouse de Tokio, Lydia y Mauro también experimentaron esta nueva influencia. Lydia, inmersa en su trabajo con la flor, se encontraba de repente con soluciones intuitivas a problemas complejos, como si las respuestas le llegaran directamente a la mente.
Su obsesión por el conocimiento, aunque éticamente supervisada, ahora tenía un camino misterioso para manifestarse. Mauro, por su parte, encontró que sus decisiones de negocios se volvían increíblemente afortunadas. Ideas que había descartado regresaban con una claridad irrefutable, llevando a éxitos inesperados. La obsesión por el control de Mauro parecía estar siendo validada por la propia realidad.
Pero la nueva normalidad que se estaba formando era una trampa. Los Petrovich habían creído que, al contener a Anya y mantener el secreto, habían asegurado la paz. Sin embargo, la flor negra, en su nueva fase, estaba tejiendo una red aún más compleja de ilusiones y deseos manifestados.
Las sombras resplandecientes que Nicolai veía eran solo el comienzo. En un mundo donde los sueños podían volverse realidad y la realidad podía ser un deseo, la línea entre lo auténtico y lo ilusorio se desdibujaba peligrosamente. Y en esa confusión, el verdadero peligro de un mundo sin discernimiento, de un mundo manipulado por sus propios deseos, comenzaba a emerger.