El eco del pasado de Anya se aferraba a Mauro como una enredadera venenosa, alimentando su obsesión por el control con visiones de poder absoluto. La flor negra, en su verdadera resonancia, revelaba la vulnerabilidad de Mauro, dejando a Lydia con un dilema desgarrador.
Sabía que la única forma de liberar a Mauro de esa dulce ilusión era con una dosis brutal de realidad, incluso si eso significaba romper el secreto impuesto que había mantenido al mundo en un frágil equilibrio.
Lydia confrontó a Mauro en su oficina, la misma en la que habían librado tantas batallas y forjado treguas incómodas. Él estaba absorto, trazando diagramas de flujos de poder en una pantalla táctil, una sonrisa de satisfacción en su rostro. Era la imagen de la ambición desmedida, ahora sin el velo de la conciencia.
—Mauro —dijo Lydia, su voz tensa, pero cargada de una nueva resolución—. Necesitamos hablar sobre tu visión.
Él la miró con una expresión de leve molestia.
—Estoy ocupado, Lydia. Estoy sentando las bases para la expansión global de Veritas. Es el futuro que la flor nos está mostrando.
—No, Mauro —replicó Lydia, acercándose al escritorio—. Esa no es la flor. Es un eco del pasado de Anya. Es su obsesión por el control, amplificada por tus propios deseos. Estás cayendo en su trampa otra vez.
Mauro se rió, una risa hueca y fría.
—Estás celosa, Lydia. Celosa de mi éxito. Siempre has dudado de mi liderazgo.
Lydia sintió una punzada de dolor, pero se mantuvo firme.
—No es celos. Es la verdad. Y para que lo veas, voy a tener que romper el silencio. El mundo necesita saber la verdad sobre Anya. Y sobre ti.
La declaración de Lydia golpeó a Mauro como un rayo. Su rostro palideció, y la sonrisa desapareció. Su mente, aún bajo la influencia de la ilusión, luchó por procesar la amenaza.
—¡No te atrevas! —siseó, levantándose bruscamente—. ¡Eso causaría el caos! ¡Destruiría todo lo que hemos construido!
—El caos ya está aquí, Mauro —dijo Lydia, sus ojos fijos en él—. Y eres tú quien lo está creando. La gente merece saber la verdad. Merecen la autenticidad, incluso si es dolorosa.
Mientras tanto, en el Jardín de las Maravillas, Theo y Mika sintieron la disonancia en la flor negra mientras Lydia y Mauro se enfrentaban. La vulnerabilidad de Mauro brillaba con una intensidad dolorosa, y la resolución de Lydia pulsaba con una luz fuerte.
—Lydia lo va a hacer —dijo Mika, sus ojos fijos en los monitores—. Va a exponerlo todo.
Theo asintió, su rostro sombrío.
—Es la única manera de romper el hechizo de Anya. Pero el murmullo de la duda en el mundo se convertirá en una tormenta.
En la Patagonia, Harry y Elena también sintieron el aumento de la tensión. La flor negra vibraba con una nueva y potente frecuencia de verdad inminente. Nicolai se puso tenso, sus grandes puños apretados con una furia que era muy complicada de explicar.
—Algo grande va a pasar —murmuró Elena, su mirada fija en la pantalla que mostraba los datos de la flor.
Harry asintió, su mente militar ya anticipando las consecuencias. .
La verdad expuesta no sería un camino fácil. Pero era necesario.
Lydia no perdió el tiempo. Con la ayuda reacia de los sistemas de Veritas que Mauro aún no había logrado centralizar por completo, Lydia lanzó una transmisión global, saltándose los protocolos de seguridad que él había establecido. Su rostro apareció en todas las pantallas del mundo, su voz firme y clara.
—Ciudadanos del mundo —comenzó Lydia, su mirada penetrante—. Soy Lydia Petrovich. Durante mucho tiempo, mi familia y yo hemos mantenido un secreto impuesto por la necesidad de preservar la paz. Pero ese silencio ha permitido que una nueva y sutil amenaza se arraigue.
Ella reveló la verdad sobre Anya, no solo como una mente brillante, sino como una manipuladora de la conciencia, cuya obsesión había llevado a la crisis global anterior con su tonta estrategia. Explicó cómo la flor negra no solo era una fuente de sanación, sino también un espejo de la conciencia humana, capaz de amplificar deseos y crear ilusiones. Y, con el corazón encogido, habló de cómo un eco del pasado de Anya había vuelto a activar las ambiciones más profundas de su propio esposo, Mauro, llevándolo a buscar un control que era una fantasía peligrosa.
La verdad expuesta se estrelló contra la nueva normalidad del mundo, rompiendo la calma precaria. La falla en la confianza se amplificó, no por las mentiras, sino por la cruda honestidad. Los Petrovich habían elegido la verdad, y ahora debían enfrentar las consecuencias.
El amanecer del discernimiento se había convertido en un día de juicio, y nadie, ni siquiera ellos mismos, estaba a salvo del precio de la felicidad o del dolor de la autenticidad.
Con la verdad expuesta, el mundo estaba en caos.