La estrategia: El final (5)

26

La "felicidad perfecta" en el penthouse de Tokio se había vuelto una carga insoportable para Lydia. Cada beso de Mauro, cada gesto de afecto que antes anhelaba, ahora resonaba con el susurro de la ilusión, un eco distorsionado del legado de la niebla. La flor negra, un espejo de los deseos, les ofrecía una felicidad fabricada, y Lydia sabía que el precio de la felicidad era su propia realidad.

La disonancia entre sus emociones impuestas y su razón científica se hizo insoportable. Una tarde, mientras Mauro le recitaba un verso de un poema que supuestamente él había descubierto "por inspiración", Lydia sintió una náusea profunda. Recordó las palabras de Theo y Mika sobre la manifestación de los deseos subconscientes. Esta no era la complejidad de un amor real; era una fantasía cuidadosamente construida.

Decidió romper el espejo.

—Mauro —dijo Lydia, su voz temblaba ligeramente, pero su determinación era férrea—. Esto no es real.

Mauro la miró, su sonrisa se desvaneciendo. La obsesión por el control de la situación, mezclada con la ilusión de felicidad, lo hizo reaccionar con confusión.

—¿De qué hablas, querida? Estamos más cerca que nunca.

—No —insistió Lydia, levantándose y alejándose de él—. Esto es la flor. Está amplificando tus deseos, y quizás los míos. Está creando una ilusión de un matrimonio perfecto, pero es solo eso: una ilusión. Una trampa.

Mauro se puso de pie, su rostro enrojeciendo.

—¡Estás volviendo a dudar! ¡Anya te está manipulando!

—Anya está silenciada —replicó Lydia con fuerza, las palabras de Harry y Elena resonando en su mente—. Esto es algo más. Es la flor, reaccionando a nuestros deseos, haciéndolos tangibles. Pero si vivimos en esta ilusión, perderemos nuestra capacidad de discernir, de luchar por lo real. No quiero una felicidad que no me he ganado, Mauro.

La confrontación fue dolorosa.

Mauro, despojado de su ilusión, se sintió traicionado, su orgullo herido. Su amor por Lydia era genuino, pero su manifestación, su deseo de perfección, había sido secuestrado por la flor. La telaraña de lealtades se tensó, no por la manipulación de Anya, sino por la cruda realidad de sus propios anhelos.

Mientras tanto, en el Jardín de las Maravillas, Theo y Mika observaron la flor negra con una nueva urgencia. Habían sentido la disonancia en la conexión de Lydia y Mauro, la señal de que Lydia estaba desafiando la ilusión.

—La flor está buscando el camino de menor resistencia —dijo Theo—. Si los deseos se manifiestan sin esfuerzo, la gente dejará de buscar la autenticidad.

Mika asintió, su mente ya trabajando en soluciones.

—Necesitamos un contrapulso de autenticidad. No solo claridad, sino una frecuencia que impulse a la gente a buscar la verdad de sus propias experiencias, incluso si es dolorosa.

La tarea era abrumadora. ¿Cómo se enseña al mundo a cuestionar una felicidad aparentemente perfecta? Theo y Mika comenzaron a trabajar en una nueva resonancia para la flor, una que no buscara imponer una verdad, sino inspirar una búsqueda. Querían que la gente se diera cuenta de la diferencia entre el deseo satisfecho y la felicidad ganada.

En la Patagonia, Harry sintió el cambio en la conexión de Lydia. Una mezcla de angustia y una nueva resolución. Comprendió que ella estaba enfrentando la ilusión. El eco del trauma personal en él, alimentado por sus sueños de Lydia, aún persistía, pero ahora venía con una advertencia.

—Lydia está luchando —dijo Harry a Elena—. Está rompiendo la ilusión.

Elena asintió, su mirada preocupada.

—Es el camino difícil, Harry. El camino hacia la autenticidad. Un camino que todos debemos recorrer.

La decisión de Lydia había sido un paso crucial.

Había roto el espejo de los deseos, arriesgándose a destruir lo poco que le quedaba de su relación con Mauro. Pero sabía que era el único camino para encontrar una búsqueda de la autenticidad, no solo para ella, sino para toda la humanidad.

La nueva normalidad era una batalla por la definición misma de la realidad, y los Petrovich, con sus cicatrices, estaban a punto de liderar esa lucha en un mundo que prefería la dulce mentira a la dura verdad.




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