La estrategia: El final (5)

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El amanecer del discernimiento trajo consigo una calma precaria, pero el frágil equilibrio del mundo y de los Petrovich estaba a punto de ser puesto a prueba nuevamente. Un eco del pasado de Anya se manifestó en la flor negra, no como un ataque directo, sino como una resonancia sutil, un vestigio de su obsesión que la propia flor, en su proceso de curación, liberaba. Este "fragmento" de su antiguo hechizo buscaba el punto de menor resistencia, la vulnerabilidad más profunda. Y la encontró en Mauro.

La verdadera resonancia de la flor había despojado a Mauro de la ilusión de su matrimonio "perfecto" con Lydia, dejándolo expuesto a sus propias inseguridades. Su obsesión por el control, aunque contenida, era una herida abierta, un deseo de poder absoluto que Anya, incluso silenciada, logró tocar.

El eco se manifestó en forma de visiones. Mauro comenzó a experimentar sueños vívidos y recurrentes de un futuro glorioso. No era una fantasía banal, sino un futuro detallado y convincente: Veritas ascendiendo a una supremacía global inigualable, él como el arquitecto de una nueva era de orden y prosperidad, y Lydia, no como su igual, sino como su devota socia, su genio científico completamente sometido a su visión. Eran imágenes de un poder sin límites, de una obediencia total y de una adulación incondicional.

Estos sueños eran increíblemente atractivos para Mauro. Le ofrecían una salida a la humillación que sentía por la exposición de sus fallas, una reafirmación de su valía y su autoridad. El murmullo de la duda que había empezado a corroerlo fue reemplazado por la certeza de esta "visión". Era una trampa, una ilusión dulce, que amenazaba con sumergirlo de nuevo en la niebla del engaño.

La manifestación de este deseo fue sutil pero palpable. Mauro se volvió más distante, más absorto en sus propios pensamientos. Sus decisiones en Veritas, que antes habían mostrado un atisbo de la nueva ética de Lydia, comenzaron a inclinarse de nuevo hacia la acumulación de poder y el control centralizado. Desestimó las advertencias de Lydia sobre la importancia del discernimiento, viéndolas como distracciones de su "gran visión". La falla en la confianza entre ellos, apenas en vías de reparación, se amplió una vez más.

En el Jardín de las Maravillas, Theo y Mika sintieron el cambio.

La flor negra pulsaba con un nuevo matiz de azul oscuro, la firma de una obsesión incipiente, pero esta vez, sin la malicia directa de Anya. Era un reflejo de los deseos de Mauro, magnificados por el vestigio del eco de Anya.

—El eco de Anya está activando los deseos más profundos de Mauro —dijo Theo, con el ceño fruncido—. Está manifestando su deseo de control total.

Mika asintió, su rostro pálido.

—Es la vulnerabilidad de Mauro. Ella lo sabía. Este fragmento de su poder residual está explotando sus viejas heridas.

En la Patagonia, Harry y Elena también percibieron la perturbación en la red de la flor. Harry, que había estado sanando su propia obsesión por Lydia, sintió una familiaridad incómoda en la nueva energía que emanaba de Mauro.

—Es el control —dijo Harry, su voz grave—. Mauro está volviendo a su viejo camino, pero de una forma más intensa, más convencida.

Elena miró a Harry con preocupación.

—El secreto impuesto los hace ciegos a esto, Harry. No pueden ver la flor como nosotros.

La situación era crítica. Si Mauro sucumbía por completo a esta nueva ilusión de poder, la estabilidad de Veritas y el futuro de la flor negra estarían en grave peligro. El amanecer del discernimiento se veía amenazado por el renacimiento de una ambición desenfrenada, alimentada por los ecos del pasado de Anya.




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