El susurro de la ilusión se había vuelto un eco resonante en la mente de Harry. Las palabras de Nicolai, la percepción de su hijo sobre la flor negra como un espejo de los deseos, confirmaron sus peores temores.
La nueva normalidad era una trampa más sutil que las maquinaciones de Anya. Harry y Elena sabían que no podían mantener este descubrimiento en secreto. La falla en la confianza del mundo, sumada a esta nueva forma de manipulación, era una receta para el desastre.
Harry, con la aprobación de Elena, contactó a Lydia y Mauro. Solicitó una reunión de emergencia, sin especificar el motivo exacto, solo la urgencia de una "nueva anomalía" en la flor. La atmósfera en la sala de conferencias del penthouse de Tokio era pesada, cargada no solo por la tensión de su historia compartida, sino también por el inminente reconocimiento de una amenaza intangible.
Lydia y Mauro entraron, sus rostros tensos. Lydia, aunque más serena, aún mostraba la fatiga de lidiar con la influencia sutil de la flor. Mauro, a pesar de sus éxitos recientes, emanaba una inquietud subyacente. La obsesión por el control seguía ahí, pero ahora la sentía desafiada por una fuerza que no podía comprender del todo.
Theo y Mika ya estaban presentes, sentados frente a una proyección holográfica de la flor negra. El color de la flor era un mosaico de tonos pastel, reflejando la miríada de anhelos humanos, con ocasionales destellos de las sombras resplandecientes que Nicolai percibía.
—La flor ha cambiado —comenzó Theo, su voz grave pero clara, rompiendo el silencio—. Ya no solo responde. Está… manifestando.
Mika proyectó una serie de datos complejos, gráficos que mostraban un aumento exponencial en "coincidencias afortunadas" y "golpes de suerte" en la población global.
—No es una manipulación directa como la de Anya —explicó Mika—. Es una amplificación de los deseos subconscientes. La flor está actuando como un amplificador de la voluntad colectiva. Si la gente desea algo con suficiente fuerza, la flor lo facilita, lo hace parecer real.
Lydia se inclinó hacia adelante, su mente científica luchando por procesar la implicación.
—¿Estás diciendo que la flor está haciendo que los deseos se manifiesten?
—No conscientemente —intervino Nicolai, su pequeña voz resonando con una sabiduría que asombró a los presentes—. Ella solo… los hace más fuertes. Tan fuertes que se sienten reales. Como si siempre hubieran sido así.
Harry se puso de pie, su mirada recorriendo a sus familiares.
—Esto es más peligroso que Anya. Anya quería controlarnos a la fuerza. Esto es una seducción. Si la gente vive en un mundo donde sus deseos se cumplen sin esfuerzo, ¿quién querrá enfrentar la realidad? La falla en la confianza se volverá un abismo. No solo desconfiarán de las instituciones, sino de la misma realidad.
Mauro, con su mente pragmática, tardó en comprender la magnitud de la amenaza.
—¿Pero cómo es esto una amenaza si la gente está obteniendo lo que quiere?
—Porque no son nuestros deseos conscientes los que se manifiestan, Mauro —respondió Elena, su voz resonando con preocupación—. Son los subconscientes. Los que no controlamos. Y los que la flor está haciendo parecer reales, sin que haya un esfuerzo real de por medio. La gente dejará de luchar, de trabajar, de discernir. Se volverán dependientes de esta ilusión.
La sala quedó en silencio.
El secreto impuesto sobre la verdadera naturaleza de la flor y Anya había permitido que este nuevo fenómeno creciera sin ser detectado. El legado de la niebla no era una consecuencia de Anya, sino una evolución de la flor después de su trauma, una respuesta adaptativa que era a la vez milagrosa y aterradora.
Lydia miró la proyección de la flor, su mente científica luchando por comprender este nuevo paradigma.
Era una amenaza que no se podía combatir con escudos o frecuencias directas.
Era una confrontación silenciosa con la propia naturaleza humana, con los deseos más profundos que la flor ahora tenía el poder de reflejar y materializar.