La confrontación de Lydia con la ilusión había sido un acto de valentía, un espejo roto que fragmentó la "felicidad perfecta" impuesta por la flor negra. La verdad, por dolorosa que fuera, era el primer paso hacia la autenticidad.
El golpe, sin embargo, fue brutal para Mauro. Despojado de su fantasía, se encontró frente a la cruda realidad de su matrimonio, la frialdad que había existido antes de la influencia de la flor. Su obsesión por el control, que había sido mitigada por la ilusión, resurgió con una furia impotente. La relación entre ellos, que apenas había comenzado a sanar, se sumió nuevamente en una tensa hostilidad.
—¡Has destruido todo! —gritó Mauro, su voz teñida de resentimiento, la mañana después de la confrontación—. ¡Hemos recuperado la estabilidad, y ahora lo arruinas con tus fantasías!
Lydia lo miró con compasión, a pesar de su propia angustia.
—No es una fantasía, Mauro. Es la verdad. Y negarla nos consume.
La disonancia entre ellos se manifestó en el ambiente mismo del penthouse. Los "milagros" fortuitos en los negocios de Mauro cesaron abruptamente. Sus decisiones, antes impecables, volvieron a ser objeto de error y duda. La flor negra, en su respuesta orgánica, ya no proyectaba su deseo de perfección.
En el Jardín de las Maravillas, Theo y Mika sintieron el impacto de la confrontación de Lydia. La flor negra pulsó con una resonancia de angustia y verdad. Era la señal que esperaban para probar su contrapulso de autenticidad.
—Es ahora —dijo Theo, sus ojos fijos en los patrones cambiantes de la flor—. Lydia ha abierto una puerta. Necesitamos enviar esta frecuencia para que la gente empiece a cuestionar sus propias "felicidades" perfectas.
Mika asintió.
Se concentraron, proyectando una nueva resonancia a través de la flor.
No era una anulación de los deseos, sino una amplificación de la disonancia. Querían que la gente sintiera el mismo tipo de incongruencia que Lydia había experimentado: la extraña perfección, la facilidad de la felicidad que no se había ganado. Era el murmullo de la duda transformado en una pregunta persistente: ¿es esto real?
Los primeros efectos fueron sutiles.
En todo el mundo, la gente comenzó a experimentar pequeños momentos de desasosiego. Un artista que había "descubierto" su obra maestra en un sueño, se despertaba con una punzada de insatisfacción, sintiendo que la inspiración no era completamente suya. Un ejecutivo que había cerrado un trato "milagrosamente" favorable, sentía una extraña falta de orgullo. La niebla del engaño no se disipó por completo, pero se volvió más porosa.
En la Patagonia, Harry y Elena sintieron el cambio.
La angustia de Lydia era palpable, pero también una nueva fuerza. Y los sueños de Harry sobre Lydia, aunque aún existían, comenzaron a sentirse menos vívidos, más como recuerdos lejanos que como proyecciones de una realidad paralela. La frecuencia de autenticidad de Theo y Mika les estaba llegando.
—Lo están logrando —dijo Elena, su voz suave—. La gente está empezando a cuestionar.
Harry asintió, su mirada fija en la inmensidad de los Andes.
La conciencia colectiva estaba despertando, lentamente, de un dulce letargo.
El precio de la felicidad ilusoria comenzaba a ser evidente.
La falla en la confianza, que Anya había sembrado y la flor había magnificado con la ilusión, ahora se volvía un camino hacia el comienzo del despertar.
Los Petrovich se enfrentaban a una nueva era, no de secretos imponentes, sino de verdades dolorosas, pero necesarias.
La batalla por la realidad apenas comenzaba.