La verdad expuesta se propagó por el mundo como una onda de choque. La imagen de Lydia Petrovich, su rostro demacrado pero firme, revelando el secreto impuesto sobre Anya, la flor negra, y la obsesión que había carcomido a su propio esposo, Mauro, detonó un caos sin precedentes. La nueva normalidad se hizo añicos. El amanecer del discernimiento se convirtió en un mediodía cegador de incredulidad y furia.
La reacción de la sociedad global fue una mezcla volátil de pánico, resentimiento y una profunda sensación de traición. Las redes sociales estallaron, no con las teorías conspirativas usuales, sino con una avalancha de ira dirigida a los Petrovich. "Mentira", "engaño", "control encubierto" eran los hashtags dominantes. La falla en la confianza, que Anya había sembrado tan hábilmente, se magnificó exponencialmente. Si los Petrovich, quienes prometieron paz y sanación, habían ocultado una verdad tan monstruosa, ¿en quién se podía confiar?
Los gobiernos de todo el mundo exigieron respuestas. Las bolsas de valores se desplomaron. La ya frágil economía global se tambaleó al borde del colapso. La gente salió a las calles, no en protestas organizadas, sino en estallidos espontáneos de frustración y desilusión. El murmullo de la duda se había convertido en un rugido de desprecio. La era de la pos-verdad, iniciada por Anya, alcanzó su clímax, y los Petrovich estaban en el ojo del huracán.
En el penthouse de Tokio, la furia de Mauro fue un espectáculo aterrador. La revelación de Lydia, pública y humillante, pulverizó el eco del pasado de Anya y la ilusión de poder que lo había consumido. Al darse cuenta de que había sido manipulado por una mente silenciada y expuesto por su propia esposa, su obsesión por el control se transformó en una rabia desatada.
—¡Me has destruido! —gritó Mauro, con los ojos inyectados en sangre, enfrentando a Lydia en su oficina—. ¡Has arruinado todo lo que construí! ¡Mi nombre! ¡Mi legado!
Lydia, aunque temblaba, mantuvo la mirada.
—No, Mauro. Te has destruido a ti mismo. Te has negado a ver la verdad. Esto es por tu bien, y por el bien del mundo.
La relación entre ellos, ya tensa, se rompió por completo. Mauro vio a Lydia no como su esposa o su socia, sino como la traidora que había derribado su imperio. La telaraña de lealtades que los unía se deshizo en ese instante.
Él juró vengarse, no solo de ella, sino de cualquiera que se atreviera a interponerse en su camino para recuperar lo que consideraba suyo. Su visión de control, ahora más allá de la influencia de Anya, se endureció en una determinación fría y despiadada.
En el Jardín de las Maravillas, Theo y Mika sintieron el caos global reflejado en la flor negra. Pulsaba con una disonancia brutal, una sinfonía de furia y miedo que eclipsaba la verdadera resonancia que habían cultivado.
—Esto es lo que temíamos —dijo Mika, con voz apenas audible—. La verdad, sin preparación, es un arma.
Theo asintió, su rostro sombrío.
—Pero era necesaria. No podemos curar las cicatrices del alma si no las exponemos a la luz.
En la Patagonia, Harry y Elena observaron las noticias, sus rostros pálidos. La reacción del mundo fue más violenta de lo que habían previsto. Nicolai, sintiendo la angustia colectiva, se encogió en los brazos de Elena en un abrazo, su réplica de la flor brillando con una luz turbulenta.
—Esto es el verdadero peligro —dijo Harry, su mente táctica ya buscando soluciones—. No la manipulación de Anya, sino la reacción humana a la verdad cruda. La gente está desesperada.
Elena asintió, abrazando a Nicolai con fuerza.
—Debemos proteger a Nicolai. Y debemos encontrar una manera de guiar al mundo a través de esta tormenta. La autenticidad es la única salida, pero el camino está lleno de escombros.
La revelación de Lydia había sido una bomba. Ahora, la familia Petrovich, y el mundo entero, debían enfrentar las consecuencias de la furia desatada. La batalla por la confianza no había terminado; apenas estaba comenzando.